La Amante Adorada Del Príncipe

Capítulo 1

El hombre herido despertó la mañana siguiente de haber caído herido en el bosque. Para ese entonces la Guardia Real lo andaba buscando encubiertos sin que los pueblerinos supieran para que no se esparciera por toda la nación.

Nahiara escuchó los jadeos de dolor de él y fue enseguida comprobando que estaba despertando.

Cuando el hombre abrió sus ojos Nahiara contempló el azul del cielo en la mirada de una persona.

—Hola... ¿puedes decirme algo?

Él miró el rostro borroso de una suave voz femenina hasta al fin acostumbrarse a la claridad y ver unos alucinantes ojos esmeraldas que lo observaban curiosos.

—Yo... —dijo con voz gruesa entrecortada—. Oh. ¿Dónde me encuentro? No...

Observó como ella se apartaba un poco de su lado al tiempo que decía:

—Mi nombre es Nahiara y te he encontrado herido en el bosque.

Él llevó su mano hasta ese punto de su cabeza que era punzante.

—No recuerdo.

—¿Te refieres a qué no recuerdas como llegaste hasta el bosque?

El hombre cerró sus ojos con fuerza al sentir una vez más esa punzada en la cabeza.

—No recuerdo absolutamente nada.

Nahiara abrió sus ojos con sorpresa.

—¿Ni siquiera tu nombre?

El hombre negó con la cabeza.

—Auhs. ¿Tienes algo para este dolor? ¿Conoces un médico?

—No. Pero tengo algo mejor —se dirigió hasta la cocina y trajo de vuelta un jarabe hecho por ella misma con plantas del bosque.

—¿Qué huele tan mal?

—Lo que te va a sanar ese dolor.

Casi a la fuerza Nahiara logró que el hombre tomara el jarabe.

Ahora bien: Este forzudo hombre no recordaba quien era. Pero todavía existía la esperanza de que con el transcurso del día la recuperara. Una vez el jarabe hizo efecto el hombre cayó rendido en un sueño.

Recordó Nahiara que su niño Florián se encontraba en la escuela y no tardaba en aparecer por esa puerta con hambre. Al cabo de unos minutos salió de la casa hasta el mercado en busca del almuerzo. Además, que tenía un invitado durmiendo y necesitaba comer para recuperarse.

"¿En qué me he metido?", pensó.

Alonso era un vendedor de vegetales en el mercado del pueblo. Y aunque costaba creerlo era el único, que de vez en cuando, ayudaba a Nahiara.

Ese día su puesto, entre tantos alrededor, se encontraba lleno de nueva mercancía. Era sábado y este día traían nueva cosecha. Claro, que tampoco era mucha debido a la sequía. Además, que una papa costaba un dineral.

En lo que el hombre miró a Nahiara, suspiró.

—Nahiara, ¿vienes a pagarme el fiado?

La joven lo miró con desdeño.

—Te he dicho que esta última semana te pago con todo e intereses... Pero eres un impaciente.

—¿Un impaciente? —replicó con sus brazos cruzados y una ceja levantada—. Llevo más de un mes esperando ese pago con todo e intereses.

Nahiara observó que las personas miraban curiosos la conversación.

—No he vendido mis productos... Ya verás que esta semana sí lo haré. Bueno, tú bien sabrás como está la situación últimamente.

El hombre, asintió, poco convencido. En eso llegó Edme quien era su esposa y lo acompañaba este día con las ventas.

Edme no era una mala persona con Nahiara. De hecho, muchas veces, ayudó con los estudios de Florián. Pero supo la joven mujer de ojos claros, que se había acercado para que las personas no hablaran de su esposo con Nahiara.

Era algo decepcionante pero comprensible. No importaba de todos modos, para este momento Nahiara estaba acostumbrada a que nadie quisiera acercase mucho a ella debido a su fama.

—Edme.

—Nahiara. ¿Cómo estás tú y el niño Florián?

El pequeño niño era querido a pesar de la fama de su madre. Mucha gente lo apreciaba por su inteligencia y que era un niño atractivo con los ojos iguales a los de su madre.

—Estudia. Ya sabes, le encanta la escuela. Yo, intento llevarle un poco de comida...

Lanzó el dardo y Alonso comprendió todo.

Enseguida su esposa Edme lo miró con el ceño fruncido y le dijo:

—¿Ha venido Nahiara a comprar, querido?

—Así es, querida —Alonso no dejaba de ver a los ojos de Nahiara con cierto reproche.

—¿Y qué ha pasado que todavía no tiene nada en sus manos?

El hombre asintió y suspiró profundamente.

—Nada. Solo hablábamos del pago. ¿No es así Nahiara? Ella me ha dicho que esta semana traerá lo que debe.

Edme sonrió, y comprendió lo que este, intentaba decirle con señales de humo.

—Perfecto. —Se dirigió a la mujer—. Nahiara, puedes llevarte lo que gustes. Ya nos veremos pronto, esperamos pacientes el pago. ¿Bien?

—Así es. Nos veremos pronto.

Minutos más tarde iba la mujer con una bolsa, en ella vegetales. En casa tenía un pollo que apenas el día anterior lo había matado para comerlo, pero con esto del hombre que encontró enfermo no le había dado tiempo de cocinarlo.

Lo tenía en sal para que no se dañara tan pronto. Tal vez al llegar el hombre estaría despierto y con sus recuerdos intactos, seguro le daba algo para comer y luego que se marchaba para siempre.

Caminando recibía miradas desdeñosas de los campesinos. Escuchaba claramente como hablaban de ella y le decían ramera en su espalda. Se preguntó, Nahiara, cuán diferente sería su vida si estuviera casada.

Las personas la juzgaban porque no era un hombre el que traía el plato a la mesa, sino ella, y su ardo trabajo del que muchos juzgaban sin saber. Al principio cuando comenzaron las críticas ella trató de defenderse, pero el morbo era mayor y no la escucharon.

Ella abrió la desgastada puerta y se encontró con una sala vacía. ¿Dónde estaba el hombre que había dejado dormido en el mueble?

Dejó la bolsa en una pequeña mesa y caminó lentamente...

—¿Hola? ¿Florián?

Escuchó un golpe proveniente del baño y respingó asustada. Pero tuvo que relajarse e ir despacio hasta ese cuarto, que no estaba lejos de la sala. Tomó el pequeño pasillo y cuando iba llegando, ese alto y musculoso hombre salió.




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