-De boom die alles weet –susurró madre. Llevaba un rato sin hablar, buscando en su mente milenaria, la forma de empezar a narrar una historia de vida tan vasta. Tan agitada.
-¿Qué significa eso? –pregunté, aunque mi mente nueva, llena de conocimientos ya había traducido aquella frase.
-Así se llamaba mi aldea. –me miró y sonrió –Mi primer hogar.
-¿Vivías…? –empecé a preguntar.
-Sí en un árbol. Uno gigante –me miró y sonrió –no un árbol gigante como vos te imaginás, sino uno gigante de verdad, en el que cabía una aldea entera –me miró buscando sorpresa en mis ojos, pero después de lo de Fátima, yo podía creer cualquier cosa, incluyendo lo de árbol –Había muchísimos de ellos en el mundo. Pero fueron talados, y el hombre de hoy considera a los viejos tocones, montañas milenarias, o mesetas, o lo que sea que dicen para ocultar la verdad. –me quedé unos instantes visualizando aquello, tan increíble, pero que en mi fuero interno reconocía como verdadero.
-¿Por qué?
-Los hechiceros son peor de lo que te podés imaginar –respondió con amargura –Los árboles son el medio natural más poderoso y noble del mundo para guardar y transmitir información. Ellos lo saben todo, y mediante sus raíces y conexiones bajo tierra transmiten el conocimiento del mundo.
-Es decir que con la muerte de los árboles gigantes se perdió muchísima información –dije.
-Fue el primer paso hacia la decadencia en la que se ha convertido esta tierra. Lo arboles lo eran todo para las gentes, con su sabiduría y los frutos que nos regalaban no necesitábamos nada más para vivir en armonía. pero entonces creamos a los hechiceros, y fue el principio del fin de la era de oro. Los dioses que estaban en contra de la liberación de los humanos, de su existencia civilizada, se enredaron con ellos solo para lograr sus objetivos, y obtener de este mundo lo que necesitaban. Así frente a la ausencia de nuestros dioses protectores, los dioses detractores, llenaron el mundo de máquinas inconcebiblemente grandes, talaron los árboles obligando a las gentes a dejar sus hogares de siempre y esclavizarse en diversos trabajos. Más tarde, crearon canteras gigantes y extensísimas donde robaron todos los minerales que pudieron, dejando a su partida lo que hoy conocemos como desiertos, escarpadas desprovistas de vida, mesetas secas, y lo peor de todo, lo que los humanos llaman volcanes, compuestos de los deshechos de la industria minera. Lo efímero comenzó de a poco a anidar en el corazón de las gentes. Los brujos nos vimos obligados a escondernos. Ellos arrasaron con todo. –la voz de Madre sonaba a papel estrujado. No podía creer que ella estuviese emocionada –Nunca hurgo en los recuerdos, porque siento deseos de ver arder este mundo. Pero no había manera de contarte la verdad de otro modo.
-¿Por qué no los detuvieron en ese momento?
-Pensamos que los dioses buenos acudirían al ver sus creaciones maravillosas destruirse a causa de los hechiceros y los dioses malvados a los que se aliaron. Que regresarían como lo habían hecho tantas veces que este mundo había peligrado. Pero no lo hicieron, y perdimos el control. Perdimos la batalla. Éramos dueños de nuestra libertad y albedrío. Y aquello había sido nuestra entera culpa.
-Lo siento –dije, Madre emanaba de toda ella una inmensa tristeza que me dolía en el pecho de un modo atroz.
-Luego comprendimos que sería bochornoso que regresasen. Los hechiceros eran nuestro peor fracaso, nuestra peor y más violenta creación. No comprendimos en aquel momento la tríada, y lo hicimos mal. Cuerpo animal, magia y espíritu van de la mano.
-¿Cuándo fue que te convertiste en bruja? –me arriesgué. Era una pregunta que llevaba semanas queriendo hacer.
-Mucho antes de ello. En mi temprana juventud, cuando los dioses se mezclaban entre nosotros y caminaban a nuestro lado. –dijo y vi en sus ojos un torbellino de años y aventuras dibujarse y transformarse.
-¿Se nos parecen? Es decir, ¿Es cierto que nos hicieron a su imagen y semejanza?
-Algunos si y otros no –miró sus manos instintivamente –Por lo general son bastante diferentes, pero esta apariencia era la más adecuada entre ellos y la que necesitábamos para desarrollar nuestra vida en este mundo.
-¿Entonces las mitologías mienten? –recordé de un sopetón todo aquello que nos habían enseñado en la escuela y más tarde en el instituto.
-Ninguna lo hace. Todos los mitos son ciertos –sonrió –Todos. No creas que hay dioses para cada pueblo, en realidad eran siempre los mismos recorriéndolo todo de un lado al otro. Este mundo es grande, y no fue fácil mantenerlo a raya hasta que pudo prosperar solo. No solo civilizar a los humanos fue lo complicado. Había dioses benévolos y otros realmente malvados para este proyecto de vida. Al comienzo de las cosas fue un caos, del que increíblemente resultó ganadora la vida.