Como una flor marchita enamorada del sol. Sabiendo que lo que un día le dio vida ahora la está matando —David Sans.
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Capítulo uno.
Primer paso hacia la luz.
Charlotte.
Estados Unidos, 13 de septiembre del 2015.
El día está lluvioso, al igual que yo. Hoy no es un día fácil para mí; mi tía me dejó salir un rato sola, pero la verdad es que mi estado de ánimo no me deja salir de mi cama.
Hace exactamente siete años de la muerte de mi madre, y como todos los años, me encierro en mi habitación y no dejo que nadie me vea.
Mañana iré al cementerio con mi tía, aunque le dije que no es necesario que me acompañe. La mujer ya hace mucho por mantenerme a flote, no quiero agregarle una preocupación más.
Trabaja demasiado, costea mis gastos médicos y me da todo lo que necesito; aparte de todo eso, me acompaña a la mayoría de los sitios a los que voy, aunque no es que salga mucho.
Desde que murió mamá, soy alguien totalmente diferente.
Tenía doce años en ese entonces, un buen futuro y muchas ganas de vivir.
Nada comparado con lo que soy ahora, una simple sombra de lo que era.
Observo el techo de mi cuarto como si allí estuvieran las repuestas a las preguntas que siempre formulo.
¿Por qué ella y no yo?
No tiene sentido que siga haciendo esto, estoy arruinando un poco la cordura que me queda. Me levanto y tomo en mi mano el bolso de mi tanque de oxígeno; camino hacia el escritorio donde se encuentra mi laptop, y me siento a escribir. Mi psicóloga me dice que es bueno que escriba mis sentimientos, es una terapia que siempre me ha funcionado. Escribo sobre mi enfermedad, sobre mi mamá, sobre mi tía y sobre la nueva mascota de la vecina. Es un lindo cachorro de labrador, muy tierno y gordo.
Los médicos no me permiten tener mascotas, ya que soy propensa a contraer enfermedades respiratorias, por lo que los animales pueden agravar mi situación. Yo no les hago mucho caso, cada que puedo, acaricio al pequeño cachorro y lo alimento, la señora Dalia es muy amable, me deja hacerlo siempre y cuando ella esté presente.
Termino de escribir y coloco música en los altavoces. Escuchar las canciones de mis bandas favoritas relaja mi mente, me hace olvidarme de todo a mi alrededor, es como el analgésico para mi dolor. Antes de que sucediera todo, solía tocar piano a diario, pero eso me recuerda a mi madre y por ese motivo ya no lo hago. Mi tía Judith trajo mi piano hasta nuestra casa, pero no quiero verlo, por lo que lo mantiene cubierto con un mantel en la sala, como si fuera una mesa.
Admito que mi vena de músico salta cada vez que lo ve.
Son las doce del medio día, y la música parece que va a reventar las paredes. Estoy sola en casa, pero no me gusta deambular por los pasillos, mi cuarto es mi santuario. Terminé la escuela hace poco más de dos años, pero no pude ingresar a una universidad debido a mi enfermedad, así que hice un par de cursos de diseño gráfico por internet y gano bastante dinero trabajando desde mi hogar.
En realidad quería estudiar gastronomía, pero no fue posible, así que cocino a veces, cuando estoy de buen humor. Mi tía Judith es una persona maravillosa que me ha tenido demasiada paciencia; no tiene hijos y está en una relación con el señor Lee, un hombre divorciado y con una hija, son muy agradables. No tengo ningún problema con ellos, de hecho, Olivia Lee es la única persona que puedo considerar mi mejor amiga. Los conocí hace un año, en una cena que organizó Oliver, el papá de Olivia, para conocerme. Según él, mi tía habla maravillas sobre mi.
Somos muy cercanas, tanto que la considero mi segunda madre. La primera vez que se lo dije ella lloró, puesto que soy muy cerrada con mis cosas y ella no se esperaba tal confesión.
Tomo mi celular y veo de nuevo las imágenes de mi galería. La mayor parte del contenido son fotos de Olivia conmigo y el resto con mi tía y algunos familiares. Nada con que puedan identificar mis gustos. No suelo usar mucho el celular, siento que pierdo mucho tiempo en él, así que aprovecho para hacer otras cosas como cocinar, leer y escuchar música.
Decido mandarle un mensaje a Olivia, tengo días que no la veo y deseo compartir con ella.
Pero no hoy. Hoy deseo estar sola.
Para: Olivia.
Yo: Hey, ¿que tal todo? √√
Me acuesto en el suelo de la habitación, y coloco mi bolso a un lado, para poder moverme. Necesito usar las veinticuatro horas del día un tanque de oxígeno, ya que por si solos, mis pulmones no funcionan como es debido. Es molesto llevar aquel fino objeto en mi rostro, pero prefiero eso a usar una mascarilla. Los médicos me dieron dos opciones, quedarme internada en una clínica o cargar con un pequeño tanque de oxígeno y poder salir a donde quiera, siempre y cuando no ponga en riesgo mi salud. Por supuesto que elegí la segunda opción, no me gustan los hospitales, y mucho menos tener que pasar el resto de lo que me queda de vida encerrada en uno.
Mi teléfono suena por una notificación.
De: Olivia.
Para ti: Todo bien ¿y tú? ¿Estás sola? √√
Para: Olivia.
Yo: Igual. Sí, estoy sola, aunque mi tía no tarda en llegar. √√
De: Olivia.
Para ti: ¿Te parece si vamos de compras mañana? Es que necesito un par de jeans nuevos, papá quiere que deje de usar faldas cortas v_v. √√
¿Sería bueno para mí salir?
Lo pienso por un momento. Me hace falta llevar un poco de sol, mi piel esta muy pálida, casi de un tono enfermizo, por lo que mis ojeras se notan más de lo normal. No creo que mi tía ponga resistencia, sabe que con Olivia no me pasará nada.
Para: Olivia.
Yo: Está bien, pasaré por tí después de ir al cementerio. √
Veo que se desconecta, así que dejo mi celular a un lado. Cierro los ojos y respiro profundo; siento un poco de fatiga, pero es normal.
Escucho unos ruidos, pero la música es demasiado fuerte como para que le preste atención. Me concentro en mantener calmada mi respiración, inhalo... exhalo...
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Editado: 17.12.2020