Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar unos suaves golpes en la puerta del cuarto, levanté la cabeza en dirección proveniente viendo a la anciana mujer de la noche anterior ingresar con su ya acostumbrada sonrisa.
- Veo que ya te encuentras despierta -dijo-Te he traído esto-ingreso a paso lento a la alcoba sosteniendo en su otro brazo varias prendas de colores apagados las cuales depositó sobre el pie de la cama-Detrás de la casa hay un pequeño lago donde puedes asearte, cuando regreses me avisas para ayudarte a vestir-sin más salió el cuarto dejándome en profundo silencio.
Me levanté de golpe de la cama dejando que mis desnudos pies tocaran la fría piedra donde estaba parada, mis ojos se pasearon por el lugar percatándome de golpe que todo no era un simple sueño, estaba ocurriendo. De un lado a otro camine recordando aquellos libros que tanto leí a principios de mi carrera, me encontraba en una época donde el machismo predominaba, la mujer aún no tenía un buen valor en la sociedad por ello eran las más comunes en ser juzgadas por brujería –Por ello pensó que era bruja aquel hombre- chasque mis dedos al entrar en razón, mire las prendas que me había traído aquella amable mujer resignándome a salir de aquel cómodo lugar sintiendo nuevamente al igual que la noche anterior la frialdad y humedad del pasto. Mis pies se movieron entre los árboles encontrando rápidamente aquella laguna que dijo la mujer, mi cara lavé y mi cuerpo aseé regresando nuevamente al interior de la morada que desde la distancia y en la claridad del día perecía ser un lugar no tan humilde en buenos términos –Familia con privilegios o con dinero en termino vulgar- pero que no quitaba el hecho de serlo.
- Ahí estás- dijo la mujer tomándome gentilmente del brazo- vamos.
Al igual que la noche anterior, me arrastró al cuarto donde con descaro y falta de tacto, mi cuerpo desnudó totalmente que por reflejo tapé mis dotes.
- Estás demasiado delgada- agregó con una suave risa.
No diría delgada, aunque para esta época no era muy bien visto, las mujeres con cuerpos atléticos, entre más carne mejor agarre y más curvas adapta el vestido.
La vestimenta consistía en una larga falda no lisa que llegaba a los talones de color azul celeste, bajo de esta se encontraba otra prenda parecida a un pantalón de tela fina de color blanco a lo que supuse sería la ropa interior de la época, una camisa tirante de la misma tela interior, sobre este se situaba un corcel el cual sin piedad la mujer ajustó –Tienes buenos dotes- había mencionado la mujer momentos antes de comenzar a vestirme y al verme tan ajustada no podía negárselo. La última prenda era una especie de franela de mangas largas del mismo color del vestido con sus extraños encajes típicos del barroco, mis largos cabellos oscuros amarraron en su totalidad dejando un poco abultado la parte delantera para que no se me viera tan mal.
- Te ves hermosa- dijo la mujer juntando sus manos- Ese color resalta el azul de sus ojos.
- No puedo respirar.
- Te acostumbrarás, tengo muchas prendas que te quedarán como esa, ahora ven, vamos a desayunar.
- Espera- la detengo tomándola de la mano- ¿Porqué me ayudas?
- Me recuerdas mucho a mi hija- dijo afligida.
Seguí los pasos de la mujer a la primera planta donde me encontraría con el amplio comedor de madera, el cual sobre este se encontraban platos de cerámica y copas de plata.
- Buenos días señor Brenz. Dijo la anciana al hombre que intentó acabar con mi vida horas antes, el cual está sentado frente a la mesa de madera la cual había tomado tiempo en detallar sin percatarme de su presencia.
- Buenos días señora Brenz- saludó con la misma amabilidad que su mujer, desplazando su mirada de ella a mí dedicándome una desconfiada sonrisa a mi parecer- Buenos días…hija, veo que descansaste bien luego del largo viaje.
Mis ojos abrí de asombro -¿Hija?- me pregunté a mí misma al no entender aquella situación hasta que una extraña mujer con bandeja en plata en mano entro al lugar, allí lo entendí todo. Rápidamente acomodé mi vestido, la actuación no era mi fuerte, pero supongo que fingir ser hija de alguien no podría ser tan difícil.
- Debo de admitir…padre, que extrañé mucho mi cómoda cama, pero no tanto como oír tu alegre voz por las mañanas- expresé a lo que la mujer extraña sonrió.
- Debes de estar hambrienta, siéntate y desayuna con nosotros- señaló un plato a su izquierda.
- Gustosamente lo haré- me senté a lado de aquel hombre viendo a la anciana sentarse frente de mí, el desayuno era sencillo nada extravagante, chocolate caliente, pan recién horneado con un trozo de queso a su lado, el cual disfruté de maravilla.
El desayuno finalizó dejándome nuevamente guiar por la -¿Señora Brenz?- a fuera del hogar, con una manzana en mano escuchaba sus palabras atentamente.
- Hace casi 20 años el señor Brenz y yo tuvimos una hija- comenzó hablar calmadamente- Todos en la zona lo sabían y lo último que se enteraron fue que la mandamos a vivir a Triverton, ambas enfermaron y fallecieron, a estas alturas, ese lugar debe estar hecho trizas.