Kensington Hall

Capítulo 11

Al día siguiente me trajeron muletas y una silla de ruedas, me ofrecieron ambas, pero decidí quedarme con las muletas, eran más cómodas para moverme por la escuela. Bajé a desayunar y cómo siempre, las miradas estaban sobre mí, unas miradas de enojo y odio. ¿Me preguntaba qué castigo habría impuesto el príncipe a quien me hizo tropezar?

—Hola —saludó Lady Calet llegando hasta mi mesa, en su rostro había una radiante sonrisa.

—Ahh...hola —respondí algo confundida de que me hablara con tanta naturalidad.

—Deborah, ¿cierto? —Yo asentí— ¿Cómo sigue tu tobillo? —añadió y su preocupación parecía genuina.

Había imaginado que en la Mansión Condelword solo existía una persona amable y era el Duque, pero Lady Susan Calet parecía aún más amable. Su sonrisa era amable, sin ser forzados y su aspecto tan genuino. Encontrarse con ella en esta escuela era como hallar una aguja en medio de un pajar.

—Estoy mejor, aunque aún no debo apoyarlo. El príncipe William envió estas muletas para mí —respondí señalando las muletas que se encontraban a mi lado.

—Ohh, ¿Will hizo eso? —inquirió aparentemente asombrada. Era la primera persona que se refería al príncipe con esa cercanía. Por alguna razón no me gustaba que fuera tan cercana, al punto de llamarlo por su nombre de manera abreviada.

—El príncipe William me ha ayudado mucho desde mi entrada a la escuela —expliqué intentando esconder mi incomodidad al hablar de él.

Sentía que todo lo que habíamos pasado desde la entrada a la escuela nos pertenecía sólo a nosotros y no quería compartirlo con nadie más.

—Nunca pensé que Will fuese tan atento —añadió ella encogiéndose de hombros.

Susan se quedó el resto del desayuno en mi mesa. Me habló acerca de la yegua que yo había cuidado en la Mansión Condelword, según ella le encantaba su regalo, aunque no presté mucha atención a ello, estaba más pendiente a la forma en la que hablaba del príncipe. Cuando terminé el desayuno, le pedí permiso para hablar con Gérard y ella me lo concedió con gusto.

Me marché con mi amigo hacia el jardín interior del palacio, dónde tomamos asiento.

—¿Estás bien? —inquirió Gérard con preocupación.

—Sí, estoy mucho mejor que ayer. El dolor se ha aliviado.

El hielo me había hecho maravillas en mi dolor. Al apoyarlo me dolía, pero mientras lo tuviese suspendido y no moviese mucho el tobillo el dolor era muy leve.

—Si fuera tú, renunciaría a esta escuela —dijo Gérard señalando el edificio—. Está escuela no merece que seas humillada de esa forma.

—Gérard, esta escuela es la mejor en el país. Es una puerta abierta para los mejores trabajos —respondí totalmente en desacuerdo. Estudiar en aquel lugar valía todo el sacrificio.

—Puedes conseguir un buen puesto estudiando en la Universidad de Ankar.

Negué con la cabeza.

—Mientras estoy estudiando aquí no tengo que pagar absolutamente nada. En cambio, si voy a la Universidad de Ankar, mi madre se sacrificará, como ha hecho hasta hoy, para que yo estudiase. No lo permitiré. Quiero una mejor vida para ella. No quiero que trabaje toda su vida —contesté sin levantar mucho el tono de mi voz, pero con firmeza—. Tú decidiste no estudiar para que Paty lo hiciera y yo he decidido estudiar en Kensington Hall para que mi madre no se sacrifique por mí.

Tomé mis muletas y me puse en pie para marcharme de allí. Miré el reloj en la pared de la recepción de la universidad, aún quedaba una hora para que iniciaran las clases. Aún sabiendo lo difícil que sería moverme con las muletas, me dirigí a las caballerizas.

Tal vez había sido demasiado dura al contestar a Gérard, él solo estaba preocupado por mi bienestar y no era para menos, después de ver como había terminado la última bromita de la élite. Mamá y Gérard tenían razón en parte, estudiar en Kensington Hall era muy complicado teniendo en cuenta con quien me relacionaba, pero no podía dejarla, porque facilitaba mi vida y la de mi madre, además, era la primera decisión que tomaba por mi sola y no iba a retroceder.

Mientras paseaba por las caballerizas, sentí un ruido en una de ellas y al asomarme, encontré al príncipe William sentado en el suelo. Me sorprendía encontrarlo allí, tenía entendido que él estaría ausente por algunos días.

—¿Alteza? —dije sin estar segura de estar viendo bien. Odiaba tener que volver a las formalidades después de haberlo tratado de manera más cercana.

—¿Deborah? —Parecía tan sorprendido como yo.

—Creí que estos días no estaría en la escuela.

Él se quedó por un momento en silencio mientras me examinaba de arriba a abajo. Luego fijó la mirada en un punto en el horizonte y se quedó en silencio por uno o dos minutos más.

—He estado escribiendo un discurso, pero esta siendo bastante complicado —explicó él con la cabeza fija en la pared que tenía en frente—. Cada vez me sentía más agobiado, y....hui.

De todos los escenarios y explicaciones que me podría haber dado, era la que menos me esperaba.

—Pero un discurso no ha de ser difícil para usted.

—Sí, lo es. Me siento ahogado —respondió llevándose las manos a la cabeza como si aquel tema lo atormentara—. Creo que voy bien y de pronto pienso en lo que dirá mi madre, los consejeros o la nobleza y entonces lo borro todo.

Aquel sentimiento de no ser suficiente ya lo conocía. A veces también sentía que lo que hiciera no era suficiente para llegar a las expectativas de mi madre. Ella se había sacrificado tanto por mí que parecía deberse mucho más de lo que le daba.

—A veces tenemos que desprendernos de ese pensamiento del que dirán para poder tomar una decisión —dije pensando en mi propia experiencia—Yo...le voy a ayudar con el discurso.

Me arrepentí enseguida de haber dicho eso, por qué lo había. No sabía nada acerca de discursos.

«Tranquila, Deborah, lo vas a hacer», dijo una voz dentro de mí.

—¿Tú me ayudarás? —preguntó mirándome con cierta desconfianza.




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