Samin Sayri reconoce los peligros que atraviesan sus campesinos por las bestias. Aparte de comer los cultivos, también se comían a los aldeanos.
Los huesos afilados de los Guanacos son de ayuda para sus herramientas. Estas bestias tienen buena carne, así que son mayormente cazados por el grupo de militares y por el líder, Samin Sayri.
Aunque su carne es buena, son ellos los que sufren al magullar al animal.
La casería de hoy, fue un logro; mientras transportaban los cuerpos muertos, Samin Sayri iba planeando el anuncio diario para sus pueblerinos.
Hoy era la fiesta anual por el ascenso del nuevo líder. Las mujeres sostenían sus túnicas largas y danzaban al ritmo de la música, los hombres seguían a las mujeres bebiendo alcohol y sacando polvo del piso con sus yanquis. Algunos niños lanzaban piedras suaves a los pequeños animales que querían atravesar la danza.
No era maldad, solo precaución.
Los agricultores que seguían sanos, saludaban al líder con temor por su seriedad, con solo verlo pareciera que te comería vivo.
Samin Sayri no quería que abusen de su confianza, así que la seriedad y tranquilidad que mostraba no era en vano; los festejos que hacían era para él y para el anterior líder, su padre. Cuando escuchó a una de las danzantes mencionar su nombre, casi se desmorona, fue un maravilloso padre y líder, aunque su madre tampoco estuviera ahí, él sabe que lo fue.
Atic Chachapuma fue alguien justo, comandaba dos pueblos por la falta de líder en uno — ser llevado a la corte imperial para que sirva al inca en el Cusco, es un trabajo muy extremo. Con el pasar de los días, ese líder fue olvidando a la gente de su pueblo.
Ese líder no tenía familia de sangre, tampoco personas que defendieran al pueblo. Sus ayudantes fueron asesinados por bestias poco comunes después de un festival guerrero.
Los mitimaes* fueron lastimados a la cercanía de ese pueblo, fue solo uno de ellos que avisó a los demás sobre esas bestias. Su ropa rasgada por las rocas afiladas y su rostro lleno de barro hacía aparentar ser solo un loco, por eso nadie creyó en sus palabras. El mitimae avisó en varias ocasiones sobre lo que se acercaba a ese lugar, sus noches no fueron tranquilas por sus fuertes gritos. Luego de varias noches de desesperación, él solo desapareció dejando tranquilo al pueblo, jamás fue visto de nuevo.
[Mitimaes: Son personas que tienen conocimientos sobre la vida incaica y los nuevos hábitos que hay en el imperio, ellos llevaban creencias y nuevos conocimientos a otros pueblos.]
Aunque el pueblo era grande, las personas que lo comandaban eran pocas. Para Atic Chachapuma no fue fácil mantener el orden al principio, sin embargo, poco a poco lo logró.
Recordar las cosas que escuchó de su padre lo llenaba de sentimientos, él enseñó a Samin sobre el respeto, las leyes, caserías, trabajos de campo… su padre pudo llevarlo a las clases privilegiadas y sin eso, ahora no sería nada; los amautas* no tenían piedad cuando se trataba del entrenamiento físico y el uso de técnicas militares, cuando no respetaba las reglas, recibía quince azotes. Sus memorias vacilaban cuando recordaba lo herido que se hacía para que el profesor también recibiera azotes, pero jamás le funcionó ese tipo de tácticas, todavía no sabe si era por su forma de mentir o si ya sabían como era.
[Amautas: Ahora son conocidos como profesores.]
Cuando regresó a casa con sus atuendos finos y aretes, su padre se enorgulleció de él, podía recordar el brillo en sus ojos y la gran sonrisa en sus labios mientras las personas aplaudían. Tan solo tenía dieciséis años, jamás pensaría que cuatro años después se haría cargo de un gran pueblo.
Las mujeres quedaban fascinadas con Samin, verlo con atuendos hechos de hilo de plata y hermosos yanquis, era algo asombroso.
Desde temprana edad, se le conocía como alguien justo, valiente y directo, la influencia que tenía por su padre hacía aumentar más su reconocimiento en los pueblos lejanos.
La música ya estaba acabando, los pasos se volvieron más apresurados y los gritos se volvieron más divertidos. Samin recordó la muerte de su padre, cuando su pecho dejó de subir y bajar, cuando su corazón dejó de latir.
El cuerpo en su hombro comenzó a temblar, la danza le hacía recordar a su padre.
Sus propios pobladores dejaron de creer en él. Era joven, no conocía nada de la vida adulta.
Era como si su padre y maestros sabrían del futuro que tendrían. Enseñaron bien a Samin, sabían que no fallaría en su potencial, y eso fue lo que ocurrió, las quejas e insultos que recibía, calmaron al expresar todo sus conocimientos en ellos.
Unas jóvenes bailarinas se acercaron a él, el sudor en sus rostros mantenía pegada parte de sus cabellos en sus frentes.
Si el líder sacudía la cabeza, ellas entenderían, pero esta vez, Samin Sayri quería divertirse. Encargó el animal a uno de sus soldados y se fue a disfrutar.
Perdió la noción del tiempo bailando de aquí y allá, tomando alcohol pocas veces y riéndose de las caídas de otros. Son en estos casos que el pueblo se vuelve uno solo, no había la necesidad de ser de clase privilegiada o de la última clase, todos disfrutaban de estar juntos.
El grito de una señora mayor no alteró a la multitud, todos seguían en sus bailes, pero Samin Sayri se acercó al lugar y vio a un joven escapando con un costal.
—¡Mis cosechas! ¡No! —La anciana estaba llorando, asustada por ser amenazada.
Era muy tarde para correr lejos de la luz y muy mareado para perderse entre esa chacra de maíz, solo llevó a la mujer a un lugar más seguro.
— ¡Mis cosechas! Todos los frutos dieron algo… se lo iba a dar a mi hija y ahora no me queda nada.
Su voz temblaba por el impacto que recibió.