No fue por ninguna causa noble. El interés económico tampoco tuvo nada que ver, y ni siquiera consideró el hecho de que sin duda aprendería mucho. La verdadera razón era infinitamente más simple.
Sara caminaba por una solitaria calle, nerviosa y asustada por el inminente enfrentamiento con un demonio, porque en su interior ardía la llama de la curiosidad.
Se había pasado el día entero considerando la oferta del Gris, sopesando los pros y los contras de acompañarle. No sabía tanto de él como había creído y no pudo averiguar nada más. Era una figura enigmática, de la que nadie parecía conocer gran cosa, y de la que nadie quería hablar.
Sara también sopesó el peligro. Jugar con el mundo oculto no era sensato, conocía a gente que había salido muy mal parada, y empezar por pelearse con un demonio no sonaba a un entrenamiento precisamente. Entonces cayó el sol y se dio cuenta de que no había dejado de pensar en ello ni un minuto. Su curiosidad natural ya había decidido por ella hacía muchas horas. Acompañaría al Gris en este primer trabajo, como él lo había denominado, y luego tomaría la decisión definitiva.
—Odio los gatos, te lo juro —dijo una voz juvenil—. No podía simplemente frotarse contra mí para llamar mi atención, no, tenía que clavarme las uñas.
Dos siluetas se encontraban unos metros más adelante, parcialmente ocultas por la sombra de un árbol. Como no había nadie más en la calle y ya no circulaban coches, la conversación le llegaba a Sara con claridad.
—Algo le habrás hecho al animal —contestó otra voz más grave, de hombre.
—Qué va, tío —dijo el chico. Su figura era más baja—. Le he comprado todos los piensos del mundo y nada, ninguno le gusta. Ese gato me odia.
Cada vez estaban más cerca. A Sara le incomodó la idea de pasar a su lado sin que hubiera nadie más a la vista. ¿Qué hacía un niño a esas horas en la calle? ¿Sería el otro su padre? No lo sabía, pero algo en ellos no le gustaba. No encajaban con el barrio tan caro en el que se encontraban. Tal vez fuesen ladrones que estaban estudiando el mejor chalé para robar. O puede que se tratara de algo peor. La imaginación de Sara la situó en una comisaría de policía denunciando que había sido violada en plena calle por dos desconocidos sin que nadie la auxiliara...
Sacudió la cabeza y decidió cruzar a la acera de enfrente para evitarlos.
—Y siempre de noche —protestó la voz joven—. No es sano interrumpir el sueño, macho, se altera el ritmo metabólico, ¿sabes? ¡Pero qué vas a saber tú! Y encima tengo que esperar contigo. Siempre tan impuntual. ¡Eso no es serio! Es una falta de respeto. El Gris me va a oír esta vez...
Sara se detuvo en medio de la calle al oír la mención del Gris.
—Disculpad mi atrevimiento —titubeó acercándose a la pareja. Las dos cabezas se volvieron hacia ella—. Os he oído... No era mi intención... ¿Estáis esperando al Gris?
El más bajo abandonó el cobijo del árbol y la luz de las farolas bañó un rostro de un chico joven, de unos catorce años como máximo, aventuró Sara, de pelo y ojos castaños, con un lunar bastante grande en la mandíbula, por debajo del labio inferior.
Le habría resultado mono de ser otras las circunstancias.
—Desde hace un buen rato, ¿vienes de su parte? —preguntó muy animado.
—¡Pero si no eres más que un niño! —exclamó Sara, involuntariamente.
—Ya empezamos —gruñó el chico—. Siempre la misma historia...
—¡Cierra el pico, crío! —le cortó el otro hombre saliendo a la luz—. ¿Quién eres?
El tono de la pregunta era claramente amenazador, violento. El hombre era alto, bastante más que el chico. Aparentaba poco más de treinta, cuerpo bien moldeado, como el de un deportista. Vestía con aire informal y era el hombre más guapo que Sara jamás hubiera contemplado en persona. Sus rasgos eran perfectos. Pelo moreno, labios carnosos, nariz chata y cejas estilizadas, un objeto de deseo para cualquier mujer.
—Me llamo Sara y he quedado con el Gris en un chalé de esta calle.
—¿Vienes a por el demonio? —intervino el chico—. Nosotros somos de su equipo...
—¡Cállate, Diego! No reveles nada hasta que sepamos quién es. No me fío.
Diego bostezó.
—Tío, estás un poco paranoico.
Sara no sabía qué pensar de la extraña pareja. El adulto la sometía a un severo escrutinio con sus hermosos ojos negros. Su mirada era fría, dura, no cabía duda de que no aprobaba la presencia de Sara. Pero lo que más le inquietaba a ella era que no mostraba el menor reparo en disimular, expresaba su desconfianza de manera tajante, sin suavizar la expresión de su cara. Le dio la impresión de que aquel hombre de rostro angelical podría estrangularla sin reflejar emoción alguna.
Editado: 26.02.2018