—Si hay una persona que puede hacer que una abominación de tela se vea bien, sin duda eres tú.
Sonreí, halagada. No admitiría en voz alta que su cumplido había mermado esa incipiente inseguridad que de pronto comenzó a asomarse al ver a Black bailando con aquella mujer.
—¿Qué haces aquí?
—Soy compañero de trabajo de la novia. ¿Tú qué haces aquí?
—Soy la decoradora floral de la novia —contesté—. Fui al local de mi jefe a dejarle un recado a su asistente para que atendiera a Micael en mi ausencia y Alika apareció. Tuvo una crisis y quise ayudarla.
—No tenía idea. Eso paga toda deuda que hayas tenido conmigo por dejarme plantado —aseguró. Me miró de arriba hacia abajo y sonrió—. Creí que habías tardado dos horas para venir combinada conmigo. No considero que el color melocotón combine mucho con mi atuendo.
—No te burles. Tuve un accidente y Alika me prestó uno de los vestidos de dama de honor.
—Eso tiene mucho sentido —dijo entre risas—. Pero te ves hermosa. Lo digo en serio. No es el vestido, sino quien lo usa.
—Siempre he dicho lo mismo.
Un cómodo silencio se posó entre nosotros, siendo roto por el suave jazz que habían puesto para bailar.
—¿Por qué no me cuentas en la pista de baile un poco más de tu odisea de hoy? —preguntó de pronto. Enarqué una ceja.
—Vaya forma de invitarme a bailar.
—Muy original, lo sé.
—Me gustaría, pero no es correcto.
—Técnicamente, ibas a venir conmigo, así que eres una invitada más —tendió su mano y me hizo un ademán para que lo acompañara—. Vamos, tengo curiosidad por saber si eres tan buena en el jazz como en la salsa.
Sonreí y sostuve su mano. Orlando sabía cómo provocarme.
—Soy buena en todo, querido.
Me llevó hasta la pista de baile. Su agarre era suave y no buscaba marcar una pauta. Eso me gustó. Me agradaba que mis parejas de baile no me dirigieran, sino que fluyéramos juntos.
Alika me había dicho que también podía disfrutar de la velada. Un baile no le haría daño a nadie. Además, el jazz también era una de mis debilidades. Cerré mis ojos y disfruté de la música.
—Dime, ¿cuál fue la crisis que tuvo Alika?
Abrí mis ojos lentamente, topándome con los suyos. Era un bueno bailando jazz. Me sentía a gusto.
—Ella decidió tener una boda con colores fríos para impresionar a su jefe, pero en el fondo quería colores cálidos. El esposo cambió todo a última hora. No puedo imaginar que tan jodido es su jefe como para que la pobre entre en una crisis así —refunfuñé. Orlando parpadeó incesantemente, sin poder creerlo. Me acerqué disimuladamente a él—. Tú dime.
—¿Qué?
—¿Su jefe es así? —le interrogué—. Me dijiste que trabajabas con ella.
—Ah. Bueno…, opino que exageró un poco. No creo que a su jefe le importe lo más mínimo qué colores usa en su boda. Es su boda, al fin y al cabo.
—He conocido personas bastante miserables, así que todo es posible —aseguré. Entrecerré mis ojos—. Espera…, si ambos son compañeros de trabajo, ¿por qué dices "su jefe" en vez de "nuestro jefe"?
Balbuceó. Sus movimientos se tornaron más tensos.
—Te-tenemos jefes diferentes.
Comprendí de inmediato lo que ocurría. Negué, burlona.
—Ah, ah. No, amigo. A mí no puedes mentirme. Tú eres el jefe, ¿verdad? Oh, ¡sí lo eres!
Suspiró, avergonzado. No pudo evitar reír al ver como sus hombros subían levemente al ritmo del jazz movido. Sus movimientos no concordaban con su rostro.
—¿Si te digo que sí, pensarás que soy un jodido tirano?
—Me gustan las personas que son exigentes en su trabajo. Opino que la presión atrae a la disciplina, pero hay una delgada línea entre ser un líder exigente y ser un tirano patán.
—No soy un tirano patán. Juro que no sé por qué quiso poner colores fríos. Ni siquiera me gustan. Me parecen deprimentes.
—Pero si son los colores que más utilizas —dije, riendo.
—Sí, pero en el trabajo. La felicitaré por la decoración en cuanto tenga la oportunidad.
—Creo que eso le aliviaría muchísimo…. Considero que su temor se debe a que eres un crítico gastronómico y organizador de eventos enoculinarios de gran prestigio y si algo no sale bien o no le gusta no sé qué hará porque—callé y sonreí al terminar de imitar a Alika. Me miró divertido—. Le has puesto una enorme presión encima a la pobrecita.
—Sin intención alguna, quiero aclarar. Y me parece que todo se ve maravilloso. No esperaba menos. La empresa "Lazos" cuenta con una reputación bien ganada. Aunque no tenía idea de quién era tu jefe, pero eso es lo que menos importa ahora. Las decoraciones florales me gustaron muchísimo. Debería contratar a quien lo hizo, ¿no crees?
—Por supuesto.
—¿Y bien? ¿No te sientes intimidada?
—¿Intimi…? —reí—. No tengo restaurantes ni hago vinos. ¿Por qué habría de sentirme intimidada?
—Porque la persona que tomó su planta de tacón es un periodista con bastante influencia.
—Admito que temo que publiques una columna hablando sobre mis tacones desgastados, pero sí lo haces, me gustaría decirte que conozco a gente poderosa.
Se carcajeó sonoramente al escucharme. Me sentía más tranquila y menos pesada al lado de Orlando. Sin embargo, aquella sensación peligró en cuanto la melodía de aquel jazz de Louis Armstrong llegó a mis oídos.
La vie en Rose.
«Definitivamente, es el amor de mi vida, señorita Herrero».
Mis pasos se ralentizaron y las comisuras de mis labios decayeron. Me tambaleé un poco, pero Orlando me sujetó de la cintura a tiempo.
—Rouse, ¿te encuentras bien?
—Sí, sí, sólo me he mareado un poco.
—¿Quieres tomarte un descanso?
Me recompuse, alcé el mentón y volví a sonreírle.
—No —respondí, determinada—. Amo esta canción. Me gustaría bailarla.
No esperé su respuesta y recosté mi cabeza en su pecho, intentando calmar mis emociones. Cerré mis ojos y me aferré a él para no titubear en ningún paso. Orlando pareció comprender, pues nunca dejó de sujetarme con firmeza.
#265 en Otros
#116 en Humor
#806 en Novela romántica
#326 en Chick lit
jefeempleada, romance comedia dolor humor, amores y superacion
Editado: 25.11.2024