Julieta quiso quedarse

Brais

     El mayor hechicero de todos los tiempos, se asomó al balcón de la sala a la que había citado al Jefe de los cazadores Beta. Miró el horizonte con una infinita tristeza, quizás fuese el último amanecer de su extensa vida. No le apenaba morir, sino la forma en que todo aquello terminaría. Los brujos, al fin, iban a lograr deshacerse de la creación fallida: Los hechiceros. En ese momento comprendió el mal que había desparramado en la tierra. Todos los incurables, pensó, comprendemos nuestras acciones antes de la muerte.

    Brais, sabía que su viejo amigo no había optado liquidarlo porque desconfiaba de algo. El Jefe lo conocía lo suficiente para saber que él no tomaría una decisión así a la ligera, de un día para otro. Esa era la única esperanza que Brais alimentaba silenciosamente. No quería ni pensarla, por miedo a que Madre la oyera en sus pensamientos. El Jefe se daría cuenta de que su mente había sido manipulada.

-Ha llegado el Jefe Beta señor –anunció su hechicero de confianza, que había sido manipulado por las legítimas – ¿Lo hago pasar?

-Por supuesto –respondió –lógicamente sin sus hombres.  

-Adelante –se oyó decir al hechicero, que de seguro no recordaría ni su propio nombre. Solo actuaba bajo encantamiento.

Brais sintió que los nervios le quemaban la piel como una hoguera, aunque a simple vista se lo veía impasible, tranquilo.

-¡Al fin nos volvemos a encontrar! –la voz del Jefe retumbo dentro de aquella sala abovedada

-Así es –dijo siseando el hechicero. Y fue en ese momento, en que notó, que una fuerza imparable tomaba el control y se hacía con todo su ser. Las esperanzas de Brais se deshicieron en su interior –Quería que estuvieras al tanto de mi nueva visión de las cosas –tomó algo que no sabía que llevaba en el bolsillo y lo lanzó al cazador –te lo devuelvo, sería de hipócrita sino lo hiciera.

-Brais… –Susurró el jefe contemplando con horror lo que sus manos habían abarajado en el aire. La cadenita de nacimiento de su hijo Christian.

-Lo siento viejo amigo, pero tu hijo no hizo más que interferir en mis planes.

-¡¿Cómo fuiste capaz?! –rugió el cazador precipitándose sobre el hechicero que lo contemplaba con una maldad tan grande que el Jefe se impresionó y frenó su ataque. En su interior comprendió de qué se trataba, pero su razón no podía dejarse convencer por aquello.

-Nos hemos aliado con los lupis porque ellos nos prometen acabar con todo sin que tengamos que ensuciarnos las manos, a cambio de su libertad. Después de la desaparición de los brujos, acudieron a nosotros cientos de veces por ayuda, muchas de ellas no nos negamos, obvio a cambio de fuertes sumas que ellos logran conseguir con mayor rapidez que todos ustedes juntos.

-¡No puedo creer lo que estoy escuchando! –rugió el Jefe – ¿De veras estás diciendo que ese fue tu motivo?

-¿Cuál más? –dijo Brais levantando las manos –al parecer la historia vuelve a repetirse en un eterno retorno de lo mismo. Los dioses abandonaron a nuestros padres los brujos, ellos nos abandonaron a nosotros y ahora nosotros a ustedes.

-¡Los lupis no fueron abandonados! –dijo el jefe – ¡Roderica los seguiría protegiendo si estuviese viva! ¡Jamás los habría abandonado!

-¡Las cosas reales se fabricaron hace miles de años cazador! –gritó el hechicero –¡ahora nada es real, nada es cierto! Lamento ser un ser más bien contemporáneo en relación a los grandes brujos. Nací en las épocas en que el mundo ya estaba en decadencia.

-¿Qué es lo que buscás Brais? ¿Para qué te servirían los lupis?

-El mundo va a ser nuestro, y ya no tendremos necesidad de seguir en las sombras. Los grandes brujos que podrían acaso frenarnos han muerto, y con ustedes desaparecidos, los lupis se tranquilizarían. Además han quedado extremadamente diezmados, podríamos controlarlos con facilidad, y en caso de que se nos vayan de las manos, hemos conseguido el hechizo con que los conjuraron. Así de simple. Se acabaron los dioses y la cantaleta. Seríamos libres. –Brais se rindió en su interior, la suerte estaba echada.

-Entonces solo nos queda una cosa Brais –dijo con un desprecio visceral que asusto al hechicero –Luchar.

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