En lo que Nahiara se fue Gerard recibió una visita de varios hombres que traían sacos con monedas de plata.
—Esto es... mucho. —Dijo Martín viendo la cantidad de Kven en sacos que habían mandado por el relicario.
—Eso me ha parecido. ¿Era tanto el valor de un relicario? Bueno, seguro era oro.
Ambos se pasaron la tarde contando el dinero de Gerard. Con esto, seguro invirtiendo bien el dinero, Gerard podría ofrecerle una vida de prosperidad a Nahiara.
Ese mismo día Gerard fue al mercado con un saquito regordete. Cuando observó a Edme y Alonso, dejó el dinero en la mesa.
—¿Qué es esto? —indagó Edme.
Gerard dejó que Alonso lo averiguara por sí mismo. El hombre cuando observó el dinero abrió sus ojos con sorpresa. Su vista volvió a Gerard, y dijo:
—¿Cómo has conseguido todo tan rápido?
Gerard se cruzó de brazos y respondió:
—No es un problema del que debas preocuparte. Debo agradecerles a ambos por ayudar en lo que pudieron a mi esposa. Ahora que he llegado, deben dejar de subestimarla. Ah, se pueden quedar con el cambio.
Gerard dio media vuelta y salió del campo de visión de esta pareja en particular. En el camino recibía miradas de soslayos por los hombres celosos de sus mujeres que también miraban su belleza.
Gerard hizo un mercado ese día para sorprender a Nahiara. Ella seguro iba a estar encantada con esto.
—No estoy encantada con esto.
Nahiara de brazos cruzados meneaba su cabeza mirando el mercado que Gerard había traído a casa mientras ella no estaba.
Llevaban rato discutiendo sobre el por qué él se había tomado la molestia de gastar dinero en comida si ella no lo había pedido.
Aunque obviamente lo necesitaban. Pero de todas formas el orgullo de Nahiara iba más allá del hambre.
Florián observaba la escena comiendo manzanas, ¡nunca las había probado! Eran tan costosas que ni su madre vendiendo todas sus pociones se podía dar el lujo de ellas.
Y entonces, por primera vez desde que llegaron del viaje, el niño, dijo:
—Madre —los dos voltearon a verlo—. Debes aceptar que necesitábamos alimentos. Ya deja el orgullo y permite que un hombre te ayude.
—¡Florián O'brien! —alzó la mujer la voz, pero al instante tuvo que callarse. Se llevó las manos a la cabeza y suspiró profundamente. Tenía razón... De hecho, en todo el camino no paró de pensar en la comida para esta noche. Pero fue tan surreal encontrar la mesa llena que... explotó.
—Madre... Creo que la verdadera pregunta aquí es: ¿De dónde diantres, Gerard sacó tanto dinero para comprar manzanas?
Nahiara respingó. Su cuerpo se giró al hombre y este levantó las manos en señal de rendición.
—A veces, siento que Florián es más maduro de lo que pienso... —los dos asintieron con obviedad—. ¿Se puede saber de dónde sacaste el dinero?
—Si lo que piensas es que robé un banco: No es cierto. —Florián y Nahiara volvieron a respirar y Gerard puso los brazos sobre las caderas—. Pues, descubrí que el relicario que traía era valioso... y, lo vendí.
—¡¿Qué?! —el niño y el hombre dieron un salto—. No... eso era lo único que tenías de tu vida pasada. Yo, jamás te hubiera pedido tal cosa.
Gerard levantó sus manos y se acercó a Nahiara para calmarla dejándolas sobre sus hombros. Acto que sorprendió a Florián que no evitó reírse. Lo provocó que Nahiara se soltase de ese agarre y Gerard frunciera el ceño.
—No me importa de dónde vengo... Ya lo hemos hablado Nahiara. Deseo fervientemente quedarme con ustedes y tener una vida aquí.
Ella meneó la cabeza y soltó:
—No puedo creer eso, Gerard. Nadie desea no recordar... ¿Cómo sé que no me estás metiendo? —eso sonó muy personal—. Y si así fuera, no tengo nada para ofrecerte. Ni siquiera mi amor puedo darte.
Florián, dijo:
—Bien, bien, mi presencia aquí sobra... —iba rumbo a su habitación a mirada de su madre que estaba avergonzada, pero se detuvo y fue nuevamente a la mesa, allí tomó lo que sobraba de manzanas, luego dejó una con una sonrisa para su madre, entonces, se marchó.
Nahiara devolvió su vista a Gerard que él la miraba decepcionado. Pero entonces, dijo:
—No te pido nada... solo déjame estar con ustedes. Es lo único que deseo.
—¿Eso es lo que quieres?
—Eso es lo que quiero...
—¿Qué tal si te enamoras allí afuera? Entonces, nosotros sobraríamos...
Él se acercó más a ella:
—¿Es lo que te preocupa? No te entiendo, mujer... ¿Por qué te castigas a no darme una oportunidad de hacerte feliz?
Ella con lágrimas en sus ojos, confesó:
—Porque una vez un hombre me dijo lo mismo, y terminó destruyendo mi vida. Y si eso, llegara a pasar de nuevo... me mataría.
Gerard sintió una punzada en su pecho.
—¿Y crees que soy igual a esos hombres?
—Eso es lo peor: que no te pareces a nadie que haya conocido.
Gerard descansó su frente sobre la de Nahiara y suspiró su olor... menta.