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Iba a morir. Juro que lo iba a hacer cuando esos piscianos comenzaron a hacer bromas sobre cosas que yo no entendía.
Varios troncos gigantes protegían la entrada, haciendo invisible el lugar a ojos externos. Caminamos tras el grupo de Abur, mi espalda se tensó al ver el gran árbol con una puerta.
—Bienvenidos a mi hogar.
Una mujer, con el color dorado en la piel, las orejas puntiagudas y los ojos blancos se inclinó hacía nosotros.
Por fuera, parecía solo un árbol gigante con un escondite, lo cierto era que albergaba una casa gigante, dónde varias criaturas habitaban e incluso, noté como algunas de las plantas alrededor de las columnas, se movieron solas.
Nos dejó pasar y noté trece criaturas iguales a ella, pero de diferentes colores. El hombre se acercó a Faye con una manta que uno de sus soldados le dio, nos invitó a sentarnos y Nala se acomodó haciéndonos una seña de que era seguro y me fie de su instinto.
En la mesa de madera, se alzaron copas, cucharas y platos para comer. Una de las criaturas, con la piel morada, los ojos verdes, la nariz pequeña y las orejas puntiagudas se nos acercó, sirviendo lo que parecía vino. Cuando llegó a mi lado noté el aroma a hojas secas del bosque.
¿Por qué no los conocía? Si, durante siglos, yo viví metida en el bosque.
—¿Qué son? —le pregunté a Craven, en voz baja, una vez una de ellas se marchó.
—Ninfas— respondió.
Parpadeé y otra terminó de bajar los escalones para encender las velas.
Un mapache se acercó a nosotros, dejando trozos de pan sobre la mesa, me miró fijamente y enderecé mi espalda luego de escuchar la risa de los demás.
—¿Por qué me mira así? —le pregunté a Abur tomando la copa e inclinándola en mis labios, intentando disimular la incomodidad que me evocaba esa pequeña cosa peluda—. ¿Los cocinan para comer?
—Es muy grosero de su parte, señorita.
Mi garganta se cerró y comencé a toser cuando esa cosa habló.
—Tú… —aparté la copa viéndolo con horror y luego miré a Abur— esa… esta cosa… él… pero ¿cómo?
Volvieron a reír, incluida Nala y Craven.
—Está cosa— rebanó el pan para dejarlo en mi plato— es un mapache. Soy el caballero Joey. Es mi nombre.
—¿Cómo hablas? ¿Es un hechizo?
—Somos criaturas del bosque. Te ganaste el respeto de tu lobo, es extraño en Valka, para una guerrera.
Apreté los cubiertos.
—Fui una esclava en Valka—solté y todos dejaron las sonrisas—. Lo salvé de la muerte, por eso está conmigo.
No dijo nada más, solo saltó de la mesa al suelo y luego noté el ambiente incomodo, por lo que decidí hablar.
—No sabía que existían— señalé y él asintió.
—Los protegimos cuando los valkos llegaron a Ryby. Creímos que era lo correcto.
—Lo fue—respondió Faye y él la miró— ¿Por qué ustedes se esconden aquí?
—El bosque es nuestro lugar seguro, las tierras cerca del castillo estaban siendo derribadas por el fuego.
—Una vez terminemos esto, podrán ir a dónde quieran, sin miedo— prometió ella—. Es mi palabra como reina.
Abur le sonrió débilmente y terminé la comida evadiendo las miradas del hijo del anciano quién no paraba de observar mi collar.
—¿Cómo es que usted llegó aquí? —cuestionó Craven—. No es un mago común.
—No soy mago, hijo—soltó una pequeña risa— solo cuidaba el bosque y era protector de los animales. Esta parte del bosque está encantada, por la misma naturaleza, una magia pura y que nos hace invisibles.
—No es magia verde— dijo Oma— ni azul, ¿cuál es?
—Magia del Maestro, única, fue lo que dejó antes de desaparecer.
Mordí mi labio inferior sin entender muy bien.
—¿Cómo no los han rastreado?
—La magia del Maestro, funciona por si sola, no soy un mago, solo protejo a los animales y siembro árboles.
—¿Los árboles son los magos? ¿Eso está queriendo decir? —cuestionó Nala.
—Los árboles eran hijos de los Aprendices, seres grandes, poderosos, magos de primera clase—contó. —¿No conocen la historia del nombre de la estrella?
Oma observó a Nala y luego a Abur.
—No.
—Una de las hijas de uno de los Aprendices era curiosa, como un pequeño pájaro que busca volar por su cuenta, debe estrellarse y herir sus alas para aprender o será devorado. Una noche, ella salió de sus aposentos, quería conocer el bosque, cosa que tenía prohibido. La princesa no sabía que había cazadores alrededor.
» Lobos grandes, con la fuerza de veinte hombres y la astucia de todo reino, lograron hallarla y lo impensable sucedió. La princesa fue asesinada por un grupo de lobos. Pero antes de morir, en vez de odiarlos, dio su espíritu, para volverse la protectora del bosque, hacer invisible lo visible y que toda su energía fuera poderosa, controlaría, agua, fuego y tierra, siempre y cuando, estuviese en esta parte del bosque. Su nombre era…
—Ryby— concluí.
—Así es— me miró y alcé los muros de protección en mi cabeza—. No lo hagas.
—¿Qué?
—Intentar bloquearme, eres como un cristal, podría saber lo que piensas sin meterme en tu cabeza.
Pasé saliva bajándolos de a poco.
Extendió su mano y miré a Nala quién reparó el tacto del hombre.
—¿Me permites?
La mesa empezó a disminuir su tamaño y observé a Craven quién me miró fijamente. Abur y yo quedamos frente a frente, tragué, sentí la garganta reseca, aún así estiré la mano y sus dedos apretaron los míos con delicadeza.
Fijo sus ojos azules en mis pupilas y sentí como había entrado a mi mente.
—Bloqueo. Su mente está bloqueada— cerró los ojos y mis parpados cayeron.
Al abrir los ojos sentí calor en mis mejillas, noté una vela.
Observé mis manos, junto a otras morenas. Abur estaba delante de mí, con los ojos cerrados. Giré la cabeza hacía un lado notando paredes hechas en madera, había mantas en el suelo y un pequeño niño en el sofá.