Salí furiosa de la sala del director, ¿Quién se cree que es? Ah, cierto. Es la persona que puede expulsarme de esta cárcel a la que llamo colegio. Ya recordé porque no le dije las verdades a la cara.
Caminé por los pasillos hasta llegar a la enfermería, observé por el pequeño ventanal que había en medio de la puerta, a mi padre hablando con la enfermera.
― ¡Maylin!― abrí los ojos sorprendida por su acción, rápidamente corrí a su encuentro haciendo señas para que guardara silencio. No quería que mi padre me viera todavía, el colegio lo mandó a llamar por el incidente que provoqué.
― ¡Silencio! Mi padre está en la enfermería con Caitlin― murmuré llevándola hacia donde se encontraba mi casillero que se encontraba unos pasos de la enfermería.
― Lo siento, ¿Qué te dijo el director?― observé por un momento sus ojos azules, se notaba preocupada.
Suspiré― Lo mismo de siempre, que no me meta en problemas, ni peleas y nada que ponga en riesgo mi vida―comenté rodando los ojos.
Su mano se posó sobre mi hombro, me miró con esa sonrisa que siempre ponía cada vez que no estaba de acuerdo conmigo.
― Mira, May. Yo siempre estoy de acuerdo contigo, pero, creo que esta vez la tiene el director. No puedes ir pegando a Caitlin solo porque dijo algo que te enfadó. Y tampoco puedes ir metiéndote en peleas ni nada de eso. ¿Entendiste?
Asentí de mala gana.
― Bien, ahora quería preguntarte si pod…― el sonido de una puerta abriéndose, interrumpió nuestra conversación.
Ladeé mi cabeza y lo ví.
Su mirada se posó sobre la mía, Caitlin quien estaba bien enganchada del brazo de mi padre, sonrió hipócritamente al verme.
Ambos caminaron hacia mi dirección, estaba preparada mentalmente para el regaño que venía.
― Maylin― espetó mirándome con reproche― no puedes seguir haciendo esto hija, ¿Viste cómo está de lastimada?
Sí, y estoy muy feliz de que sea así.
Asentí con la cabeza― Lo siento Caitlin― murmuré con una sonrisa fingida.
Sonrisa que pasó desapercibida por mi padre, pero no para Mía y Caitlin.
― Mark, me duele mucho―su mano sostuvo su nariz que estaba hinchada.
Sonreí de medio lado.
― Está bien, la enfermera te recetó unos medicamentos. Iremos a comprarlos― volteó su cabeza hasta mí― ¿Fuiste a la enfermería?
Negué con la cabeza.
― No era necesario― sonreí de medio lado, miré a Caitlin que me miraba con el ceño fruncido.
Si yo estuviera en su lugar, de seguro me vería así también. Sabía lo que estaba pensando.
O por lo menos me acercaba a lo que esa sucia cabecita pensaba.
Mis “heridas” no eran notorias, la cachetada que me dio, ya había desaparecido casi por completo.
Si no fuera porque me enterró las uñas de bruja que tenía, ya estaría curada.
Y solo tenía un raspón en el labio inferior.
Mi sistema era así, sanaba rápidamente, o por lo menos la mayoría.
Mamá siempre decía que era porque sabía cómo caer, y por eso mis heridas no eran de gravedad. Pero yo repetía que era por la magia, que tenía poderes. Mamá siempre reía cada vez que decía eso.
Me hace tanta falta.
― Esta bien, no te veo muy golpeada. Caitlin se siente mal. Vámonos a casa― declaró mi padre.
― De hecho, Mía me llevará a casa. Ella también se siente mal― Mía sobó su pancita haciendo una mueca de dolor.
Asintió― Cuídate Mía. Nos vemos en la casa Maylin, ahí charlaremos mejor.
Me miró por última vez y se fue junto a Caitlin.
Los vimos alejarse por el largo pasillo, cuando cruzaron la puerta principal, Mía suspiró de alivio.
― Tú― me señaló― estás en graves problemas.
― Lo sé. Mi padre no me lo perdonará tan fácil.
― Vamos a mi auto― salimos de la escuela y caminamos hasta el estacionamiento.
Abrí la puerta del copiloto y entré. Me puse el cinturón de seguridad y observé a Mía que hacía lo mismo.
Encendió el auto y empezó a manejar.
Amaba la compañía de Mía, no era necesario hablar para sentirnos cómodas. Esa era una de las mejores partes que pasábamos antes de llegar a mi hogar.
― May, faltan dos días para tu cumpleaños y me gustaría pasarla contigo. Ya sabes, pijamada, maratón de películas. De hecho, si te dan permiso, mañana te recogería temprano, dormirías conmigo y el domingo saldríamos a pasear. ¿Qué opinas?―inquirió con una sonrisa de medio lado.
― Cielos Ricitos.―reí― Lo olvidé.
― Lo sé, soy la mejor. Pero dime, ¿Qué piensas?
― Bueno, considerando que casi mato a golpes a la bruja tetona. No creo que mi padre me deje ir.
Aparcó en una distancia moderada. Desde el lugar donde estábamos, se podía apreciar muy bien el estilo cabaña de mi casa.