En el mundo hay siete punto ocho billones de personas.
¡Siete punto ocho billones de personas!
¿Por qué razón tenía que estar en la misma habitación con la persona que menos quería ver en mi vida?
—Estás...
—Hermosa, como siempre —le interrumpí. Sonreí y alcé la barbilla—. Este es un nuevo estilo que adquirí hace poco. Lo llamo «La gata bajo la lluvia».
Alzó las cejas, incrédulo. Me lamenté y autoabofeteé mentalmente, pero no demostré que estaba arrepentida de la soberana estupidez que había dicho.
El ambiente se puso tan pesado que tuve que hacer un esfuerzo soberano para tomar una mínima bocanada de aire.
Nuestro último encuentro no fue nada grato y, aunque habían pasado seis años desde eso, parecía que la situación seguía...irritándome.
Estaba segura que no era la única que lo sentía.
—Haré una llamada —dijo de pronto. Asentí.
—Yo también.
Nos dimos la espalda. Abrí mi cartera a toda prisa y saqué mi celular. Presioné marcación rápida, miré disimuladamente hacia atrás y al verlo también haciendo una llamada, volví a girarme y esperé. Apenas contestó, no me dejó decir una sola palabra.
—Rouse, déjame explicarte —dijo, apresurada.
— ¿Vas a explicarme ahora que estoy en la misma habitación que ese pelos de fideos? —espeté en un susurro.
—Necesitabas el empleo.
—Prefiero echar sacos de sal en un muelle antes que trabajar para Black ¡Para Black, Aurora! —Siseé—. ¿Qué esperabas que pasara cuando lo viera? ¿Que me lanzara a sus brazos y lo besara?
—Bueno—
—No respondas —le interrumpí. Me acerqué a la esquina de la pared para asegurarme que Black no nos escuchase. Me giré disimuladamente para verlo. Seguía hablando por teléfono—. ¿Estás al lado de tu esposo? —no respondió—. Aurora…
—Sí, pero está hablando por teléfono.
—Con Black —afirmé. Su silencio fue suficiente respuesta. Negué, incrédula— Por lo visto él tampoco sabía que esto era una treta entre su hermano y la desquiciada de mi prima.
—Solo fue una gran coincidencia que uno necesitara lo que el otro ofrecía. Vimos la oportunidad de ayudar y la tomamos.
—Pero que almas tan nobles son las suyas. No puedo con tanto altruismo ¿Por qué no continúas con tus buenas obras y averiguas qué es lo que le está diciendo a tu querido esposo?
—Rouse, no puedo hacer eso.
—Me trajiste engañada al trabajo de mi ex y no conforme con eso te atreviste a ofrecerme un trabajo donnde tengo que vivir con él y cuidar de su hijo. Por supuesto que puedes preguntarle a tu esposo qué es lo que le está diciendo. Ahora.
La oí suspirar—. Cariño, ¿qué te está diciendo Black?
Esperé impaciente la respuesta de su esposo.
—Me está pidiendo que averigüe qué es lo que Rouse te está diciendo —contestó.
Me giré para verlo solo para notar que él había hecho lo mismo. Ambos nos miramos, sin ningún ápice de emoción en nuestros rostros, pero con unos cuántos improperios en nuestras miradas.
Black Donovan no era de mi agrado y yo tampoco era del suyo. No lo quería cerca. Si de mí dependiera, hace mucho me hubiera ido a la luna para no respirar el mismo aire que él.
Sobre todo, porque este siempre me faltaba cuando estaba a su lado.
Odiaba esa sensación. Pensé que esas emociones ya no existían.
«Cavernícola» —pensé.
Estaba segura que también me estaba insultando en su mente.
Volví a girarme y sujeté el teléfono con fuerza.
—Escúchame bien, Aurora. Yo no—
—No insistas más, Helios —callé al oírlo hablar en voz alta—. Si ella no quiere, yo no puedo obligarla. Se ve bastante reacia en aceptar el trabajo.
Lo observé, sabiendo que lo estaba haciendo a propósito. Se paseó por la oficina como si nada. Bueno, era su oficina, pero la exageración de despreocupación en sus movimientos fue enervante, más aún cuando lucía como un modelo posando para un comercial de bienes raíces; despreocupado, confiado de su atractivo y desenvuelto en el lugar.
¿Por qué Dios hacía a los imbéciles tan guapos?
Enderecé mi espalda y lo miré fijamente. No sé si pensaba que los años, mi apariencia de novia dejada en un aguacero o el hecho de que fuera él quien ofrecía el empleo me hiciera sentir intimidada, pero estaba bien equivocado.
—Aurora, te llamo luego. Debo conversar con el señor Donovan, dile a tu esposo que también cuelgue.
Colgué sin esperar respuesta. Estaba muy enojada y no quería decirle cosas a Aurora de las que luego pudiera arrepentirme. Su intención —aunque era una completa molestia para mí— había sido buena.
—Espera, Helios, no cuelgues. No —sonreí al ver que Helios había escuchado mi pedido y le había colgado.
Black suspiró, guardó el teléfono en el bolsillo de su camisa y presionó sus labios. Acomodó sus gafas en el puente de su nariz y volvió a encararme, sereno. Antes solía usar lentes de contacto, pero siempre que usaba gafas parecía que los huesos de mis piernas desaparecían.
Bendito sea el diablo. Los hombres con gafas son para mí talón de Aquiles.
»Por lo que veo, sigues siendo igual de mandona.
—El carácter y el liderazgo no es algo que se desvanezca con los años —guardé el celular en mi bolso y me crucé de brazos—¿Qué te hizo pensar que no estoy dispuesta a aceptar el trabajo?
—Parecías bastante impresionada al verme y llamaste a Aurora.
—Tú llamaste a Helios y también parecías demasiado impresionado al verme.
—¿Debo decirte por qué parecía impresionado? —cuestionó, señalándome de arriba hacia abajo. Resoplé—. Al igual que tú, no tenía idea de nada. Supongo que esto debe ser difícil para ti. No tengo ningún problema con que trabajes conmigo. Lo nuestro ocurrió hace mucho. Es una etapa que, al menos yo, ya superé. Pero si tú aún sigues guardando algún resentimiento, puedo incluso ayudarte a conseguir otro empleo.
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Editado: 25.11.2024