Será un topicazo, pero funciona; de la visita a la tienda del pueblo, al quiosco, siempre se saca información jugosa. Es lo malo de los pueblos, nadie está a salvo de miradas indiscretas ni de las afiladas lenguas de las cotillas, y la mejor forma de conseguir esa información es acudir a la fuente, a los centros de reuniones. También están las peluquerías, otro aquelarre en el que, con las preguntas adecuadas, averiguar sobre la vida de los lugareños es sencillo, pero para Pérez, hombre y de fuera del pueblo, ese lugar estaba vetado.
No había necesitado trabajarse mucho al quiosquero, fue suficiente con interesarse por algún que otro artículo, hacerle las preguntas necesarias sobre su vida, pero dejándolas caer, sin que se notase ansiedad o necesidad de saber, y poco a poco, una vez ganada su confianza, lanzarle el cebo para que él solo picase. No sólo le había puesto al día de la muchacha desaparecida con datos que ya conocía por la investigación, previamente se había estudiado el informe, sino que además le habían proporcionado información de la que no aparece en los expedientes. Se llamaba Carmen. Era una chica melindrosa y tímida, de una familia que nunca había dado de qué hablar, buena estudiante y muy religiosa.
- Pero el carácter le empezó a cambiar al poco de la llegada del padre José, el cura que han asesinado. ¡Claro! Que usted no sabe que han matado al cura. Ya ve que no nos privamos de nada. – y soltó una carcajada.
Corría el peligro de que se dispersase, cosa normal cuando las vecindonas dan con alguien desconocedor de las novedades y al que hay que poner al día de todo lo acontecido; son muchas cosas que contar y saltan de un tema al otro sin orden ni concierto, y sin terminar el asunto que habían comenzado a relatar.
- De eso algo había oído en las noticias. Pero lo están investigando, ¿no?
- Yo creo que no tienen ni idea de por dónde van y están tirando barro contra la pared. Si me preguntasen a mí…
Quizás debiese retomar el asunto de la muerte del cura más adelante, aunque no creía que el verdulero le pudiese decir algo que él no supiera ya. Ahora quería saber de la chica.
- Pero ¿qué tiene que ver el cura con la chica?
- Todo está relacionado. Verá usted. Al poco de llegar el padre José, a la Carmen se le agrió el carácter. Pasó de ser una niña dulce y respetuosa, a contestarle mal a sus padres y a todo el mundo. Al principio no lo relacioné, pero tardé poco en darme cuenta de que cada vez pasaba más tiempo en la parroquia, y sus modales iban a peor cuanto más visitaba al cura. – quiso darse ínfulas de superioridad al creerse el único que se había percatado de aquel detalle.
- Y usted, ¿qué cree que pasó?
- Lo que pasaba allí dentro no lo sé, pero uno ha leído un poco sobre psicología, y está claro cómo reaccionan los niños cuando los mayores les obligan a hacer… cosas de adultos que no debieran de aprender tan jóvenes, no sé si me entiende.
- ¿Y por eso mataron al párroco?
- Pudiera ser. – quiso adoptar un aire de misterio que resultó patético, ya lo había dicho todo.
- Vamos. Que sabe más de lo que cuenta. – se le acercó para hablarle casi al oído generando una ficticia intimidad. - ¿Quién fue?
El quiosquero miró de un lado al otro para asegurarse de que nadie prestaba atención a la conversación con el desconocido. Pérez había logrado que se convirtiese en su confidente.
- El padre. – le susurró y, mirándole fijamente a los ojos, afirmó con la cabeza con el brillo en la mirada del que se sabe conocedor de una verdad absoluta.
- ¡No me diga! – fingió estar escandalizado.
- ¡Sí! – siguió con los susurros. – Para mí que el Antón, el padre de la Carmen, se enteró de lo que el cura le “hacía” a la niña y lo mató en venganza. – Pérez mantuvo su cara de fingida sorpresa. – Por eso no se les ha vuelto a ver por el pueblo a ninguno de la familia. Yo creo que él mismo se la ha llevado lejos para que la gente no se entere de algo.
- ¿De qué?
Se le acercó aún más, tanto que los labios le rozaban las orejas.
- Yo creo que la dejó preñada. – ambos se separaron disimulando el haber sacado a la luz el más sucio de todos los trapos del pueblo.
De forma sutil, el detective terminó la conversación. Puede que todavía no lo supiese todo, pero desde luego el quiosquero le había dado información que le podría servir para proseguir con su investigación. Siguiente parada, el obispado.
A sor Julia no le gustaba tener que estar fiscalizando al nuevo cura mientras confesaba a las hermanas, pero estaba preocupada por lo que había creído ver entre él y la novicia en los funerales de sor Ángela, tenía que vigilarle de cerca el tiempo que estuviese dentro de la abadía. Por eso, con mil excusas, se pasaba cada poco por la capilla mientras el padre Ramuel expiaba a las religiosas los nimios pecados que hubiesen podido cometer, siempre dentro del confesionario, ya se encargaba ella de asegurarse de que así era, y separado de las monjas por la celosía. Con ninguna le pareció que tuviese un trato fuera de lo habitual, ni siquiera con Inés, aunque su confesión había sido algo más prolongada que la del resto, pero tampoco tanto como para alarmarse. En cuanto a ella misma cuando había llegado su turno de confesión, se había notado cierta tensión, pero generada por sus miedos y sospechas, no porque el padre Grigori se hubiese comportado de forma incorrecta en algún aspecto. Aun así, cuando por fin le acompañó a la puerta y le despidió, respiró aliviada. Jornada terminada sin nada de qué preocuparse. No sabía si debía hablar con la joven sobre lo que creía haber visto, pero sopesándolo bien, decidió callar; la reacción extraña había sido por parte del sacerdote, no de la novicia, a ella no podía reprocharle nada. Decidió mantenerse en alerta, vigilarle a él de cerca, pero sin alterar la paz de la muchacha que, al fin y al cabo, no había cometido falta alguna.
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Editado: 13.01.2024