Astrid.
Helen estaba furiosa de que su hermano se la pasara casi todo el día en la casa. Por otro lado a mi no me desagradaba. Llevaba tantos años viviendo sola que se sentía bien tener un poco de ruido en la casa. El calor de una familia siempre es bueno para las personas. Aun que esos dos se la pasaban todo el tiempo batallando, sus peleas eran reconfortantes para mi. El eco de sus voces retumbaba en los muros llenándome de una dicha increíble.
La joven Helen avanzaba a paso ligero en la magia. Se la pasaba estudiando en las noches, y en las mañana luego del desayuno practicaba su magia. Su energía comenzaba a creer al igual que su talento, ya lograba hacer que lloviera con su mente al menos varias horas, y eso era bastante difícil para una novata aprendiz.
―No lo quiero aquí Astrid, siento que me sofoca ― se quejó la joven un día cuando buscábamos platas en el bosque.
―Es tu hermano y te ama. Es normal que se preocupe por ti.
―Su preocupación es oficiante, no puedo avanzar mas ― dijo muy molesta.
― ¿Tan pronto te quieres ir? ― pregunté con un poco de tristeza en mi voz. La quería como a una hermana menor.
―No… no Astrid… yo… ― Helen se quedó pensativa poniendo sus manos en su sudadera negra ―.Yo amo este lugar y me gusta estar contigo. Creo que luego de mis clases deseo quedarme un poco mas ― añadió colorada ―. Claro si tu me dejas.
Sonreí tan abiertamente llena de felicidad.
―Te puedes quedar todo el tiempo que gustes. Aun así, si te vas, tienes que volver siempre al menos dos veces a la semana para seguir con tus prácticas ― le recordé llenando la canasta de plantas mágicas.
― Gracias. Me hubiera gustado tener una hermana ― mencionó riendo ― ¿Tienes hermanos Astrid?
― No – mentí rápidamente. No me gustaba mentir ni menos a Helen, pero mi hermano era un tema que no quería tocar con ella en esos momentos.
― Lastima, debe de ser muy duro vivir en esta casa tu sola. ¿Cómo haces para mantenerla? ― preguntó con mas curiosidad.
―Mis padres me dejaron una buena pensión. Con eso arreglo lo que puedo y compro la comida y lo que haga falta ― expliqué con ganas de no hablas mas de mi. No me gustaba.
Al parecer Helen sintió la energía, quedándose callada caminando detrás de mi en el bosque sin decir una palabra. Cuando llegamos a la casa, Owen ya nos esperaba sentado en el balcón con varias bolsas de comida china.
― ¿Lo puedo tirar de la silla? ― me preguntó telepáticamente Helen de forma gruñona.
― No Helen ― contesté en su cabeza.