La guerra que nos ha estado abrumando los últimos 24 años en contra de los Radthuen del norte finalmente ha llegado a las puertas de la gran ciudad del árbol Itsmindel, capital del gran bosque élfico de Mirindel. Esto después de que hace dos años el reino humano vecino de Karantren decidiera mostrar su verdadera naturaleza al traicionarnos cuando más confiamos en ellos, todo para anexarse rastreramente al imperio que se estaba tratando de crear con nuestra conquista. Después de todo, pensamos que el verdadero objetivo de los Radthuen tras tanta masacre es el acceso al gran árbol ancestral Itsmindel, que contiene magia tan poderosa y cuya corteza puede crear armas tan increíbles que podría nutrir y transformar simples ejércitos para volverlos en legiones capaces de apoderarse de los reinos del continente a costa de la vida de todo el bosque.
Tantas batallas han cobrado la vida de incontables almas élficas que valientemente han dado todo lo que tenían en la lucha para proteger nuestro legado, el cual nuestros ancestros nos dejaron incontables años antes de que siquiera muchas de las razas aparecieran sobre el mundo. Incluso a pesar de esto la vida de los inocentes ha sido diezmada sin discriminar la edad o el género de los habitantes de mi reino, destruyendo en una fracción de tiempo que para nosotros no representaba más que un pestañeo, pero que ahora parece no tener fin, el legado élfico del bosque que se ha ido construyendo durante los registros del mundo. Lo peor es que todo esto empezó súbitamente un día con el ataque y caída de aquel primer poblado en medio de nuestra embriaguez de paz, derribándonos poco a poco a partir de ese momento a pesar de nuestra afinidad natural, por mucho mayor al promedio de las demás razas, con la magia y la naturaleza de la vida misma, así como de todos los tesoros destinados al combate que fuimos creando casi por arte pensando que nunca nos veríamos en la necesidad de usarlos para nuestra propia defensa. Definitivamente caímos por nuestra propia soberbia al pensar que nada era capaz de irrumpir en el también llamado bosque de los espíritus.
Aunque al principio logramos aguantar a lo largo del territorio, lamentablemente conforme pasó el tiempo poco pudimos hacer contra el abrumador poder del enemigo que nos estaba asediando y para el que no estábamos realmente preparados. Los Radthuen eran criaturas enormes incluso para el tamaño de los elfos, que ya eran de media un poco más altos que los humanos, con una fuerza física destacable y con una afinidad considerable como especie a magias elementales de luz y oscuridad. Eran seres cuya piel variaba entre escamas y pelajes en relación con las bestias que recordaran sus rostros, siendo criaturas antropomórficas, pero entre las cuales destacaban sus características de bestias más que de humanos. Muy diferentes a los Siriel que recordaban a humanos con características de bestias y cuyo atributo físico más destacable variaba en función de sus subespecies. Y asi como su apariencia bestial insinuaba, se suponía que no eran muy inteligentes. Pues nunca antes habían llegado a formar un reino unido y mucho menos planeado estrategias militares tan complejas como lo habían demostrado los últimos 24 años, siendo que antes únicamente se reunían en tribus distribuidas a lo largo del territorio al noroeste del bosque.
Durante las primeras décadas de mis 116 años de vida tuve la fortuna de crecer, formarme y criarme en la riqueza y prosperidad que alumbraba a todos los elfos de bosque, entrenando desde la magia, espiritualidad, política, artes, economía y demás atributos de una soberana como la legítima heredera del puesto de Sacren del gran árbol ancestral Itsmindel y por consiguiente regente del gran bosque de los espíritus, Mirindel. Esto hasta que la guerra perturbó la paz que alguna vez dimos por sentado. Tras esto tuve que dejar la vida en el palacio al pie del gran árbol para formarme como guerrera y proteger al bosque, pero tras el sacrificio de muchos amigos y la pérdida de un gran número de batallas, como la joven heredera que soy no pude volver a imaginarme ver esa luz que iluminaba a mi pueblo tras la tormenta que caía sobre nosotros.
Actualmente los Radthuen ya lograron pasar la primera barrera y muralla de la ciudad, abriéndose paso brutalmente entre las calles de las que alguna vez fue una hermosa ciudad blanca que vivía en plena armonía con el bosque que la resguardaba, y que ahora solo podía mostrar una destrucción manchada con la sangre de los míos que me rasgaba el alma y me generaba una ira que nada podía llegar a apaciguar más que la venganza sobre estos terribles invasores.
—Su alteza, lamento perturbarla en estos momentos, pero su padre el Sacren la llama hacia el interior del gran salón con urgencia. —Me informó un guardia real mientras me sacaba de mis pensamientos y me traía de regreso a la realidad.
—Gracias iré enseguida, también asegúrate de informarle al teniente Sar'Catel de que distribuya a los civiles refugiados restantes de la región sur hacia el este de la academia Nimrodel, despejé un camino para que pudieran escapar —exclamé terminando la oración con cierta melancolía recordando cómo había estudiado muchos años sobre el arte élfico en aquella academia que hace mucho había dejado de serlo para poder entrenar soldados.
—De inmediato su alteza. —Se despidió haciendo una reverencia propia de su posición y dejando ver su gran armadura de un dorado platinado y su espada enfundada con un mango majestuoso propios de los mejores tiempos que vimos como nación.
Al alejarme del balcón y del paisaje de destrucción y muerte que cubría como una terrible sombra a la ciudad, me dirigí al gran salón para contestar al llamado de mi padre. Desde que cayó la primera muralla junto con la barrera hace 4 días dispusimos abandonar la ciudad y retraer las defensas hacia la muralla interior para dar el tiempo suficiente para que toda la población que todavía se refugiaba dentro de la ciudad pudiera escapar por las rutas que limpiaban nuestros soldados, pues no sabíamos cuánto más íbamos a poder aguantar.