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Había una vez un conjunto de grandes, oscuras y agresivas moscas que paseaban todo el día alardeando ser poderosas, con su presencia intimidaban a muchos, se jactaban de ser las mejores y modernas, zumbaban sin cesar, gozaban de humillar, menospreciar e insultar a abejas, colibríes y luciérnagas; decían que había llegado el momento de que pagaran tantas décadas anteriores en las que sus acciones eran ejemplo a seguir, las moscas aborrecían sentirse inferiores, por lo que aprovechaban el momento para su “venganza”, mientras que eran festejadas, apoyadas y vitoreadas por varios moscos de la región, como si lo que decían y hacían fuese ejemplar, motivo de respeto y celebración.
Un día una pequeña abeja cansada de trabajar y tener un comportamiento disciplinado, se reveló contra sus padres, admiraba a aquellas moscas que parecían no tener límites, se veían libres y felices, la abejita quería ser como ellas, así que se salió de su enjambre y pidió unirse a las moscas, estas se miraron entre sí, acrecentando su ego por confirmar que eran maravillosas, porque hasta una abeja prefería dejar a su familia para unirse a su pandilla; una luciérnaga supo lo que hiso la abeja, así que deseosa de ser como las moscas, también dejó a su familia y pidió unirse a ellas porque ansiaba que los moscos la celebraran; un colibrí se enteró de eso y también quería sentirse como mosca, porque estas decían ser las mejores y los moscos lo aseguraban, así que se apartó de los demás colibríes e imploró unirse a las moscas, estas, con la arrogancia a tope, aceptaron que se les unieran con la condición de que hicieran expresamente lo mismo que ellas.
Fue así como la abeja, la luciérnaga y el colibrí se unieron a la pandilla, estaban felices porque sentían que ahora sí recibirían reconocimiento, estimación y admiración, ya que esta vez harían lo que los moscos y las moscas afirmaban que era lo correcto, lo de moda, lo genial.
Volando junto a las moscas primero entraron a una casa, las moscas comenzaron a zumbar en los oídos de los humanos, molestándolos intencionalmente, se pararon e invadieron la comida que una amable madre preparaba a sus hijos, se reían porque sentían que de esa forma contaminarían los alimentos, los humanos se veían desesperados por sacarlas y estas sádicamente se burlaban y reían a carcajadas al ver a las personas intentarlo, luego fueron hacia la habitación de un joven estudiante y con su incómodo ruido le zumbaban en el oído para que no pudiera concentrase en sus estudios, después fueron hacia una tierna viejecita que intentaba ver la televisión, pero las moscas no dejaban de pasearse frente a la pantalla para incomodar a la ancianita hasta hacer que se parara del sillón y las persiguiera, querían provocar esto porque sabían que la ancianita con inmenso esfuerzo lograba ponerse en pie, por lo que molestarla y provocarla a hacer esfuerzos innecesarios les ocasionaba regocijo.
La abeja, el colibrí y la luciérnaga estaban sumamente agitadas por el temor de que en algún momento se les atrapara, no tenían experiencia en actividades como esas, así que inevitablemente sentían incomodidad por ser partícipes de tales sucesos, además de notar que los humanos veían a estos tres seres con total asombro, desconcierto y decepción, pues no entendían el motivo de que un colibrí, una abeja y una luciérnaga estuvieran con un grupo de horribles moscas.
Para finalizar su día de actividades, las moscas fueron a darse un festín con una pila enorme de excremento y amenazaron al colibrí, a la abeja y a la luciérnaga diciéndoles que, si no se revolcaban y comían del excremento, no eran dignas de estar en la pandilla.
El colibrí, la abeja y la luciérnaga tenían mucho asco, en el fondo de su ser no querían probar el excremento, ni podían divertirse en él, pero estaban presionadas, si no lo hacían se sentirían miserables, apartadas de lo que los moscos consideraban agradable, correcto, valiente y de lo que a las moscas les parecía delicioso y placentero; el excremento desde hacía muchos años había dejado de ser mal visto, ahora era lo que varios consideraban valioso, apreciable, sólo grupos retrógradas como el de las abejas, los colibríes y las luciérnagas se negaban a aceptarlo y unírseles. Pero este colibrí, esta abeja y esta luciérnaga no querían sentirse inadaptados ni aislados, querían vivir lo que ahora era visto como adecuado, pese a que esto les incomodara; así que se dirigieron al excremento, tomando valor para embarrarse en él, 1, 2, 3 ¡ahora! y…. a segundos de hacerlo, teniendo ya muy cerca el excremento, se retractaron.
— No podemos hacerlo, apesta y es oscuro—dijo la luciérnaga.
— Es que en verdad nos esforzamos por querer creer que esto es bueno, pero la realidad es más fuerte de lo que nosotros quisiéramos que fuera, el excremento es un desecho, por tanto, inservible, lleno de bacterias dañinas que pueden mermar nuestra salud, ningún bien nos puede hacer el consumirlo, es dañino como todo lo que le hemos hecho en este día a las personas— dijo el colibrí.
— ¡Pero es que esto es lo de hoy! ¡es la moda! —dijo la abeja con desesperación—tenemos que hacerlo, de lo contrario seremos señalados, insultados y excluidos.
Llegaron muchos moscos totalmente agresivos a burlarse de la abeja, de la luciérnaga y del colibrí.
— Sabíamos que son unos cobardes, antiguos, reprimidos infelices, inadaptados, sí, sabíamos que no lo lograrían— dijo un mosco.
—¿Y por qué ustedes no lo hacen? ¿por qué no se revuelcan en el excremento? —dijo la luciérnaga ya enfadada.