Continúa la transmisión…
—Yo soy Doscientos setenta y cuatro, agente—
La sorpresa de Mushi se hizo presente al tener justo en frente suyo a un joven de cabello rubio y ojos azules, ella nunca tuvo el contacto directo con él pero con escuchar su código fue suficiente, había escuchado tantas historias sobre el legendario Dos-siete-cuatro, héroe y villano también.
—¿Tú, me salvaste? — preguntó atónita la chica, pues lo último que supo fue de su traición.
—Por supuesto que sí, eres una miembro importante para que la rebelión se lleve a cabo— le contestó Chad haciéndole un guiño —y en cuanto a ustedes—
Su mirada se dirigió a los demás niños que detuvieron en seco el ataque mirando con confusión.
—¡¿Cómo demonios hizo eso?! — uno de ellos rompió el silencio gritando un poco asustado.
—¡¿Qué importa cómo demonios lo hicieron? — le respondió uno de sus compañeros —¡solo dispárenle, es un adolescente! —
En cuanto los agentes apuntaron sus armas hacia Chad, éste extendió sus manos, expandiendo el campo de fuerza y sacando a los chicos de la casa del árbol, dejando únicamente adentro a los miembros del sector.
—¡Aaaaah! — los demás agentes gritaron al caer al suelo.
Chad caminó hasta el gran hoyo en la pared para observar que no se hicieran daño —hasta la vista, mocosos— dijo girándose —bueno ahora…— de pronto se encontró con cuatro chicos apuntándole con sus armas y a Mushi mirándole desconfiada.
—Ay, vamos chicos…—
—¡No, no quiero excusas de adolescente!— Mushi suspiró —suponiendo que de verdad quieras salvarnos, porque así lo hiciste en la base lunar…¿tengo razón?—
—Entonces…— intervino Joey con sus ojos llenos de emoción —¿tú fuiste quien nos teletransportó esa vez?—
—¡Joey! — le gritaron sus demás compañeros.
Chad miró con algo de nostalgia al chico rubio, era la viva imagen de Número Cuatro cuando empezó en los Chicos del Barrio, pero este no era el momento para remembranzas.
—Chicos, en verdad no estoy en su contra— empezó a notarse algo cansado por mantener el escudo —¿creen que si lo estuviera, los salvaría? —
Todos los chicos dirigieron miradas entre sí, estaban tan paranoicos últimamente que ya no sabían en quién creer.
—Eso puede ser una trampa— respondió Mushi —alguna treta adolescente que solamente tu mentecita perversa puede crear—
(…)
Mientras el alegato seguía dentro de la casa del árbol, abajo, una montaña de chicos se movía por fin.
—Auch…— exclamó uno de ellos —¡eso dolió! —
—¡Ah, quiero ir a casa! — otro de ellos se revolvía intentando moverse.
Mientras unos mas gritaban cosas como “quiero a mi mamá” y eso, el líder en turno de ese grupo se desesperaba por la falta de rudeza de sus compañeros.
—¡Son un montón de bebés!— se paró tomando un arma de rayos laser —¡Numero Trescientos sesenta y tres nos dio instrucciones muy claras! — con rudeza levantó a sus compañeros —¡tomen esas armas y disparen!—
—Pero Alfa-Nueve, ese adolescente era…— uno de sus subordinados estaba ya temblando de miedo.