Los días pasaban y Leo no había vuelto a ver a Killian. Ella tampoco bajó su orgullo para ir a buscarlo, y aunque más de una noche de soledad y arrepentimiento quiso hacerlo, su orgullo ganó y no la dejó ir tras él. Nat, seguía rara, no la veía mucho en el campus y no había vuelto a su casa, seguía quedándose en la residencia. Solo mantenía un poco más de dialogo por mensajes y eso mucho no le gustaba a Leo, pero al menos podía verla en los desayunos y así poder cuidar de ella colocando muérdago en su infusión. Ninguno de los otros dos Sparrow, habían hecho acto de presencia y eso de alguna manera, lo agradecía. Tampoco sabía nada de los vampiros que los habían atacado, ni mucho menos los que querían la piedra del alma negra, eso no sabía si era bueno o era la calma antes de la tormenta, pero no quería cuestionar, todavía no, primero debía saber cómo destruir esa piedra antes que caiga en manos equivocadas y si los vampiros no atacaban podían llegar más lejos.
Ahora, ella se encuentra en la biblioteca buscando algo que pueda decirle alguna cosa sobre piedras rúnicas. No había llegado muy lejos y odiaba tener que estar en un lugar tan mundano para algo tan sobrenatural. Si estuviera en su hogar, en Nueva Orleans, todo sería diferente, la biblioteca de su tía con más de un grimorio de sus antepasados le serían de mucha ayuda. Pero no podía llamarla, no quería preocuparla ni muchos menos hacerla viajar hasta allí y ponerla en peligro.
— ¿Se puede? —escucha una voz varonil frente a ella. Leo levanta la mirada y se encuentra con un hombre de cabello rubio oscuro, ojos azules, una barba insipiente y, grandes y fuertes brazos marcados llenos de tatuajes.
—Claro —responde ella, antes de volver a su lectura.
El joven toma asiento frente a ella con una pequeña sonrisa dibujada en su rostro. Él la observa por un momento, pero Leo sigue enfrascada en su lectura.
— ¿Esos son símbolos rúnicos? —curiosea él, al ver los dibujos en el libro abierto de Leo. La chica eleva la mirada con una ceja elevada.
—Runas alfanuméricas —aclara.
—Interesante —murmura él—. No querrás adentrarte en la magia negra, ¿verdad? —entona en broma.
—No —niega ella sonriendo—. Es solo una investigación para mi tesis —explica sin perder su sonrisa.
—Encantador —canturrea el joven.
— ¿Tú qué estudias? —indaga ella, viendo el libro del chico.
—Física cuántica —responde ampliando su sonrisa.
— ¿Un nerd con músculos? Ver para creer —se burla ella, provocando que el joven se carcajee.
—Mi primo es el verdadero nerd, yo solo trato de estar a su altura —entona el chico y extiende la mano—. Soy Jackson Verona, pero mis amigos me dicen Jax.
—Soy Eleonor Callahan —recibe su mano sintiendo un pequeño cosquilleo en ella—. Pero mis amigos me dicen Leo —ambos sonríen.
—Eres la hija del famoso filósofo de la Universidad de California, ¿verdad? —interroga Jax, sin soltar su mano—. Joe Callahan, el especialista en los sueños y el subconsciente —nombra en voz baja.
—Sí, lo soy —asiente ella, sonriendo con orgullo por su padre y se suelta de la mano del chico. Ambos se sonríen y vuelven a sus lecturas.
Agotada de tanto leer y no llegar a ningún lado, Leo suspira y lleva su mano al puente de su nariz para descansar un poco su vista. Aunque no quería hacerlo, no le iba a quedar de otra que llamar a su tía y pedirle los grimorios de sus antepasados. Ya no estaba segura de encontrar algo en una simple biblioteca y eso la estaba frustrando.
— ¿Ocurre algo? —cuestiona el joven, al verla suspirar cancinamente.
—No, solo…—ella vuelve a suspirar—. No creo que aquí encuentre algo que en verdad me sirva —concluye.
— ¿Puedo saber que estás buscando? —indaga Jax. Leo piensa un momento antes de responder.
— ¿Sabes algo sobre piedras mágicas y esas cosas? —retruca ella sonriendo.
—Puede —responde él sin dejar de sonreír. Leo rueda los ojos no creyendo en lo que dice y Jax se da cuenta de eso—. Mi familia tiene mucha antigüedad en ésta ciudad y todas sus leyendas. Conocen muchas historias en donde implican a brujas y cosas así —se eleva de hombros despreocupadamente—. Mi abuela tiene muchos libros viejos y cosas raras —Leo eleva una ceja—; es curandera, de esas que curan con hierbas y tés que saben realmente asquerosos —Leo ríe—. Hablo en serio, sus tés son asquerosos —entona arrugando la nariz.
—Las personas mayores tienden a curar las dolencias con plantas que son espantosas —concuerda ella.
—Y cuentan historias muy buenas —secunda Jax.
—Seguro que si —asiente ella.
—Si quieres podemos hablar con ella de lo que necesites saber —tantea Jax dejando la sonrisa a un lado.
—Muchas gracias, pero no creo que unas historias urbanas puedan ayudarme en este momento.
— ¿Cómo lo sabes? —suelta él—. Ni siquiera le estas dando una oportunidad —le señala.