Max buscó la mochila que llevaba a la escuela y sacó todo lo que había dentro, lo único que dejo fue una pluma con un botecito de tinta y un pedazo de pergamino, aunque no imaginaba para qué le iba a servir. Luego guardó en la mochila una mudada de ropa. Después buscó alimentos que podría llevar, pero para su decepción no encontró mucho, sólo unas frutas viejas. También guardó un pedernal para encender la fogata.
Durante el resto del día hubo que darle dos veces la poción a su abuelo para que se tranquilizara, mientras él lamentaba no estar en el bosque, rumbo al sur, en busca del fénix dorado. Incluso hubo momentos en los que sintió la necesidad de partir, de irse en aquellos momentos, pero por una u otra razón siempre terminaba pensando que sin Jennifer no podría sobrevivir en el bosque. Y es que no podían tomar un camino, porque éstos simplemente comunicaban aldeas con aldeas, y ni uno llevaba directamente hacia el sur. Él no sabía en donde vivía el fénix dorado, por lo que no tenía más remedio que ir hacia el sur, en medio del bosque, puesto que no había ni un camino con un letrero que dijera: fénix dorado, hacia allá.
Aquella tarde la puesta de sol fue hermosa. El cielo estuvo por varios minutos de un color rojizo. Max siempre se maravillaba con la belleza de la naturaleza. Como le hubiera gustado que su abuelo mirara aquello. Siempre que miraba algo hermoso, la mayoría de las veces tenía a su abuelo junto a él.
Desde que él tenía memoria, nunca había visto al abuelo postrado en cama, enfermo, y mucho menos en peligro de muerte. Incluso había pensado que su abuelo tenía algo de inmortal, o las enfermedades le huían, pero ahora estaba comprobado que no.
Sentado, observando la puesta del sol, se quedó allí largo rato. Sin darse cuenta perdió el sentido del tiempo. Cuando vino a percatarse de algo, el sol ya se había ocultado por completo. Los ojos rojos y anaranjados se veían amenazadores a su alrededor. Sabía que eran pájaros pacíficos, pero le entró pánico, sintió una corriente de aire frío, se puso de pie de un salto y se metió a la casa a paso ligero.Habría jurado que esa anoche había algo más allá afuera y él no estaba dispuesto a corroborarlo.
De pronto se dio cuenta que tenía un hambre voraz. Solamente había desayunado y no lo había hecho a la hora acostumbrada. Aquella situación que estaba pasando hacía que se olvidara de todo, incluso que se olvidara de que necesitaba alimentarse. Preparó comida tanto para él como para Mynor, ésta vez el mago sí comió con apetito, ya que la comida del desayuno había terminado arrojándola por la ventana.
Después de cenar, se mantuvieron largo rato en silencio, sentados alrededor de la pequeña mesa.
Más tarde, Mynor se puso de pie y tomando su báculo, pronunció algunas palabras ininteligibles en voz baja, luego, con un movimiento de su bastón, hizo que en el centro de la mesa apareciera algo. Primero apareció una luz brillante. Max se llevó las manos a los ojos para evitar la ceguera que aquel resplandor le provocaba. Después, conforme la luz resplandeciente fue desapareciendo, empezó a distinguir una espada. La espada era pequeña y angosta, el mango de color rojo con filigranas negras. Junto a la espada apareció una vaina para la misma.
—Quizá la llegues a necesitar —dijo Mynor, entregándole el arma.
—¡Oh gracias! —exclamó Max tomando la espada. Era la primera vez que tenía una espada en la mano. Le pareció exquisita.
Observó la espada, maravillado. La espada era hermosa, pequeña, justo a su medida. Era liviana, pero se veía resistente. Tenía un color plateado resplandeciente.
—Es una gran espada, muy poderosa —comentó Mynor—. Ha pertenecido a mi familia por varias generaciones. Ahora de la obsequio a ti, pequeño Max.
—¿De verdad? ¡Muchas gracias!, le prometo que la voy a cuidar bien.
—Sé que lo harás —dijo Mynor—. Ahora es tuya, pero me gustaría que la trajeras de vuelta. No estoy diciendo que me la tienes que regresar, pero no me gustaría que la dejaras perdida.
—No se preocupe, señor Mynor. Prometo que la traeré de vuelta, junto con los polvos de fénix.
Aquella noche Max se fue a dormir temprano. Estando en la cama no podía conciliar el sueño. En su mente revoloteaban muchas preguntas. ¿Qué sería de él en un bosque en donde habitaban muchas clases de criaturas? ¿Qué haría él para encontrar al fénix dorado? ¿Qué haría para obtener los polvos mágicos del fénix?
Aquella noche también fue azotado por varias pesadillas, pero por suerte, cuando despertó no se acordaba de ninguna de ellas.