Después del incomodo momento en casa de Nahiara. Gerard decidió acompañar al niño a su escuela en el centro del pueblo donde los campesinos iban de un lado a otro y por doquier había quioscos de mercados.
El niño caminaba con un cuaderno en mano mirando la multitud que pasaba por su lado y deseando llegar pronto a su escuela para seguir aprendiendo mientras podía.
—¿Te sientes bien? —preguntó el niño a Gerard que iba distraído desde que salieron.
Él volteó a verlo, con fingida extrañes.
—Claro que sí. —mintió—. Es solo que pienso en...
—Mi madre... —terminó Florián por él—. No digas, que no, porque no soy estúpido.
—Eres muy inteligente ¿sabes? —iban llegando a la escuela. Gerard se detuvo en la entrada de la pequeña escuela pública—. Pero esto es solo para adultos. No sé hasta dónde escuchaste sobre lo que hablabamos tu madre y yo esta mañana, pero, por favor, quiero que sepas que ella me... gusta.
Florián no pareció sorprendido a diferencia de Gerard que sí lo estaba por la manera en la que el niño manejaba la situación. ¡Le había dicho que le gustaba su madre! Y él, todo despreocupado, agregó:
—No eres el primero en confesarle amor a mi madre. Será muy difícil que te crea. Además, no llevas mucho con nosotros y ya estás gritando lo que sientes. Sé que mi madre es muy hermosa y por eso debe ser que te sientes así... confundido.
Gerard se inclinó a la altura del niño.
—No me importa cuántos hombres le hayan dicho a tu madre lo mucho que la aman. Y sé que no podré ser el primero en confesarle lo que siente, ¡vaya, debes entender que es muy hermosa! Por favor, créeme cuando te digo que es real lo que siento.
Él niño le sonrió comprendiendo a este hombre que cayó bajo la hermosura de su madre. Pero había visto lo suficiente para saber que ella no andaba y no le creía a cualquiera.
Dichoso fue Gerard que le agradó a Florián:
—Debes mostar con acciones las palabras que le has confesado. Sé diferente a todos, Gerard. Aunque no lo creas, mi madre lo que menos busca de un hombre es dinero. No le ofrezcas fortuna, o un buen por venir, que es incierto en este momento: En cambio, puedes ayudarla a creer de nuevo en el amor. Y aunque sonará muy cliché, que el amor todo lo puede.
Gerard estaba boquiabierto.
—No puedo creer que un niño me este aconsejado a cómo conquistar una mujer.
—Esa mujer es mi madre, no lo olvides. Si la llegas lastimar su corazón, te arrancaré la cabeza.
El hombre levantó sus manos en señal de rendición.
Gerard dejó al niño ir a sus clases y tomó camino de regreso a casa de Nahiara. En eso se encontró con un grupo de guardias que interrogaban a campesinos. Se creó una revuelta de ellos en todo el camino, parecía que algo malo había pasado. ¿Sería cuestión de la guerra en las fronteras? No estaba seguro de qué en realidad fuera, tampoco le importó para ir a preguntar.
Más se detuvo en el mercado al ver el rostro conocido de Edme. La primera vez que interrumpió en casa de Nahiara quiso enterrarla, pero ahora le daba las gracias por haber sido entrometida. Si no fuera por ella él ahora no estuviera con ella.
Seguro Nahiara ya lo hubiera echado de la casa porque estaba mejorando. Y aunque sonora increíble él no pensaba en recordar su antigua vida porque le daba temor que tuviera cosas pendientes que lo alejaran de ella.
Ahora tenía un propósito y era cuidar de esta mujer que lo acogió y cuidó a pesar de haberse podido meter en problemas. ¿Podía encontrar a alguien más bueno que ella? No podía creerlo.
—¡Hey, Gerard!
—Hola, Edme. No te he visto desde aquella vez en casa de Nahiara...
Un hombre se posó al lado de Edme y al ver a Gerard no evitó la sorpresa de su rostro. De todas las veces que se imaginó al esposo de Nahiara jamás pensó que sería así de... guapo.
—Oh, no. Las ventas han subido un poco, mira que estaba pensando en visitarlos. Ahora que me lo has recordado iré pronto con algo para compartir. ¡Ay, Alonso, no te había visto! —con Gerard en frente cualquier persona era invisible—. Gerard, te presento a mi esposo, Alonso.
Alonso extendió la mano a Gerard y él hizo lo mismo.
—Me da gusto que Nahiara por fin tenga a alguien para pagar sus deudas.
—¡Alonso! —lo reprendió Edme.
—¿Deudas? —inquirió Gerard.
A Alonso no le importó lo que su esposa dijera y confesó:
—Tu esposa me debe cuatrocientos Kven. Le he fiado por más de un año sin recibir nada a cambio.
Edme se encontraba apenada con Gerard que miraba la situación sorprendido.
—Te pagaré todo lo que debe.
Edme abrió sus ojos con sorpresa.
—¿En serio? Pero, si apenas regresas de la guerra. Por favor, no te preocupes con...
—Con nada —interrumpió su esposo—. Querida, si el caballero se ha ofrecido a pagarnos, pues bien recibido sea...
Edme con la mirada le pidió disculpas a Gerard. Más este hombre se despidió de ellos rumbo a casa de su vecino amigo, Martín.
Ellos habían salido por la tarde a un lugar que el chico conocía desde hace un tiempo. Una taberna donde los condujeron a una oficina, en ella un hombre regordete con cadenas de oro y plata, bebía aguardiente como vikingo.
—Martín... Mucho sin verte —este tensó su mandíbula—. ¿Cómo se encuentra mi querida hija?
Gerard supo que este hombre era el padre de Stel. No se parecían en nada, seguro la joven había salido a su madre.
—Bien. No gracias a ti, claro.
El viejo rodó los ojos y bebió de la botella con aguardiente.
—Debes perdonar... Somos familia a fin de cuentas.
Martín empuñó sus manos y fue hasta el escritorio del hombre que bebía como si no hubiera un mañana para hacerlo.
—¿Perdonar? ¡Yo saqué a Stel de este lugar donde terminaría siendo una prostituta como su...! —cerró sus ojos con fuerza conteniendo su ira para no acabar golpeando a este hombre. Dejó salir el aire que llevaba contenido en sus pulmones y se giró para ver Gerard sorprendido—. Te veré afuera.