La sanadora practicaba sus habilidades con el atractivo huésped que tenía alojado en su casa.
—¿Crees que pronto esté sano?
Nahiara asintió. Pues, la herida no se había infectado y se encontraba sanando rápidamente.
—Desde luego que sí. —Dejó la botella de alcohol sobre la mesa y por un momento se quedó mirando lo perfecta y cuidada que era la piel de Gerard—. Debiste cuidarte toda la vida para no tener ninguna cicatriz o ampollas.
Gerard se había fijado en que ella sí que tenía cicatrices y ampollas en sus manos.
—Puede ser que nunca trabajé tan pesado —especuló—. Pero ¿qué opinas tú de esto?
Nahiara se llevó la mano al mentón de manera pensante, y cruzó sus piernas. Gerard admiraba su postura con una media sonrisa. Ella sin darse cuanta era preciosa y sus movimientos por más ordinarios que fueran no impedían la hermosura de esta mujer.
Luego de un rato pensando en varias teorías llegó a la que pensaba desde un principio cuando él estuvo por primera vez en su casa.
—Yo creo que eres un noble. O por lo menos de una familia adinerada, no necesariamente noble.
—Lo he pensando varias veces... —agregó a la idea de Nahiara sobre su origen—. Pero creo que la segunda que me has dicho tiene más probabilidad. De todas maneras, por ahora no deseo saber eso.
Ella sorprendida, preguntó:
—Ah, ¿no? —Gerard sonrió viendo su extrañez—. Si yo fuera tú anduviera buscando a mi familia. Sobre todo si es adinerada... Solo digo, eh.
El hombre se levantó del mueble y caminó un poco dentro de la sala, luego para girarse con vista a Nahiara que lo seguía curiosa. Él llevaba sus manos detrás de la espalda con uno de esos gestos finos que pocos hacían, y su pecho se marcaba en su pequeña y ajustada camisa.
—No me importa si es adinerada. Me gusta estar con ustedes y ayudarlos, eso es todo.
—¿No te has preguntado si tienes esposa e hijos?
Él se detuvo antes de responder esa pregunta que hasta este momento no se había preguntado. ¿Podía ser posible que tuviera una familia esperándolo? No podía creerlo, algo dentro de él se negaba a esa idea.
—No creo... Algo me dice que no es así. Y si lo fuera, ahora mismo me anduvieran buscando. Tampoco es que el pueblo es muy grande para encontrar a un hombre de mi talla.
Nahiara levantó las cejas.
—¿De tu talla? Oh, por los cielos, Gerard —rio de forma que no pudo detenerse ante la mirada de él—. Deseo tener ese autoestima que traes. Y, bueno, no negaré que pocos como tú se encuentran por estos lados. Eso es todo.
—Creo que tienes para este autoestima y mucho más.
—Ah, ¿sí? ¿Y eso por qué?
Gerard no pudo creer que ella fuera tan... tonta. ¡Era preciosa, por todos los santos! Su rostro era perfilado con un cutis envidiable para cualquier mujer. El cuerpo que poseía era esbelto con una cintura perfecta y sus ojos... ¡caramba sus ojos eran una bendición! Su sola mirada cambiaba el clima dentro de los ojos de alguien más. No importaba que tan sucia estuviera o que tan desgastada estuviera su ropa, Nahiara brillaba debajo de ese escombro en el que estaba sumergida.
—Eres hermosa Nahiara por si nadie te lo había dicho —confesó.
De inmediato ella sintió sus mejillas arder y su corazón palpitar a un ritmo inverosímil. Pero, eso no significaba que accedería a tal halago.
—Muchos me dicen eso. Y cuando los rechazo hablan detrás de mí. Por eso, no creo en nada que salga de la boca de un hombre que solo me ve por la belleza de la que hablan.
Él pareció decepcionado de que se le comparase con alguien más.
—No te mentiré cuando te digo que me gustas y mucho. No sé nada de mí, pero te puedo asegurar que no soy un hombre que calle lo que siente.
Ella apartó su mirada de la de él que la sometían a un momento del que nunca pensó que volvería a presenciar. En seis años nadie le hablaba de esa forma. Una forma dulce. Pues las últimas veces que eso sucedió el final era amargo y lleno de dolores de cabeza que ninguna posición podría detener.
—Te pediré que no me hables de esa manera mientras vivas bajo mi techo. Lamento no poder corresponder tus sentimientos.
Él se acercó a ella y sus rostros ahora estuvieron a centímetros de tocarse.
—¿Me prohíbes que te hable de mis sentimientos? —llevó sus manos hasta las mejillas de Nahiara y acarició su dulce piel—. Me dices que no puedes corresponder a estos sentimientos... ¿Debería creerte? Mírate, cuando mis manos pasan por tu suave rostro. Como tus manos tiemblan y respingan al tocarte...
Ella cerró sus ojos para concertarse en lo que estaba sucediendo. Él tocaba sus manos y luego su rostro, acariciando con gestos suaves, sabiendo que se convertían en su debilidad. Tanto tiempo, sin que nadie la tocara, que ahora reaccionaba torpemente.
Lo empujó suavemente fuera de su alcance y al abrir sus ojos, dijo:
—Por favor, no me lastimes —sus poros se llenaron de lágrimas e hirió a Gerard.
¿Cómo una mujer podía creer que esto la dañaría? ¿Cuánto habría sufrido antes un por un desvergonzado? Ella era sencillamente hermosa y no merecía tener miedo al amor.
Él se había enamorado de un alma dañada. ¿Cuál sería el remedio para remendar el dolor que albergaba?
Antes que se arrepintiera, agregó:
—Voy a demostrarte que puedes confiar en mí... Haré que no vuelvas a sentir temor cuando te vuelva a tocar, sino que me tomes de las manos y me beses.
Ella temblaba, mirándolo fijamente, a sus labios, luego sus ojos, terminando de nuevo en sus comisuras.
—No me...
—No te voy a lastimar, te lo prometo.
Ella negó con la cabeza y continuó llorando.
—Todos lo hacen... Te irás cuando me haya entregado a ti.
—Idiota el que haga eso. Tú eres una dama a la que se le debe respeto.
Nahiara limpió sus lágrimas y sonrió. Gerard no comprendió hasta que escuchó la puerta de la habitación abrirse.
El niño estiró sus brazos y bostezó.