Al día siguiente, Emile se encontraba subiendo la escalera de Belmont House con la finalidad de darle una grata visita a su mejor amigo. Aunque a decir verdad, también había acudido a la casa del vizconde por pedido de su hermana Lesley, que le había informado que esa misma mañana no tendrían ensayo, puesto que Maggie se había marchado horas más tempranas de la mañana para visitar a su querida tía Judith, por lo tanto, el ensayo se iba a aplazar para el siguiente día. Y en virtud de que Emile no era de preguntar ni indagar demasiado en los asuntos que no le incumbía, no le había parecido extraño que Maggie se marchara a la casa de su tía, dado que siempre acostumbraba ir a visitarla, y en estos últimos tiempos, lo había hecho con más frecuencia.
Por otra parte, él imaginaba que a Maggie le agradaba pasar el tiempo con su tía. Ambas siempre se habían llevado de maravillas.
Cuando se posicionó frente a la gigantesca mansión, fue y tocó la puerta con tres pequeños golpes secos y a los pocos segundos, fue recibido por el mayordomo de Jude. Un hombre algo pequeño de estatura y con el pelo cubierto de canas.
También, al igual que Joseph, su mayordomo, el hombre ya conocía a Emile debido a sus frecuentes visitas a Belmont House.
El pequeño hombre levantó la mirada para poder contemplar a Emile que se encontraba frente al umbral de la puerta con una de sus sonrisas típicas y dichosas.
Una sonrisa totalmente despreocupada y a la vez cautivadora para cualquier damisela desesperada por la atención de un caballero.
Emile ladeó la cabeza ligeramente a modo de un saludo cordial.
—Buenos días, vengo con la intención de ver a su señoría. ¿Sería posible poder coincidir con él esta mañana? —preguntó mientras le entregaba su chaqueta y su sombrero al mismo tiempo al mayordomo, y éste lo agarraba con suma delicadeza y paciencia.
El mayordomo indicó que sí con un mínimo movimiento de cabeza.
—Desde luego, señor McLaren. Su señoría se encuentra ahora mismo en su despacho ocupándose de ciertos asuntos que requieren su atención. Por aquí, por favor, le guiaré hasta él.
Le hizo una seña con el brazo para que lo siguiera por uno de los pasillos de la elegante y antigua casa. Emile obedeció ante su gesto y lo siguió mientras se mantenía detrás del mayordomo en silencio.
Más tarde, se detuvo frente a una de las habitaciones en donde Emile supuso que se trataba del despacho de su mejor amigo.
El mayordomo se paró frente a la puerta con las manos detrás de su espalda y una postura recta, y le dio un pequeño espacio para que éste ingresara dentro del cuarto.
—Lord Belmont lo atenderá con mucho agrado, señor. Su visita y su compañía siempre son bien recibidos en esta casa.
Emile asintió con afabilidad mientras con una mano rozaba el picaporte con la intención de abrir la puerta. Pero antes, le dirigió una última mirada al mayordomo que seguía de pie ahí con una postura intachable y educada.
—Espero encarecidamente no ser ninguna molestia para él. No desearía interrumpir a lord Belmont en su trabajo.
El mayordomo negó con lentitud en un movimiento de cabeza y le hizo otro gesto para que Emile entrará dentro del cuarto.
—Para nada, señor McLaren. Nunca será una molestia para lord Belmont.
Al escuchar aquellas palabras, él le obsequió una de sus sonrisas complacientes y decidió finalmente entrar.
—Gracias —manifestó, antes de despedirse totalmente del mayordomo.
—Para servirle, señor McLaren. —Éste le ofreció una ligera reverencia, para luego, retirarse por donde había venido.
Después, con determinación, entró al despacho y encontró a un Jude frente a su escritorio, con una pluma en la mano mientras escribía sobre una hoja y mantenía una mirada abstraída y concentrada. Estaba tan absorto en su tarea que ni siquiera sé había percatado que su mejor amigo se encontraba allí dentro junto a él. Emile aprovechó ese instante para acercarse a él de una manera confiada.
—Tal parece que el trabajo de vizconde te tiene bastante ocupado. Nadie en contra de su buen juicio se pone a trabajar a horas tan tempranas de la mañana.
Jude siguió sin dirigirle la mirada a su amigo y continuó escribiendo sobre la hoja.
—Eso, mi querido amigo, es uno de tus tantos beneficios como segundo hijo. Pero, para ponerte al tanto de mi situación, soy el único y el primogénito de un vizconde fallecido, lo que me lleva a hacerme cargo de estas tareas. No obstante, si me preguntas qué prefiero, por supuesto elegiría contar con esa libertad y esa imperturbable vida que llevas. Sin embargo, me temo, que yo sí debo ocuparme de ciertos asuntos que requieren mi absoluta atención. No puedo defraudar a mis arrendatarios.
Emile realizó una mueca divertida mientras tomaba asiento frente a su amigo, que continuaba entretenido en su deber.
—Pues qué te digo —se encogió de hombros mientras se ponía cómodo en el asiento—, soy un hombre con mucha suerte. No es tan malo ser el segundo hijo después de todo. No entiendo por qué a muchos les molesta esa idea, es más, a mí me fascina.
—Quizá porque esos segundos hijos desearon heredar fortunas o propiedades… o un título.
—Nuestra herencia es considerablemente buena y por suerte no soy un hombre ambicioso en busca de más riquezas. Me conformo más con ir en busca de aventuras lejos de esta gran y aburrida ciudad.
Jude levantó una ceja y prestó atención a lo que mencionaba su amigo. Dejó la pluma sobre el papel y se acomodó en su asiento para visualizar a Emile con mucha más claridad y nitidez.
—¿Ah, sí?
—Sí y de hecho, a fin de temporada, cuando acabe toda esta tortura de bailes, cenas y acontecimientos benéficos. Iré a recorrer el desierto en camello. Es una promesa —dijo, y se mostró decidido ante su juramento.
—Suena muy… —Se detuvo para pensar la palabra adecuada—, cálido. El desierto te derretirá las pocas ideas de tu mente.