En horas de la mañana se encontraba Jude frente a McLaren House con intención de acudir a los ensayos para la obra de teatro, que tan encarecidamente, le había repetido una y otra vez Lesley ayer por la tarde, para que él no se olvidará de presentarse en la residencia. Recordó que se lo había repetido hasta el hartazgo, y Jude como el caballero que pretendía ser frente a las niñas, le prometió que se presentaría en cada ensayo que se llevará a cabo. Y por supuesto, también lo había aceptado, por la constante insistencia de su madre con respecto a que participara de la obra de teatro, en el que Maggie también iba a ser parte.
Esa misma mañana, a horas muy tempranas del día, precisamente a la hora del desayuno, la vizcondesa viuda se lo había hecho recordar de nuevo. Estaba más que claro que ella ansiaba que su hijo acudiera a la residencia de los McLaren con intención de que se encontrará únicamente con Maggie. Era evidente, demasiado para su parecer, que su madre insistiera tanto, puesto que él sabía que ella adoraba tanto la idea de verlo cerca de Margaret, y para ser sincero consigo mismo, Jude también disfrutaba permanecer cerca de Maggie. No sé podía mentir, ni ocultar sus propios sentimientos. Él mismo había ansiado en la noche llegar a encontrarse con ella esta misma mañana. La había pensado a todas horas, la imaginaba a cada instante, siempre se preguntaba para él mismo qué estaría haciendo a esa hora. ¿Estaría pintando? ¿En las galerías de arte? O, ¿estaría pensando en él también? Tenía que reconocer que aquella opción siempre le sacaba una pequeña sonrisa de los labios. Y cuando se encontraba en el vestíbulo de su hogar, siempre que tenía la oportunidad, admiraba aquel cuadro que le había obsequiado ella, el día en que había ido a McLaren House, luego de alejarse por un tiempo de Londres; el día en que volvieron a encontrarse.
Observaba las naranjas con atención y ahora entendía el por qué le gustaban tanto las naranjas, era porque simplemente le hacían recordar a su bella Margaret.
Por otra parte, debía admitir que en aquella mañana tan soleada, (un hecho no muy común en Londres), se sentía con buen humor; por lo menos, tenía una excusa válida para poder visitar a Maggie.
Ansiaba poder verla y escucharla, poder charlar un momento con ella de cualquier tema, o quizá, sólo pasar unos minutos a su lado. Ansiaba tanto que llegará aquel momento.
Al subir por las escaleras que llevaban a la puerta principal de la residencia, Jude observó por un momento la puerta principal antes de ir a tocarla. Suspiró lentamente, y luego, se lanzó a tocar la puerta. Al realizarlo, de inmediato, lo había recibido el mayordomo de la familia: Joseph.
El hombre le ofreció una cordial bienvenida junto con una inclinación impecable lleno de cortesía por su parte. Anteriormente, lo hubiera recibido como un amigo cercano de la familia; sin embargo, Jude tenía entendido que aquellos tratos formaban parte del pasado. Ahora mismo él se trataba de un vizconde, un hombre honorable para la sociedad. Aunque en el fondo, deseaba nada más ser tratado como un antiguo conocido de la familia.
Un trato más familiar y cercano, y no uno formal y distante.
El vizconde también le ofreció un cálido saludo, con un ligero movimiento de cabeza. Seguido, el mayordomo le había preguntado cómo se encontraba su madre a lo que Jude le había respondido que la vizcondesa viuda estaba en su sala de té, quizá disfrutando de la hermosa mañana que le había obsequiado el día, mientras gozaba de una buena lectura. Al comentarle todo eso, ahora fue Joseph el que le había brindado una sonrisa más cercana y amigable. Por su parte, Jude también se lo devolvió.
Volver a visitar la casa de los McLaren siempre lo ponía de buen ánimo. Era un sitio acogedor y seguro; así mismo lo sentía.
De niño siempre encontraba el resguardo y la paz que en su hogar no hallaba. Era su lugar preferido en toda Londres.
Más tarde, el mayordomo le hizo una seña para que lo siguiera. Jude asintió a su pedido y lo persiguió hasta llegar a la sala de espera, en donde se dispuso a esperar a lady McLaren y a sus hijas, puesto que Joseph le había comunicado que muy pronto ellas bajarían a recibirlo.
Cuando ya se encontraba solo en la sala, decidió ir a tomar asiento en el sofá mientras esperaba pacientemente a lady McLaren y a sus hijas; sin embargo, algo había captado su atención por completo. No pudo evitar no percibir los cuadros que estaban colgados en la pared, adornando de alguna forma la sala. Sabía perfectamente a quién pertenecían aquellas pinturas.
Siempre había sido un gran admirador de su arte. Nada más recordar las tardes enteras en donde él permanecía a su lado, sentado en el verde césped del patio trasero de la mansión, mientras ella se disponía a dibujar y pintar el paisaje que le ofrecía su jardín. Nunca olvidaría la sensación de armonía que le transmitía verla allí, sentada y pintando con la mirada tranquila y relajada mientras se mantenía concentrada en su arte. Era similar a ver un ángel, o simplemente él lo notaba de esa manera.
Agitó su cabeza de un lado a otro para borrar aquellas palabras tan tontas que le aparecían en la mente cuando se trataba de ella. Se sentía ingenuo de alguna manera, pero… no podía no dejar de pensarla.
Jude decidió levantarse de su asiento hipnotizado por aquellas obras. Fue a observarlas más de cerca, para así, poder contemplarlas aún mejor. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios al ver que aquella pintura se trataba de una planta de naranjas. Hace horas atrás él había pensado en ello, ya que a Maggie le encantaba dicha fruta. De pronto, reflexionó que hubiera sido mejor haber traído naranjas consigo, para así, poder obsequiar a Maggie unas frescas naranjas. Se hizo la ilusión de que podría volver a contemplar aquella sonrisa radiante que deslumbraba su mirada. Como en aquel día, en la galería de arte, en donde Jude le había obsequiado aquel libro lleno de pinturas y artistas famosos de todo el mundo. Pero luego, se replanteó la idea, ya que sería en vano traer naranjas consigo, puesto que los McLaren contaban con un jardín infectado de plantas de naranjas. Tenían de sobra y sería tonto e inútil traerlos consigo. Quizá, otro regalo sea mejor para ella… ¿Pero qué podría regalarle?