— ¡¡Eleonor!! ¡¡Eleonor!! —escucha a lo lejos, esa voz le es tan conocida, sabe a quién le pertenece— ¡Eleonor, despierta! —siente como unas frías manos le tocan el rostro—. Por favor, despierta —suplica la voz a lo lejos—. Eleonor. Eleonor —podía oír su nombre cada vez más cerca—. Despierta, Eleonor. ¿Dime que pasó? —ella logra abrir los ojos y descubre a Killian frente a ella con la frente arrugada por preocupación. Mira a su alrededor y gracias a Dios, se encontraba en su cama, en su habitación y no… Se sienta rápidamente en la cama—. Eleonor, tranquila —le pide Killian al verla observar por todos lados con desesperación.
— ¿La piedra, dónde está? —inquiere sin mirarlo y buscando a su alrededor.
—Aquí —le responde Killian y ella deja salir el aire sintiéndose aliviada — ¿Qué ocurrió, Eleonor? —pregunta él.
— ¿Cómo es que estás aquí? —cuestiona ella, ignorando su pregunta.
—Quería saber si todo iba bien y te oí gritar… Perdón por entrar sin permiso, pero… Cuando entré te encontré tirada en el suelo y la piedra a pocos centímetros de ti. ¿Qué pasó, Eleonor?
—Creo que…—ella toma aire para así tomar coraje por lo que va a decir—. Creo que estuve dentro de la piedra —entona en voz baja.
— ¿Qué? —pregunta Killian con incredibilidad.
—Sí, no sé, como…—ella se retuerce las manos por el nerviosismo—. Estaba soñando con la muerte de mis padres, un sueño que he tenido siempre, pero está vez había algo diferente, vi...
— ¿Qué viste? —pregunta con suavidad Killian.
—Vi la piedra en el océano antes de caer —murmura ella y clava su mirada en un punto de su cobertor temiendo mirarlo a él.
¿Caíste al agua? —cuestiona Killian colocando dos dedos bajo la barbilla de ella para levantarle la mirada hacia él. Ella asiente — ¿Y qué pasó luego? —tantea con cuidado. Leo cierra los ojos un instante antes de volver a abrirlos y responder.
—Desperté, caminé a la cómoda, busque la piedra y la sostuve en mi mano —ella cierra en un puño la mano con la cual había sostenido la piedra—. Luego mi habitación ya no estaba, yo…
—Tranquila —le dice en voz baja acariciando su mejilla.
—Yo estuve dentro de esa piedra —habla ella sintiendo el tacto de Killian en su rostro—. Era como estar en el infierno y lo vi a él.
— ¿A quién? —indaga él, deteniendo su caricia para dejar toda su atención en lo que ella estaba diciendo.
—A Caín —responde en un susurro apenas audible.
— ¿Es eso posible? —cuestiona él.
—No lo sé —ella lo mira directo a los ojos—. Quería la piedra, caí dentro de un volcán tratando de que no la tuviera, mi magia no funcionaba ahí —una lágrima cae por su mejilla y Killian la detiene—. Fue aterrador. No hay que dejarlo salir. No podemos dejar salir esa cosa.
—Shuu, tranquila —Killian la lleva hasta él protegiéndola del miedo que siente—, no dejaremos que salga, te lo prometo —ella asiente con la cabeza escondida en el pecho de él a medida que le habla con tono tranquilizador—. Debes tratar de dormir un poco —le indica en cuanto ella estuvo más calmada. Leo niega a pesar de sentir como sus párpados pesan, pero tiene terror a volver a ese lugar—. Debes descansar —le hace saber.
—No puedo —musita ella.
—Oye —él la toma del rostro con ambas manos—, no te pasará nada. No dejaré que nada te pase. Te lo prometo —ella cierra los ojos queriendo creer en esa promesa—. Voy a quedarme a tu lado, ¿sí? —ella asiente y se deja acostar por él. Killian la acomoda en la cama de modo que quede frente a él y se coloca frente a ella.
Ambos se quedan perdidos en los ojos del otro, ambos tenían el mismo pensamiento, esos ojos ya lo habían visto antes. Pero ninguno de ellos podía saber en dónde. Sin poder evitarlo, Killian levanta una mano y la dirige al rostro de Leo, con suavidad latente le acaricia la mejilla. Leo suspira ante el tacto e inevitablemente cierra los ojos. De alguna loca manera, se sentía protegida con él a su lado, era un vampiro y lo sabía, sabía que no podía fiarse de uno, pero con Killian era diferente, confiaba en él, a pesar de apenas conocerlo, sabía que él iba a protegerla, sentía que así era. De a poco la oscuridad se apoderó de ella y la llevó a un sueño profundo. Por suerte no volvió a ver la muerte de sus padres, ni a ese lugar dentro de la piedra.
Killian no dejó de mirarla, ni de acariciarla, ni siquiera cuando ella se quedó dormida. Con sus ojos memorizó cada parte de ese rostro, algo que era estúpido, ya que él lo conocía, pero de igual modo, siguió mirándola, observándola convirtiéndose en el guardián de sus sueños. Sin darse cuenta, Killian comienza a cerrar los ojos, había pasado días sin poder descansar, más concretamente desde que la vio a ella en ese bar. A pesar de ser vampiro necesitaba descansar, el recipiente humano que lo sostenía lo requerida, si bien tenía las ventajas de curarse rápido o poder pasar años sin comer o sin dormir, llegaba un momento en el que el cuerpo pedía un “stop”