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La hora de volver al palacio llegó en cuanto recogimos algunos duraznos dulces, el atardecer daba pinceladas anaranjadas en el cielo, detrás de la montaña del palacio.
—Fue una lástima—comentó Gwynn con tristeza, seguía hablando de los seres místicos que habitaban en esa zona— jamás he visto un Pegaso, dicen que a veces van a tomar agua, el agua de la caverna.
—¿Qué caverna? —curioseé caminando a su lado.
—Dicen que hay una caverna en cada reino y los animales sagrados que son los primeros maestros pueden beber agua, porque es pura...
—Son solo cuentos—me dijo Ryan moviéndose el cabello rojo, todavía mojado—Gwynn se escapaba para leer cuando tenía quince, decía que debía cruzar portales y encontrar al Pegaso.
—¡Calla! —lo riñó antes de dirigirse a mí— esos animales son maravillosos, dicen que transmiten paz y para mi seria un gran honor montar alguno.
—Bueno, montas a diario a alguien que se asemeja a un caballo...
Hice una mueca entendiendo el doble sentido mientras el rostro de Gwynn enrojeció por completo.
—Voy a atarte alguna cosa a la boca para que dejes de decir tanta tontería—nos deslizamos por los arbustos en la colina empinada y llegamos por donde salimos.
—Lorcan también podría...
—¡Que te calles! —le dio un puñetazo en el brazo mientras él se reía y yo hundía las cejas.
—Las veo luego, si es que encuentro algo decente.
—Vamos—ella me tomó de la mano y como tontas corrimos por el pasillo cuando varios salieron bien vestidos, Gwynn seguía con el cabello mojado dejando rastro de agua— estoy segura de que la bruja de Ivory ya dejó vestidos.
—¿Bruja? —enarqué una ceja mientras entrabamos a mi habitación y ella cerró la puerta.
—Siempre coquetea con los de otros reinos, ya sean invitados, que no se te haga extraño si dejo algo horrible para vestirte, ella se encarga de los atuendos... y, de hecho, fue ella quién me mandó a organizar como organizamos.
—Pensé que no era tan mala la primera vez que la vi.
—Suele ser dulce por fuera, pero es una perra sangrona en todo el sentido de la palabra.
—Iré a tomarme una ducha—sacudí la cabeza—te veo abajo.
—Ve al salón del trono por si quieres conocer gente, si no, el jardín es la mejor escapatoria.
—Vale.
Ella desapareció y yo me metí al baño para luego salir secándome.
Me postré en frente del espejo y empecé a ponerme ese horroroso vestido rosa pálido en el cuerpo, noté que solo era de tirantes y busqué algo más para que me tapara las marcas. Encontré una especie de tela para hacer una bufanda o tratar, por lo menos.
Me até un moño en el cabello usando una liga pequeña y me quedé parada delante de mi reflejo.
No iba a ser el espectáculo, el bicho raro en la mitad de un montón de gente que no conocía.
Me arreglé ignorando el hecho de lo incómoda que me sentía hasta que...
Craven apareció de la nada en mi alcoba, pasó los ojos por la tela y luego los subió a mi rostro que estaba maquillado.
Había ganado peso, eso sí, estaba un poco más acuerpada y mi piel ya no era tan pálida, ahora tenía una tez un poco más bronceada, cosa que no sabía, quizá era por la magia en la comida, ya que todos en Ryby llevaban ese color en la piel.
No me molesté en girarme para mirarlo, yo estaba parada frente al espejo y él en la puerta.
—Ya, dilo— me pasé el anillo de rosa por el dedo anular y él frunció el ceño.
—¿Qué?
—Lo ridícula que me veo—me volteé—estoy muy segura de que lo piensas.
—¿Te parece?
—Tu cara de mono lo dice todo.
Él se acercó y noté que no traía armadura, solamente ropa para pasar el rato, un atuendo negro que destilaba bastante elegancia.
Sus ojos hicieron otro recorrido, esta vez mucho más lento y luego se entrecerraron en los míos.
—¿El vestido venía con esto? —tomó la manta delgada que me había envuelto a lo largo de la espalda— o no.
—No venía, pero me da frío.
—Las mujeres piscianas no usan eso, porque aquí el aire es tibio, Kamari.
—Soy mitad valkiriana y en verdad me da frío.
Él enarcó una ceja, divertido, como si captara la mentira.
—¿Segura es eso?
—Que sí.
—No lo parece.
—Es eso—repetí.
—¿Es eso o que no te gusta el vestido?
—Di que me veo como una tonta, tienes cara de que vas a tildarme de bestia salvaje con labial.
Sus ojos se quedaron en los míos y fruncí el ceño.
—¿Qué?
Soltó una carcajada, una real, una de diversión, no había ninguna mascara, ningún tipo de mentira tras eso, me quedé estática al verlo reírse genuinamente.
—¿Qué?
—Eres divertida, mestiza.
Giré los ojos antes de cruzar los brazos.
—Este vestido está diseñado para usarse sin más.
—No quiero que me miren.
—Si te llevas puesto esto sin sentido alguno—tomó la tela roja—te miraran y se burlaran.
—Odio el escote en la espalda, no me gusta—solté estresada—es horrible, me siento desnuda.
Él me examinó por unos breves segundos.
—Eso se puede solucionar—se acercó más y retrocedí con temor cuando su mano rozó mi mejilla al intentar alcanzar mi moño—voltéate.
Desconfié por unos breves segundos, luego me giré mirando su reflejo. Él soltó mi cabello y les pasó los dedos a las hebras, como si fuera lo más extraño que había hecho.
—¿Puedo? —levantó con brevedad la tela roja y con miedo asentí.
—Espera... —pasé saliva temerosa— solo... no me veas.
Lo entendió y deslizó la tela sin despegar sus ojos de los míos, moviendo mi cabello por lo largo de mi espalda.
—Ya está.
No pudo evitar bajar un poco la mirada, pero no hubo ninguna expresión rara, así que supe que mi cabello al estar más largo me había tapado las marcas.
—No te alejes de Gwynn, no hables con nadie desconocido por mucho tiempo—me advirtió cuando me giré para verlo—ya sabes lo obvio, no salgas del palacio y no te acerques mucho a la reina, no por ahora.