Kecia Y El Dragón Blanco

40. EL ACERTIJO DE BETHAN

***

Sean tuvo que intentar mil formas para que la bestia de lava no destruyera el barco en donde iría, pronto descubrió que esta no tenía sus poderes "activados" pues, sabía bien que una bestia de lava hacía más que volar y brillar rojo en algunas partes de su cuerpo. La bestia volaba por encima del barco, el muchacho pudo notar la sensación de alegría que poseía ahora el animal, era libre por fin, sin cadenas que le impidiesen salir de un castillo oscuro. Después de todo era un indefenso -aunque peligroso al mismo tiempo- animal.

Había durado bastantes días en volver, Sean se había vuelto experto en la navegación pues en ningún momento tuvo el temor de perderse, era seguro de sí mismo, ahora, más fuerte que nunca, en especial por pensar en aquellos ojos azules que tanto esperaba ver.

Soñaba con ella, verla y abrazarla, escuchar su voz y tocar su oscuro cabello, y cada noche miraba al cielo nocturno y brillando con miles de estrellas que le recordaban a ella, y por cada estrella deseaba verla, llegar rápido, encontrarla...oh y ahora ¿en dónde estaría la muchacha? ¿se habría ido muy lejos? ¿tendría que volver a cruzar el mar? —Porfavor Kecia, mantente cerca, mi Kecia.— Rogaba como si está lo escuchara. Pero se lo había prometido, encontrarla en donde fuera que estuviese.

Observo el inicio de la tierra que conocía, Takroan, su hogar, con centenares de colinas y montañas, con densos y elevados arboles de todas las clases, y criaturas extrañas que acompañaban a sus hombres y mujeres, los espíritus separados de las personas, cuan extraño era ese mundo, y cuanto le hacía sentirse bien. Al llegar a tierra firme se encontró con el mismo hombre que le había prestado el barco, seguía allí, ahora con más mechones de cabello blanco, causado por la vejez, estaba acompañado de un hombre más joven.

—Señor, ¿me recuerda? he traído su barco.

El anciano se vio sorprendido y algo nervioso.

—Sí...si lo recuerdo, pensé que estaría muerto, no pensé que volvería...—El anciano miro al joven que lo acompañaba. —...Es curioso, hijo...este barco, el más viejo de todos, tanto que por un momento pensé que podría hundirse...el gran Morrigan viejo...a sobrevivido tantos meses.

—Padre, el chico cumplió con su promesa, ahora dale lo que él te dio. —El chico, alto y musculoso estaba separando peces extraños que había pescado.

—S-si...sobre eso...

—¡No me digas, padre! ¿qué te has gastado el dinero que el hombre te dio?

—¡No, no, nada de eso! el muchacho no me dio dinero...es un hijo maldito...un cambiaformas...me ofreció una parte de sus poderes en un mechón de sus cabellos...p-pero...—El hombre lucía cada vez más nervioso.

Sean no sabía qué hacer, ¿que había hecho el hombre con su mechón de cabello?

—¿pasa algo malo? —Pregunto confundido Sean.

—¿Lo vendiste padre? —Pregunto el chico.

—¡Por supuesto que no, Harris!... por favor perdóneme, hombre, pensé que no sobreviviría a tremendo viaje. ¿Qué puedo hacer para pagarle? puede quedarse con el navío Morrigan.

Sean sacudió su cabeza. ¡Sus poderes! ¿significaba eso que ahora era más débil? ¿manipular el fuego ahora sería más difícil? ¿cómo defendería entonces a Kecia y a sus amigos?

—No quiero ningún Barco, quiero mi mechón...¿que ha hecho con él?.—Hablo de la forma más paciente que pudo.

El anciano se quedó callado por unos minutos.

—¡Ay padre! ¿pero qué has hecho con el mechón?, respóndele ya.—Exclamó el muchacho llamado Harris.

—B-bueno...que yo había escuchado cosas acerca de los cambiaformas, no quería utilizar los poderes para mi beneficio yo... ¡es que yo no sabía que hacer! ¡Harris estabas enfermo! ibas a morir, y escuche sobre las propiedades que tienen esos cambiaformas y.…fue mi única elección, yo...n-no quería que murieras hijo. —El anciano estaba llorando, ¡y que mal se sintió Sean! se estaba odiando a sí mismo por haber hecho llorar a un anciano.

—Pero ¡¿qué hiciste padre?!  me dijiste que me habías curado con una planta en mi sopa, me has mentido.

—¡Que no había otra forma!

—No haga daño a mi padre, por fav...—El chico dejo de hablar al ver a la bestia de Lava y asustado retrocedió. — F-favor. por favor señor, no le haga daño a mi padre, dígame como puedo pagarle o devolverle su mechón...prefiero morir antes de que mi padre pague por mí.

Sean no lo pensó dos veces, negó con su cabeza rápidamente.

—Está bien, ya...esta hecho, y me alegra que usted este bien...podemos dejarlo así. Gracias de cualquier forma... ¿Al menos tiene mi ropa? —Pregunto amablemente, y ambos hombres asintieron al mismo tiempo anonadados.

Aunque Sean tenía la ropa y las túnicas que le habían dado las personas de aquellas tierras extrañas en las que estuvo, pidió su anterior ropa pues, aquella le recordaba a sus amigos, con ella se sentía con ellos, pensaba que era algo tonto, pero le hacía sentir bien.

Volaba en lo alto, sobre el lomo de la bestia de lava, ignorando las miradas curiosas; para su suerte Sakara no mandaba guardias para vigilar esas zonas, pues poco le importaba la seguridad de los pueblerinos, sin embargo, Sean tomaba precaución, y llevaba puesta una capa que cubría su cabeza, pues sabía que la mujer buscaba a Kecia, y no dudaba en que algún seguidor espía suyo anduviese por esos lados. Ates

Al llegar a una aldea de la costa, aún lejos de Ates (La capital de Takroan) pudo observar el rostro de la mujer que carcomía sus pensamientos, por todas partes, en carteles que ponían que se buscaba, la describían como peligrosa en incitadora a la violencia. Sintió furia, ¿Cómo se atrevían a describir a su Kecia de esa forma? 



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En el texto hay: aventura, amor, magia

Editado: 02.01.2020

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