Sábado.
Hoy era sábado, desperté contenta ya que no tendría que escuchar la chillona voz de Caitlin.
Me puse una polera negra, unos vaqueros junto mis converse
Tomé la mochila que estaba en el suelo y empecé a meter ropa en ella. Solo era un poco, iba a quedarme una noche.
Luego de terminar de acomodar mis cosas, abrí la puerta de mi habitación.
Me sorprendió no escuchar nada. Normalmente los sábados y domingos, Caitlin se pasaba toda la mañana cantando ―o gritando― canciones en inglés
Bajé las escaleras lentamente y no hallé a nadie.
La casa estaba totalmente vacía.
Fruncí el ceño al darme cuenta que había un papelito pegado en mi refrigerador.
“Cariño, tuvimos que salir temprano ya que nuestros pasajes de avión están programados a las cuatro de la mañana. Siento mucho lo de anoche, conversaremos cuando llegue a casa.
Te quiere y te desea un feliz cumpleaños, Papá”
Bufé, rompí en pequeños pedazos la nota de mi padre y procedí a tomarme un buen desayuno.
Cogí los cereales y vertí la leche en un tazón Tomé un sorbo de jugo de naranja y seguí desayunando.
Sentí mi celular vibrar en el bolsillo de mi polera, lo saqué y me di cuenta que tenía un mensaje de Mía.
« RICITOS: / HEY, ¿TE RECOJO?/ »
Miré mí alrededor, la casa estaba vacía. Ellos se habían marchado. No les importó que ese viaje fuera por mi cumpleaños.
Hipócritas.
Escribí casi de inmediato la respuesta.
« / SÍ, NO TE DEMORES/»
Guardé el celular de nuevo en mi bolsillo y seguí desayunando.
Mía era la única que me quedaba.
La única que me quería.
Y la apreciaba por eso.
El sonido de claxon me levantó, miré a mi alrededor y no tardé en darme cuenta que me había quedado dormida en el sillón después de comer.
Apagué la televisión y subí rápidamente hacia mi habitación para coger mi mochila.
― ¡Maylin!― miré por la pequeña ventana que había en mi cuarto y divisé a Mía que tenía las manos en las caderas en una pose “intimidante”.
Hice unas señas indicándole que esperara; tomé mi celular, cargador, y coloqué mi mochila en mi espalda.
Bajé las escaleras corriendo, tomé las llaves antes de salir, abrí la puerta de mi casa, cerré con llave y caminé hasta Mía que tenía una gran sonrisa en su cara.
― ¡Dios! Casi me matas con esa mirada que me diste cuando estaba en mi habitación― murmuré irónica.
Soltó una risita.
― Bien, lo lamento. Te demoraste mucho― respondió con una sonrisa.
― Nos quedaremos acá o iremos a tu casa― cuestioné alzando una ceja.
― Vamos.
Nos subimos al auto y Mía manejó en silencio todo el trayecto a su casa.
Observé con curiosidad su celular. En todo el camino no había parado de sonar.
Cuando llegamos a su casa, lo primero que hizo Mía fue agarrar su celular y prenderlo.
Salimos del auto y ella seguía mandando mensajes ―a no sé quién.― apurada.
― Tierra llamando a Mía― exclamé pasando mi mano entre el celular, miró por un momento mis ojos.
Suspiró.
― Lo siento es…―negó con la cabeza― no es nadie.
Asentí lentamente. Sabía que estaba mintiendo.
Pero no quería presionarla.
― ¿Entramos?― inquirió con una sonrisa tensa.
Pasé por el umbral de la casa de Mía, escuché como la puerta era cerrada lentamente.
Dejé mi mochila en el sillón crema que había en medio de la sala.
Su casa no era muy grande, solo ella vivía allí así que no había necesidad de comprar otra más grande.
Eran muy pocas las veces que me hablaba de sus padres, no era un tema que sacábamos para conversar. Una vez mientras comíamos― en realidad yo solo comía ya que ella decía que en su casa tomaba algo― dijo que sus padres estaban en un lugar muy lejos de aquí.
No pregunté más ya que se veía muy incómoda hablando de ese tema.
A diferencia de mí, Mía sabía muy bien la situación de mi familia.
Desde que mi padre se casó con Brisa hasta la situación actual con Caitlin.
Recuerdo la primera vez que llamamos “bruja tetona a Caitlin”.
Fue una vez cuando Mía se quedó a dormir en mi casa, mi padre había salido junto a Brisa por Halloween y había dejado a cargo a Caitlin ―ya que ella era mayor que yo por dos años― y como obviamente se trataba de Caitlin, organizó una de las tantas fiestas que hacía en mi casa cuando mi padre no estaba.
Cuando sonó el timbre de mi casa sonó, Mía y yo nos mirábamos interrogantes ya que este seguía sonando y nadie abría la puerta.