Hacía frío, pero al sol que entraba por la ventana se estaba agradable. Afuera el sol buscaba derretir la helada del césped, otorgándole al mismo un brillo mágico. Toqué mi vientre y sonreí. Sí se estaba agradable. La noticia, me había devuelto la cordura, me había dado esperanzas.
Estaba embarazada. Sí, estaba esperando un hijo de Enzo. Y no solo eso, ese bebé podría devolver a la vida a su padre. La magia había retornado a mi cuerpo, o mejor dicho, siempre había estado allí para salvarme.
-Julieta, tu hijo no va a ser cualquier ser –había dicho Madre, en cuanto regresara de una inesperada temporada de ausencia –mitad humano, mitad dios, mitad brujo, mitad Lupi. El primer ser que lo combina todo.
Aún no entendía que significaba aquello del todo. Y tampoco permitiría que nada opacase la dicha que me producía. Nada ni nadie. El regreso de Clara había sido mi salvavidas, pero ese hijo, el barco de regreso a casa. Blaz estaba igual de feliz que yo o más. No solo sería abuelo, sino que podríamos recuperar mediante un complejo hechizo a su hijo. Al amor de mi vida. De golpe y porrazo la brecha que nos separaría por toda la eternidad, se había convertido en un corto lapso de nueve meses. Sus ojos verdes, brujos, únicos en él mundo no me abandonarían.
-Matt –lo llamé, se hallaba en la cocina con Clara hacía rato. Había notado en ellos una química inmediata, aunque Matt tratara de negárselo a sí mismo –Deberíamos ir a visitar a las manadas y Milo.
-¡Es buena idea! –dijo asomándose con las manos llenas de harina. Sonreía abiertamente. Yo sabía cuánto extrañaba a su familia, y ahora que todo parecía estar resolviéndose, podríamos tomarnos unos días.
-¿Pensás que a Blaz no le importa que te vayas? –dijo una bellísima Clara asomando detrás de Matt. Cada vez que la veía, un cosquilleo interno me llenaba el estómago de felicidad, allí donde antes sentía un vacío terrible y oscuro.
-Tendrá que acompañarnos –dije resuelta –estoy en cinta sí, pero no inválida. Además es muy reciente.
-¿Qué hay de salvar al mundo? –insistió.
-Ya estamos en ello –respondí revoleando los ojos – ¡No seas tan aburridamente responsable Clara, por dios!
-Solo busco evitar problemas –dijo riendo –aunque ya sé que todos van a cuidarte y nada va a sucederte. –se acercó y acarició mi abdomen – ¿Lo sentís? –asentí.
Podía hacer más que sentirlo, pero aún no le había dicho a nadie de aquello. De algún modo el ser que se desarrollaba dentro de mí podía hablarme mediante imágenes o secuencias de ellas. Al principio me había asustado, pero luego lo había comprendido. Mi hijo me mostraba cosas o sensaciones. Me hablaba de él, y de su mundo tibio y cómodo dentro de mí. Era algo muy íntimo, y por el momento lo guardaría como algo nuestro. Solo se lo había susurrado a Enzo en la cripta. Si su alma estaba allí rondando, en el viento, en la brisa o en los rayos de sol, lo oiría.
El futuro que se presentaba no era color de rosa. Se avecinaban grandes cambios, y estos jamás son fáciles o pacíficos. El regreso al origen se avecinaba. Pero enfrentarlo en familia, era indudablemente mucho mejor. Ya no estaría sola nunca más.
Miré una foto sobre la chimenea del living. Me la había tomado el día que llegara a esa casa. Sostenía a Francesco entre brazos. Faltaba poco para poder recuperarlo. Le extendí la foto a Clara y esta le preguntó algo que no me molesté en escuchar a Matt. Me volví sobre la casa, las paredes, los rincones. Recordé por un instante los primeros momentos que allí había pasado y el miedo que me producía pensar en un invierno en soledad. El día en que había conocido a Enzo, y luego a Matt. Y después todo lo demás. Y ahora en pleno invierno, habiéndolo recuperado todo, que sabía quién era y porque razón habitaba este mundo, aquello me parecía algo vivido hacía cien años. Toqué mi vientre y el latido de un pequeño corazón vibró en mis manos, en mi sangre. Una nueva vida que me impulsaría y salvaría a mi Enzo. Lo recuperaría y los tres juntos emprenderíamos el extraño camino que nos deparaba la vida.
Ahora ya no tendría que pasar mis inviernos en soledad. Nunca más.
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