― Oye Maylin― sentí como unas manos comenzaban a darme palmaditas en la cara.
Gruñí en respuesta
― ¿Acaso eres un perro para que gruñas?― preguntó esa voz de nuevo sin dejar de lado las palmaditas― Si no te levantas ahora te tiraré agua en la cara. Y créeme que lo haré, no voy a permitir que sigas durmiendo ¡Llevas más de cinco horas inconsciente!
Eso bastó para que me sentara de donde sea que estaba acostada, apenas abrí los ojos me encontré con la cara de Mía quien me miraba preocupada.
― Creí que no despertaría― susurró para ella misma
Fruncí el ceño― ¿A qué te refieres?― cuestioné confundida mientras me frotaba los ojos. Mía solo se encogió de hombros y me contestó con un “No es nada”.
― ¿Qué paso?― pregunté cruzando mis piernas sobre la cama.
― Te desmayaste, ¿Adivina quién tuvo que cargarte hasta mi auto? ― se señaló a sí misma― Esta nena.
Solté una risita― No sé qué haría sin ti― Mía tomó mi mano y le dio un pequeño apretón.
― Hey, Soy tu mejor amiga, ¿Lo olvidas? Para eso estoy― estudié su rostro y por un momento vi pasar una mirada de nostalgia.
Estaba a punto de responderle cuando una punzada en mi cabeza me hizo retorcerme de dolor. Tomé mi cabeza entre m
is manos presionándola en el proceso en un intento en vano de apaciguar el horrible dolor. Lo único que podía ver cuando cerraba mis ojos, eran imágenes pasando rápidamente frente a mí.
No paró hasta que Mía sacó mis manos de mi cabeza y me hizo mirarla fijamente a sus ojos.
― May, escúchame― exclamó mirándome preocupada― quiero que me mires a los ojos ¿Bien?, Respira conmigo.
Empezamos a dar bocanadas de aire juntas, poco a poco regulé mi respiración. Cuando estuve mejor, Mía me dio un poco de té y nos sentamos en su mesa.
― Gracias nuevamente por lo de antes.―
―Creí haberte dicho que no tenías nada que agradecer. Pareces disco rayado repitiendo lo mismo.
Ambas reímos― Bueno, está bien. ¿Qué hora es? Mi padre y Brisa no iban a estar esta noche en casa y no quiero dejarla sola para Caitlin.
― Son…―miro su muñeca derecha en donde estaba su reloj dorado― las diez.
Abrí los ojos sorprendida― Lo siento Mía, me tengo que ir― me paré del asiento y me fui corriendo a su cuarto, tomé mi mochila y regresé hasta donde estaba mi amiga.
― No digas más. Yo te llevaré, es muy tarde para que vayas sola.
Sonreí― Está bien, más que mi mejor amiga paraces mi guardiana.
Observé su rostro y me di cuenta que tenía una sonrisa tensa.
― Bueno, vamos. Te llevaré en mi auto.
(…)
Abrí la puerta de mi casa despacio, no quería que la bruja se despertara―si es que estaba dormida― y me llenara de preguntas.
Cerré la puerta lo más lento que podía, un chirrido se escuchó por toda la casa y maldecí al darme cuenta que el sonido lo había provocado yo.
― Con que al fin llegas.
Brinqué del susto al darme cuenta que no estaba sola, di la vuelta lentamente y me encontré justo con la persona que no quería ver.
― Caitlin― murmuré llevando una mano a mi pecho― me asustaste. Miré tu cara y casi me da un paro cardiaco.
―JA-JA que graciosa― se acercó a mí― ¿Por qué llegas tan tarde?
―La razón por la cual llegué tarde, no te incumbe― traté de pasar por su lado, pero su mano agarró con fuerza mi muñeca haciéndome parar de golpe.
― No hemos terminado de hablar― espetó entre dientes. Su mirada penetró la mía con intensidad.
Sonreí de medio lado― Afortunadamente, yo sí― me solté abruptamente de su agarre y me fui directo a mi habitación.
Suspiré con tranquilad al cerrar la puerta de mi cuarto, no me apetecía discutir con Caitlin a estas horas. Cada vez que hablábamos, siempre terminábamos discutiendo, así sea por la mínima cosa.
Me cambie de ropa y me puse mi pijama, me acosté en la cama y me quedé mirando el techo. Solté un bufido al darme cuenta de lo tan patético que era mi vida.
No recuerdo en qué momento me dormí, pero de lo que si estaba segura, fue que no lo hice unas dos horas después de acostarme.
(…)
Miré mi puerta que era tocada insistentemente por nada más y nada menos que, la bruja tetona.
― ¡¿PUEDES SALIR YA?!― vociferó Caitlin.
― ¡¿PUEDES CALLARTE YA?!― grité de vuelta.
Se quedó callada― Gracias.― murmuré molesta.
Lo malo de que mi hermastra tenga un auto, era que tenía que llevarme todos los días. Ayer solo me llevó Mía por que el carro no tenía gasolina y ni loca me iba caminando con ella.
Bajé corriendo las escaleras no queriendo encontrarme con la bruja tetona; saludé a mi padre y Brisa, agarré una manzana y salí de la casa.