― ¡¿Cerda puedes apurarte?!―chilló Caitlin abriendo la puerta de golpe.
Levanté mi cabeza solo para ver a la bruja que tengo por hermanastra. Su cabello negro caía como cascadas por sus hombros, y aunque odie pensarlo, su top Calvin Klein negro junto a sus vaqueros rotos le quedaba espectacular. Ella tenía una figura digna de admirar, mientras que yo…pues yo tengo cerebro.
― ¿No ves que estoy ocupada alistando mis cosas?― contesté de mala gana―Encima de regalada, ciega.
Abrió los ojos como platos al escuchar lo que le dije. No entiendo de qué se queja, ella me ha llamado de peores formas.
― ¡Ya verás cerda, le diré a tu padre lo que me dijiste y estarás castigada! Me pedirás disculpas de rodillas―gritó mientras me acusaba con su sucio dedo, que cosas habrá tocado con el.
― Bueno querida, vamos a ver quién le pedirá disculpas a la otra. Sabes, ¿te divertiste mucho en la fiesta que hiciste en mí casa anoche? Apuesto a que sí, no querrás que le diga a mi padre y a tu madre ¿Cierto?―pregunté con fingida inocencia en mi voz.
Su cara era todo un poema, a veces tenía que amenazarla para que me dejara en paz, no sé qué tenía esa chica conmigo, pero todos los días se empeñaba en hacerme la vida imposible
Rio mientras negaba con la cabeza― ¿Piensas que tu padre te creerá? No me hagas reír― puso sus manos en su caderas intentando parecer intimidante, tuve que aguantar las ganas que tenía de reír. Ella parecía de todo menos ruda, era como ver a un gallo todo flacucho ponerse en posición de pelea.
Saqué mi celular y le mostré uno de los muchos videos que tenía de ella actuando como toda una puta.
―Tal vez no me crea a mí, pero una imagen dice más que mil palabras― agarré mi mochila y pasé por su lado, Caitlin me miraba como si me quisiera matar.
O tal vez si quería matarme, no es mi culpa ser más inteligente que ella
―Cierra la boca querida, o entrarán moscas― sin decir más, me fui del cuarto. Mientras bajaba las escaleras, escuché su grito de niña berrinchuda, ya estaba acostumbrada.
Cuando llegué al comedor, mi padre me miraba con una ceja alzada y su jugo de naranja al lado.
― ¿Qué le hiciste?―preguntó
―Nada de lo que ella ya me ha hecho― contesté encogiéndome de hombros.
Cogí del frutero una manzana y salí de mi casa no sin antes de despedirme de mi padre y Brisa, la madre de Caitlin. Brisa era todo lo contrario a su hija. Amable, servicial, atenta, entre otras cualidades más. Estaba feliz por tener alguien como ella en casa.
El sonido de un claxon me sacó de mis pensamientos, alcé la mirada y me encontré con Mía quien me miraba con una sonrisa. Abrí la puerta del copiloto y entré.
― ¿Te peleaste con la bruja tetona?― cuestionó Mía con una sonrisa mientras manejaba
― Le dije regalada― conteste
Ambas soltamos tremendas carcajadas
― Ya me imagino su cara…― murmuro con una sonrisa soñadora
― Fue muy gracioso, parecía un gallo flacucho en posición de pelea―comenté risueña
Así nos pasamos todo el viaje al instituto entre risas y bromas por parte de las dos. Cuando llegamos, bajamos del auto y no tardé en escuchar los susurros de todos sobre mí.
Nos conocían como “Las opuestas”, a Caitlin le decían “La rica” y a mí solo me conocían como “La hermana de la rica”.
¡Vamos! Ni siquiera soy su hermana.
― ¡Murmuren más fuerte así los escucha todo el mundo!― gritó Mía
― Tranquila Mía, no es para tanto. Sus palabras no me afectan―hablé encogiéndome de hombros.
Luego del pequeño show que hicimos, ambas entramos a nuestras respectivas clases. Después de pasar por la horrible clase de Física, prometí nunca más sentarme adelante. ¡Toda la bendita clase se la pasó escupiéndome en la cara!
― ¡Hey Maylin!― exclamó Mía mientras corría hasta ponerse a mi lado― ¿Qué paso? Saliste del aula con la cara roja.
Negué con la cabeza― ¡El profesor de Física me escupía en la cara mientras hablaba!
Mía rompió en carcajadas apenas le informé acerca de lo que me pasó
―¡Qué asco!―murmuró mientras me llevaba hacia la salida
―Tienes razón―hablé riendo
Apenas salimos por la puerta sentí una sensación nada agradable, voltee a ver a Mía que estaba tensa y mantenía la mirada fija en algún punto del estacionamiento.
― ¿Oye Ricitos que miras? Algún chico guapo que me quie...― mi mirada se posó en donde la tenía fija Mía.
Al lado del carro de mi amiga, estaba apoyado un chico de aproximadamente veintitrés o veinticuatro años, tenía la mirada puesta en mí.
Quería ir hacia él y abrazarlo, sentía que ya lo conocía; sus ojos mieles me miraban expectantes.
―Alek…―susurré antes de desmayarme, miré como Mía se agachaba a mi lado y gritaba mi nombre, antes de perder totalmente la conciencia, observé como el chico de ojos mieles venía corriendo a una velocidad impresionante y se agachaba al lado de Mía, puso mi cabeza sobre su regazo y susurró: