Ramas y piedras se clavaban con agresividad en sus pies desnudos, sus manos rozaban los gruesos troncos de los árboles, cuyas ramas la acariciaban con violencia, hiriendo aún más su ya lastimado ser.
Mientras huía, pensaba en lo sencillo que sería detenerse; dejar caer su cuerpo al suelo y esperar lo inminente.
Rió totalmente fuera de sí ante aquel pensamiento tan esperanzador.
A ratos se había dejado seducir por la idea de rendirse, dejar de resistir y entregarse a una apremiante muerte. Fantaseó con el momento en que esta llegara y pusiera un punto final a aquella agonía permanente en la que vivía, pero con el tiempo aprendió que ese era un regalo que no recibiría. Él no lo permitiría, la traería de vuelta una y otra vez, así tuviera que bajar a buscarla al mismo infierno.
El sonido de las hojas la alertó. Giró en torno a sí misma para buscar la fuente del sonido, pero no había más que árboles. Su corazón latía más rápido de lo que había hecho durante el último año y medio.
Había buscado aquella oportunidad por meses. Un pequeño error, solo uno, que le permitiera liberarse de las cadenas que la ataban, y huir, lo más rápido que le permitiera su ya cansado cuerpo.
A lo lejos pudo oír como el crujir de las hojas delataban los sigilosos pasos que se acercaban en su dirección. Miró a su alrededor, no había un camino que seguir y la incandescente luz solar prácticamente no le permitía ver, no después de haber estado rodeada de oscuridad durante meses. Un deliz y podría acabar de vuelta en aquel infierno. No había tiempo para pensar, aunque de nada hubiera servido, no era capaz de pensar con coherencia en aquel momento. Sólo le quedaba valerse de su instinto.
“Es todo o nada. No hay vuelta atrás” se dijo a sí misma y tras tomar una profunda respiración, corrió.