La Amante Adorada Del Príncipe

Capítulo 10

Nahiara despertó a su hijo para luego mandarlo a bañarse con agua «que el día anterior trajo del río en el bosque». Mientras eso ocurría Gerard escuchaba los murmullos recostado en el mueble.

Abrió los ojos para ver a la mujer meter tortillas en un bolso de seda. Recordó que iría con su hijo a una excursión en la ciudad capital.

—Buen día... Ah, me duele la cabeza —postró sus manos en su frente.

Nahiara levantó una ceja.

—Es la resaca —fue en busca de una poción—. Bebe esto, te calmará un poco.

Gerard tapó su nariz y bebió del líquido que aunque tapando sus fosas nasales no evitó que ese sabor amargo cubriera su garganta y que su cuerpo se estremeciera.

Nahiara negaba con una media sonrisa. Ese hombre tan varonil podía llegar a ser un niño. Y eso que Florián tomaba sus remedios como jugo. Así que era mejor no generalizar... De todos modos, Gerard era flojo para tomar medicamentos.

—Sabe a rancio...

—Si mi hijo te viera se riera en tu cara —reía ella de ver a Gerard con el ceño fruncido—. Ya que él está bañándose, me rio yo.

Gerard asentía en modo: Está bien no te preocupes, ya tendré mi momento de cobrar.

—Nahiara. Por favor, vayan con cuidado.

—No tienes por qué preocuparte. Iremos con la escuela y un par de guardias que se han ofrecido a hacernos compañía.

—La ciudad es muy grande, siempre anden juntos.

—¿Al fin recordaste algo?

—Una que otra cosa... Tengo una idea de Stardland.

Nahiara asiente comprendiendo la preocupación del hombre. Era algo extraño a su vez debido a que nadie en los últimos seis años se había preocupado por ellos.

La tarde llegó. Para el mediodía Nahiara estaba en el museo mitológico. Los niños se sorprendían con las figuras de grandes criaturas que habían recreado con las antiguas leyendas de los ancestros.

Kvenland creía en criaturas sobrenaturales. Se rumoraba que en el país vecino que era "Munster", con en el que actualmente se encontraban en guerra, había seres que ayudaban a los soldados en la batalla. Y que por eso, Kvenland había perdido tanto.

Una mujer que era la guía de excursión iba contando cada origen de lo que estaba en exhibición. Llegaron a una sala donde se exhibía una mujer con capucha, de ojos grandes y pálidos, en su mano sostenía una guadaña.

—¡Hermosísima! —exclamaron los niños, sorprendidos.

—Ella es una mujer, una profecía, que se origina en Munster; cuentan que ella nacerá del amor entre una Banshee y un monarca.

Todos estaban sorprendidos. Los mitos eran parte de la cultura de estos países. Más se creía que solo eran viejas leyendas de ancianos que no encontraban nada mejor que hacer.

Nahiara se acercó a la escultura de esta mujer y por un momento rozó la capa. Logró sentir un cosquilleo en sus pulgares para luego ser reprendida por la guía.

Salieron fuera del edificio dos horas más tarde. La ciudad se movilizaba ágilmente con mucho bullicio. Era encantadora alzándose con grandes edificios, tenía plazas gigantescas y sus carreteras eran de piedra, podías visitar monumentos históricos, ver mujeres tomadas de la mano de sus hombres con largos vestidos y sombrillas coloridas.

Stardland era una belleza moderna en este momento. Y había dejado de progresar debido a las guerras que se veía en las fronteras con Munster.

Iba Nahiara caminando detrás de los niños cuando un hombre tropezó con ella. Este, se le quedó viendo por un buen momento.

—¿Nos conocemos? —preguntó el desconocido con el ceño fruncido.

Ella con una ceja levantada totalmente ofendida por tal tropiezo y además sin recibir una disculpa, respondió:

—No tengo por qué conocerlo. No pertenezco a esta ciudad. Si me disculpa, debo irme.

Antes de marcharse con los estudiantes y profesores que esperaban por ella, él le dijo:

—No todos los días uno se encuentra con una mujer de ojos esmeraldas. No son de Kvenland.

Nahiara se sintió exhibida.

—Verá usted, que sí es posible de ahora en adelante.

—Sargento Esteban de la unidad oficial del palacio. Mis disculpas, joven dama.

El hombre asintió a la vez que se marchaba a paso apresurado.

Florián miraba la escena de brazos cruzados. Cuando su madre volvió a su lado le preguntó:

—¿Qué ha dicho?

—Hmmm, que pareció reconocerme de otra parte. Le he dicho que es imposible.

El niño asintió y no volvió a preguntar. Más tarde varios carruajes llegaron a la plaza donde los niños regresarían a casa junto a sus representantes.

Nota: doble actualización debido a que están leyendo el manuscrito, sigue bajando...

 




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