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Capítulo IV: Labores y...

No me había detenido a mirar el cuaderno de notas de Teresa, es increíble. Me será de mucha ayuda, de verdad cumplió con lo que dijo. Además de que la observé detenidamente durante estos dos días. Supongo que después de todo, podré hacerlo bien si lo que me enseñó y lo que está escrito aquí se parece mucho a lo que en realidad es. 

Aquí hay información incluso de los clientes. Hay muchas personas que suelen venir casi todos los días, a la misma hora, están los nombres y lo que ordenan de bebida. Incluso estoy yo entre las primeras. 

“Chocolate con masmelos pequeños o café capuchino. Después de las 5 p.m., usualmente lee cerca de la ventana donde pueda observar tanto dentro como fuera.” Vaya, una descripción acertada y breve de mis estancias matutinas en la librería. Sí, seis años han sido suficientes, mucho para saber las costumbres de alguien.

Me sorprenden los gustos tan raros tienen algunos lectores. ¿Quién le echa vainilla al chocolate o, le echa chocolate al café? Es realmente inusual. No digo que no se puedan hacer esas combinaciones pero, ¿no quedaría muy dulce el chocolate o, el café tendría un sabor no a café? En algún momento debería intentar probar eso… de todas formas, cuando ellos lleguen debo prepararlos o dejar todo listo para que ellos puedan servirse, tengo que cuidar de los clientes. Es muy importante. 

 

Todo ha transcurrido muy bien. Solo la he consultado para las bebidas. Eso es una buena señal, porque algo se me quedó en la cabeza. Además de que, todos están muy concentrados leyendo, bueno, se supone que debe ser así pero recuerdo que hubo ocasiones en las que vi a Teresa un poco agitada debido a los clientes que cada rato necesitaban algo, que si hacía mucho frío o calor, que si tiene una almohada o un resaltador. Bueno, en fin, muchas cosas.

La campanita suena. Un hombre alto y vestido de negro entra, por lo que le doy la bienvenida desde el mostrador pero solo sigue de largo hasta la sección de fantasía. Que repelente, nada le costaba devolver el saludo. 

¿No será un ladrón? Su aspecto me incomoda un poco, no es que juzgue pero gorra, chaqueta y tapabocas, más la ropa, todo de negro. Aunque, las personas que visten así a veces son más chéveres, pero por lo visto él no tiene mucho de amistoso.

-Hola -saludo sonriente-. ¿Qué necesitas? 

Ni siquiera puedo ver la expresión de su rostro. 

No sé si es el hecho de que tengo a cargo la librería, que esté vestido así o su mirada. Sus ojos son intensos y oscuros. Por un momento me siento intimidada, un poco asustada. 

Dudo que un ladrón quiera robar una librería. Hay sitios con más dinero. 

Es muy alto y atlético, con sus ojos clavados en los míos, me siento pequeña. 

-No -se baja el tapabocas-, si necesito algo te diré. 

Su voz es gruesa, cálida y calmada. Respondió todo lo contrario a lo que imaginé, tal vez no me escuchó al entrar. 

Asiento y vuelvo al mostrador, con un poco de duda.

 

No puedo evitar mirarlo de reojo. Se la pasado sentado leyendo, nada lo distrae, de vez en cuando se acomoda en la silla y aún así permanece sin apartar la vista de las páginas del libro. Supongo que “Sombra y hueso” es un libro como para no dejar de leer, lo tomó de la sección de fantasía, voy a buscarlo. 

En la base de datos dice que es sobre una chica huérfana que pierde a sus padres en la guerra, tiene solo un amigo y posee un poder muy poderoso, lo que hace sea llevaba a la corte para ser entrenada con otros magos. Bueno pues, sería interesante leer qué tipo de mundo creó Leigh Bardugo, cuando él lo termine y yo el mío, tomaré ese. 

La puerta se abre sobresaltándome de mi lectura. Una mujer entra con un carrito lleno de libros. 

-Hola, ¿eres Claudia? 

Espero haber acertado.

-Hola. Sí -responde sonriente-. Eres Alanna, Teresa te dejó a cargo. 

-Sí -que alivio-. ¿Esos son los de segunda mano?

Me levanto del banco para ojear. Hay muchos libros, no pueden ser donados. 

-Donaron más que la última vez. 

-Lo recuerdo, estuve aquí el día que los trajiste, ¿cómo haces para recoger tantos? 

-Bueno, solo pase a lugares que no fui antes y obtuve un poco de ayuda, una extra.

Vaya ayuda.

-Te dejo para que los organices. 

-Gracias Claudia, nos vemos.

Entonces, a digitar. 

 

Me gusta más organizar los libros en la estantería, lo encuentro más activo, a pesar de que implica algún peligro para este cuerpo… 

Me subo en la escalera para colocar al inalcanzable e inmortal Dorian Gray, una obra sin duda, excelente. 

No puedo evitar ojear el libro, me gusta mucho. Tiene frases resaltadas, debieron resonar en la mente de quien lo leyó. Precisamente marcó la parte en la que Dorian declaró querer ser bello toda su vida, un punto clave en la historia. 

No sé por qué recuerdo la escena de Dorian Gray en la serie de Sabrina cuando le sale un barro y todo dramático dice “no tuve uno desde que Basil pintó mi cuadro”. Vaya que cierto, se mantuvo en su mejor belleza exterior desde el momento en que decidió envejecería la pintura y no él, o esta otra parte en la que un ángel le disparó pero no sabía que a Dorian no se le puede matar así, hay que disparar es al cuadro. Esas dos escenas me causaron gracia, bueno, eso debido a que entendí la referencia. 

Mejor guardo el libro, voy a entretenerme, estoy riendo como una boba aquí arriba con estas desconfiables escaleras de madera lisa, inseguras para mi equilibrio. 

Coloco el libro en su lugar, comienzo a bajar con cuidado según yo, pero mi pie resbala y atraviesa el espacio de la escalera. 

¡JODER! Intento agarrarme de la escalera pero no lo logro, entonces llevo mis manos a la cabeza apretando los ojos mientras mi cuerpo se va hacia atrás. 

Pero… no caí, ¿por qué no caí?

Abro los ojos. Me encuentro con unos ojos abiertos como platos. 




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