Gerard sostuvo la mejilla de Nahiara con su mano mientras la miraba con dulzura.
—Creo que mereces darte la oportunidad con alguien más... no importa, si es conmigo, o con otra persona.
Dolía decirle aquello, pero ella necesitaba saberlo. Saber, que merecía ser feliz. De igual menera, Gerard no la podía ver con otro hombre, sino con él en sus brazos, con caricias y besos.
—Creo, que ha pasado tanto tiempo que he olvidado lo que se siente estar acompañada de alguien.
—Dame la oportunidad de mostrarte que juntos podremos contra todo... No puedo ofrecerte riquezas, mucho menos un buen porvenir, porque eso no lo sabemos, pero sí que estaré junto a ti en las buenas y en las malas.
Nahiara pensaba que este hombre no podía ser más terco. Pero ahí estaba entusiasmado con ella. Sin embargo, ella no podía corresponder a estos sentimientos por los momentos.
Gerard era rubio de mejillas sonrojadas, con ojos azules como los tulipanes de un hermoso campo. ¿Quién podía negarse a él? Nahiara podía.
No es que fuera fácil negarse a él. Pero habían cosas que no le permitían entregarse.
—Lindo, Gerard —pronunció con amabilidad—. Sé que estás confundido ahora, pero verás que el tiempo te llevará a lo que en realidad buscas. No una mujer con un hijo, sino a una, que se entregue completamente a tus deseos.
Gerard cerró sus ojos y empuñó sus manos. ¿Cómo podía decirle eso?
—Pero no quiero otra mujer. Te quiero a ti, Nahiara.
Ella abrió sus ojos con sorpresa y la mano que tenía sobre el cabello de Gerard la dejó en el aire.
—Yo... ¿qué podría decirte?
—No digas nada —dio su espalda a la mujer—. No tienes que decir nada...
Nahiara se recogió el cabello que lo llevaba enmarañado, pensando a la vez en la decepción que provocaba en este buen hombre.
Entonces, antes que pudiera responder para calmar la situación, alguien tocó la puerta.
—¿Esperas a alguien? —preguntó Gerard.
Ella se cruzó de brazos y alzó una ceja.
—A nadie.
Martín dijo desde el otro lado de la puerta:
—¡Nahiara! ¡Nahiara! Es mi mujer... va a dar a luz... —su voz tembló al pronunciar aquellas palabras. Sabía Nahiara el temor que un parto provocaba en los hombres. Pues, se sabía que muchas mujeres solían no sobrevivir en estas condiciones.
Desde ese momento hasta que el sol se ocultó y llegó la madrugada Nahiara atendía un parto largo con Stel que le costaba dar a luz.
Los hombres se encontraban afuera de la habitación de Stel. El único ser masculino que se encontraba dentro de la habitación era el niño Florián.
Acostumbrado a estos momentos por su madre que desde más chico vio el interés de su hijo en aprender la medicina. A Florián le interesaba aprender todo lo que pudiera de su mamá que era su más grande fuente de inspiración.
Claramente él solo observaba y ayudaba en una que otra cosa hasta que tuviera una edad adecuada donde Nahiara lo pondría en práctica.
—No te desmayes... —rogó Nahiara a Stel.
Stel sostenía la mano de Florián con rudeza a la vez que pujaba. El niño miraba el techo pidiendo ayuda a los cielos.
—Voy a morir, Nahiara... —ella lloraba y las contracciones hacían que gritara a su vez—. Yo... no puedo más.
No era la primera vez que Nahiara atendía un parto similar. Lo diferente era la terquedad de Stel. Pero era entendible en una mujer joven como ella.
—¡Nadie se va morir esta noche! —los hombres que escuchaban con sus oídos pegado a la puerta jadearon.
Nahiara torció la cabeza hacia la puerta y dijo:
—O se quitan, o los quito —escuchó cuando ambos retrocedieron. Pues llevaban rato poniendo a todos de los nervios.
Nahiara solo tenía una solución. Su pequeño era solo un niño de trece años con una inteligencia poderosa y un gran tamaño en altura. Pero no dejaba de ser un niño. Y en esto era en lo que él quería estar; por eso tomó una decisión descabellada.
A veces las grandes personas comienzan a desarrollarse desde pequeños. No todos pueden tener la misma madurez con la que este niño tomaba decisiones y a las cosas que se había enfrentado con su madre. Florian había visto incontables cosas en la medicina de Nahiara, pero, como lo que estaba por presenciar a continuación cambiaría su manera de ver la vida.
Nahiara tuvo esperanzas de que tuviera el valor y la madurez suficiente para superar esto. Y se lamentó desde lo más profundo por tener que pedirle a su hijo:
—Florián debes atender el parto desde aquí donde el niño nacerá y halarlo con delicadeza. ¿Crees estar seguro de poder? No es una obligación...
El niño no titubeó al contestar:
—Pero es necesario. —Asintió. Su madre sonrió orgullosa, su niño había nacido para esto.
Stel al darse cuenta de lo que estaba por suceder, agregó:
—No puedo creerlo... un niño... ¿Cuántos años tienes? ¿Díez? —Gritó al sentir un fuerte dolor por dentro.
—¡Tengo trece!
Nahiara se puso en marcha. Llamó a Florián a su lado, el niño al ver por primera vez las partes íntimas de una mujer no pareció muy sorprendido. Bendita inocencia. Claro, estaba maravillado al descubrir con sus ojos una nueva parte del ser humano. Florián no tenía ojos morbosos, sino clínicos, en sí se comenzaba a formar pensamientos de un futuro médico.
—¿Qué sigue? Tengo... miedo —confesó Stel. Y Nahiara se recostó a su lado, acariciando su barriga.
—Mírame... No dejes de mirarme... Concéntrate. Ahora. ¡Puja fuerte Stel! —la mujer gritó tan fuerte, seguido de la voz de Nahiara para que se animara. Y en dado momento, la sasenac comenzó darle masajes en su barriga junto a la fuerza que Stel tomaba para pujar.
Y entonces, Florián, con voz altamente maravillada, exclamó:
—¡Puedo verlo, no se detengan!
Nahiara miró a Stel y ella a Nahiara. Ambas sonrieron con lágrimas en sus ojos y con sudor que se mezclaba por sus mejillas.
La habitación estaba alumbrada por velas y la ventana abierta que producía un poco de luz lunar. Era una noche sin mucha brisa, con mucho calor, nacía un bebé en manos de una mujer a la que repudiaban y un niño con deseos de ser como su mamá.