Juro enamorarte

CAPÍTULO 2

Katherine James.

Los fideos caían de mi cabello en cada paso que daba, al mismo tiempo que mis zapatos sonaban gracias al líquido que habían absorbido, y manchaban mi camiseta con la salsa de tomate, dejando líneas rojas sobre el blanco que me cubría. Si bien era cierto que mis padres me amaban, me apoyaban y me protegían a su antojo, también era cierto que justo en ese momento sentía vergüenza de llegar con ese aspecto a casa ¿cómo iba a explicar, sin siquiera llorar, que en la mañana un grupo de personas me tiraron un tazón lleno de fideos y el refresco del día? 

Patee una pequeña piedra que se encontraba en el centro del pavimento. Odiaba mi vida y odiaba sentirme tan poca cosa dentro de un mundo donde se supone que los adultos tenían que cuidar por mi estabilidad mental, apenas era la segunda semana de clases ¿qué me esperaba en el resto del año? no quiero imaginarme el día de San Valentín o el baile de graduación. 

Dejé de patear la piedra cuando me detuve frente a mi hogar. Suspiré una vez, volví a suspirar una segunda y me detuve a la tercera, porque si lo hacía daba el primer paso para entrar y escuchar la preocupación de mi madre o bien, retener mis lágrimas. Giré sobre mis tacones para echarle un vistazo a casa de Rosa, probablemente seguía con gripa y no quería enfadarla con lo sucedido justamente el día que no había ido a clases.

— ¿Katherine, cariño? — reconocí esa voz al instante, era angelical hasta el punto de llenar tu sistema de paz. Marta, mi vecina, se encontraba frente a su auto antiguo y con bolsas de supermercado entre sus manos, esta al verme abrió sus ojos con impresión y extendió una de sus manos para señalarme la puerta de su hogar. Limpie las pocas lágrimas que se habían escapado de mis ojos y caminé hasta donde estaba ella — y más te vale decirme la verdad.

Habían pasado dos semanas desde que Marta vivía a un lado de mi casa, su presencia había sido como ganar la lotería tanto para Rosalina como para mí, ya que sus consejos y sus recuerdos eran totalmente diferente para nosotras, comenzando por los bailes que nos había enseñado y los vestidos que ella aún guardaba dentro de sus maletas y más de una vez nos obligó a probarnos. Marta era como el recuerdo de una joven dentro del cuerpo de una anciana radiante y llena de paz, se la pasaba todo el día haciendo galletas o dulces que después escondía dentro de sus bolsillos para comer sin que su marido se diese cuenta, nos había enseñado a bordar y a ocupar ese pequeño espacio que nuestras abuelas no habían rellenado en su totalidad. 

Dejó las bolsas del supermercado sobre la pequeña mesa de madera que adornaba el centro de la sala y me guío por las escaleras hasta llegar a su habitación. Una vez dentro, abrió el armario y comenzó a buscar entre su ropa, estiró sus brazos y tomó una pieza perfectamente doblada, la cual, extendió frente a mí. Era un hermoso vestido celeste con falda de vuelos que probablemente llegaría hasta mis rodillas, no quise tomarlo con mis manos sucias por la salsa, así que simplemente me digne a observarlo y a intentar retener mis lágrimas.

Extendió el vestido sobre su cama y tomó mi mano para guiarme hasta el baño, donde tras varios minutos logró quitar todo el espagueti que se había enredado entre mis hebras. Finalmente me dejó sola con la regadera encendida para quitar los olores que llevaba cargando desde muchas horas atrás, restregué mi piel con fuerza dejándola roja por varios segundos mientras las lágrimas recorrían mi rostro ¿por qué tenía que pasarme esto a mí? ¿qué hice para merecerme esta vida? Las lágrimas aumentaron cuando recordé sus ojos verdes viéndome con atención, mientras Hilary dejaba caer todo mi almuerzo sobre mí ¿tanto era su odio contra mí?

Un fuerte ruido al otro lado de la habitación llamó mi atención, deteniendo por completo mis movimientos y recordándome que esta no era mi casa y que llorar como Magdalena el resto del día no era opción. Terminé de limpiar mi cuerpo y salí a la habitación para colocarme el vestido que Marta me había prestado. Tenía que comenzar a buscar una muy buena excusa para mi madre. Al salir de la habitación y bajar por las escaleras, Marta me esperaba en la sala con una taza de café caliente entre sus manos y un par de bizcochos frente a ella, era su momento de conversar y eso lo sabía porque no era la primera vez que me rescataba de una entrada cero triunfante a mi hogar.

— ¿Cómo te sientes? — preguntó colocando la taza sobre la mesa y posando sus grandes ojos sobre mí.

— Estoy bien — asintió intentando comprender mis palabras.

— Eso diría una persona emocionalmente agotada. — elevó una de sus cejas rubias — Cariño, te estoy preguntando cómo te sientes, no del cómo intentas actuar.

— Me siento... — las lágrimas se acumulaban en mis ojos — derrotada, cansada, a segundos de explotar, sola, inútil... 

— ¿Y piensas que es tu culpa? — asentí — Te diré algo que le he dicho a todos mis hijos por muchos años, no te culpes porque alguien no puede ver lo increíble que eres. No te culpes por no haber nacido bañada en oro para agradarle a todos, eres única, especial y pronto el mundo se dará cuenta que tú eres como un diamante en medio del carbón. — nuevamente se escuchó un ruido en la segunda planta de la casa — Disculpa el ruido, mi nieto se está mudando con nosotros por problemas familiares, digamos que su madre es una zorra patética que no sabe qué hacer con su vida y con la vida de su hijo, pero ese no es el punto cariño, dime ¿quién se ha atrevido a hacerte tal cosa.



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En el texto hay: amistad, venganza, amor y humor

Editado: 13.11.2018

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