— ¿Color favorito? — su mirada hipnotizadora me observó con alegría mientras su espalda daba frente al camino.
— Rosa — sus labios formaron una sonrisa y en un ágil movimiento volvió a caminar a un lado de mí —, pero creo que ese color me ha gustado por más por mi madre, porque realmente me fascina el azul, ¿cuál es el tuyo?
— Azul — sostuvo mi mano entre la suya, regalándome una descarga inexplicable de cosquilleos en la boca de mi estómago —. Estamos muy cerca.
En ese momento nuestras preguntas se omitieron para dejar únicamente el sonido de nuestros pasos sobre las hojas que cubrían la firmeza del camino. Mientras acomodaba mis gafas y me aseguraba de que la mano de Ian todavía sostuviera la mía, forcé mis ojos a observar cada detalle del lugar; las hojas amarillentas que caían de los árboles, el sonido de los pájaros sobre la corteza de los árboles, el viento recorriendo alrededor de nuestros cuerpos y la temperatura acogedora de la época.
En un dado momento mis deseos de ver su perfil tan prodigioso hicieron que mi cuello girara escaneando su belleza atrapa sueños y quita bragas. Mis ojos comenzaron a rastrear la perfección de su frente, los ángulos exactos que le daban el toque preciso para provocar el deseo de darle un par de besos lentos y amorosos sobre la superficie lisa de esta, bajé tan solo un poco más y me encontré con un par de cejas semi gruesas que resaltaban las largas pestañas oscuras que rodeaban sus ojos grandes y de un encantador color verde esmeralda que me emboba. Sus pómulos ni grandes ni pequeños y dados a la perfección con sus mejillas, unos labios rosados que se sincronizaban a uno junto a otro y su barbilla perfilada sin vello alguno.
Continuamos caminando por varios minutos, en silencio y con la tranquilidad de percibir la presencia del otro a tan solo un par de centímetros. Entonces sus pasos cesaron y los míos junto a los suyos. Sorprendida ante la belleza de algo tan simple, sentí como su mano sostuvo de la mía con más fuerza y nos dirigimos a una única banca a un lado del camino; las hojas caían, los pájaros cantaban con más alegría y las rosas alrededor de la banca brillaban regalándole al lugar un aspecto mágico.
— Cuando era pequeño, mi padre siempre me decía que en esta misma banca conoció a mi madre — quitó un par de hojas para que pudiéramos sentarnos —. Contaba que este era su lugar favorito para leer o simplemente para sentarse en cualquier época del año, pero un día una rubia estaba tomando su lugar y él, al verla, sintió tanta furia que comenzó a caminar sin meditar sus palabras. Le molestaba saber que habían descubierto su pequeño tesoro. Él mismo cuenta que cuando estuvo frente a ella para reclamarle, ella lo vio y sus ojos hicieron contacto, inmediatamente su enojo desapareció. En ese momento supo que se había enamorado.
Ambos nos acomodamos sobre las tablas de la banca una vez que terminó de quitar todas las hojas. Él por su parte abrió el cierre de su chaqueta y estiró los pies al mismo tiempo que introducía una de sus manos en el bolsillo de su pantalón oscuro y la otra la pasaba por mis hombros acercándome un poco más a su cuerpo.
— Cuando era pequeño — continuó —, siempre dije que un día iba a enamorarme. Me idealizaba a la mujer de mi vida con tan solo siete años de edad — sonrió apenado —, pensaba que ella debía ser la combinación entre una mujer talentosa, culta y graciosa. Te confieso que todas esas ideologías las compartía con mi abuela, pues ella me enseñó que la mujer es el ser más hermoso de este mundo y esto muy de acuerdo. Aún recuerdo mi primer día de clases a esa edad, estaba dispuesto a encontrar a esa niña linda que me hiciera sentir diferente y por más tonto que suene, a la edad de siete años lo hice y terminé perdidamente enamorado.
— ¿Lo hiciste? — él asintió — ¿Y qué sucedió?
— Ella era tímida, tenía miedo todo el día y se refugiaba tras la valentía de su mejor amiga — se encogió de hombros —. Jamás se dio cuenta de mi presencia, o bien, de mis detalles hacia ella. Jamás encontró los chocolates que dejaba en su asiento porque otros se los comían y luego yo llegaba a casa lleno de hematomas — entonces me observó con una sonrisa y sus ojos achinados.
— Eso es... — vi la punta de mis zapatos — totalmente adorable y decepcionante, esperaba una historia un poco más romántica.
— Ahí no termina todo — negó con su cabeza —. Cambie de colegios, pero nunca dejé de pensar en ella y lo extraordinaria que era con todo y su timidez. Cuando estaba perdiendo las esperanzas, un día volví a verla. Continuaba siendo un poco torpe, de hecho, cayó a un lado de mí y al no reconocerla le di la advertencia que todos deben de tener en cuento comienzan a entrar a un mundo lleno de maldad a como lo es la secundaria, pero bastó con ver las gafas o las tonalidades del cabello castaño — sonrió —, para reconocerte.
Habían muchas explicaciones sobre lo que se siente comenzar a tener sentimientos por alguien, pero yo estaba segura de que esa explicación formaba era de acuerdo a la persona con la que estabas relacionada. Mi teoría sobre él era que su presencia en mi vida tenía algo excepcional y llamativo para mí, podía ser su físico o su forma tan inigualable de actuar, pero era algo más y ese algo más era su sabor.