La Bestia en un cuento mal contado.

Capítulo 3: La Jaula se cierra

El silencio que siguió a la declaración de su padre fue lo más violento que Livia había experimentado en su vida. Era un vacío que lo consumía todo, un abismo que se abría bajo sus pies. El zumbido en sus oídos se intensificó hasta que temió que su cabeza fuera a estallar. Vio los labios de su madre moverse, pero no oyó ningún sonido. Vio la expresión de su padre, dura como el granito, y sintió que se asfixiaba.

Entonces, el shock se rompió.

Y Livia se rio.

No fue una risa alegre, sino un sonido corto, seco y carente de humor. Un jadeo de incredulidad.

—No —dijo, su voz sorprendentemente firme. Miró a su padre directamente a los ojos—. Por supuesto que no.

Luego se giró hacia su madre.

—¿Es una broma? ¿Una prueba retorcida para ver si he perdido el juicio? Porque es de un gusto pésimo.

Beatriz la miró con los ojos muy abiertos, como si Livia acabara de hablar en otro idioma.

—Livia, no entiendes...

—¡Oh, entiendo perfectamente! —La voz de Livia subió por primera vez, y el fuego que destelló en sus ojos azul grisáceo tomó a sus padres por sorpresa—. Entiendo que me están pidiendo que anule mi boda con el hombre que amo para casarme con un criminal. Con el asesino de mi hermano. ¡Jamás!

—No es el asesino de tu hermano —masculló Agustín, apartando la mirada. Una mentira que se había repetido tantas veces que casi sonaba a verdad.

—¡Eso no es lo que dijeron entonces! —replicó Livia, avanzando un paso. Su menuda figura, normalmente tan contenida, parecía vibrar con una furia justa—. Destrozaron a su familia, lo llamaron monstruo. ¿Y ahora esperan que me case con él?

—¡Ese monstruo es ahora el único hombre que puede salvarnos! —gritó Beatriz, poniéndose en pie de un salto. El pánico había quebrado su fachada de elegancia—. ¿No lo entiendes? ¡Hablamos de la ruina! ¡De perderlo todo! ¡La casa, el estatus, el respeto! ¿Quieres ver a tu padre en la cárcel y a mí sirviendo té en alguna casa de caridad? ¡Es tu deber, Livia! ¡Tu deber para con este apellido!

—Mi deber no es venderme al mejor postor —dijo Livia, con una frialdad que heló a su propia madre.

La princesa de hielo que el mundo creía ver estaba haciendo, por fin, su aparición. No era timidez, era una coraza de acero.

—No tienes elección —dijo Don Agustín, su voz baja y letal, retomando el control. Se acercó a ella, su imponente altura empequeñeciendo la de su hija, pero ella no retrocedió—. Esto no es una negociación. Es la realidad. O te casas con él y la familia de Alba sobrevive, humillada, pero intacta, o te niegas y nos arrastras a todos contigo al abismo. Incluido a tu prometido.

Livia palideció.

—¿Sebastián? ¿Qué tiene que ver él en esto?

—Las empresas Beltrán son socias nuestras en dos grandes proyectos. Si nosotros caemos, ellos caen con nosotros. La fortuna de Sebastián, su futuro... todo está ligado al nuestro. Bruno Castillo se ha asegurado de ello. —Agustín hizo una pausa, dejando que el veneno de sus palabras hiciera efecto—. Así que elige, Livia. Tu felicidad egoísta, arrastrando al hombre que dices amar a la miseria... o tu sacrificio.

Livia se quedó sin palabras, atrapada. Miró a su padre, a su madre, y vio la verdad en sus ojos desesperados. No había salida. Era una jaula, y las paredes se acababan de cerrar a su alrededor.

Agustín, viendo que había ganado, dio el golpe de gracia.

—La reunión está fijada para mañana por la tarde. Aquí. Irás, te comportarás como la dama que has sido criada para ser y escucharás su propuesta de sus propios labios. Y entonces, Livia, tomarás la decisión correcta.

La decisión ya estaba tomada. Y no era suya.




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