Era de madrugada cuando el Detective Martínez caminaba a paso lento por el centro de la ciudad. Disfrutaba de la inusual tranquilidad de las calles, en más de 5 kilómetros solo se había topado con un par de vagabundos e incluso ellos intentaban no llamar la atención aquella noche.
Era un gran contraste con todo el ajetreo al que había estado sometido desde que el fiscal lo llamara la madrugada del día anterior para informarle que tenía un caso. Una mujer había sido encontrada deambulando desorientada, hablando incoherencias, con múltiples heridas y quemaduras, desnutrida y desnuda, en su cintura llevaba atado un enorme listón de regalo, como si ella fuese un gran obsequio que debía ser encontrado. Finalmente había muerto en el traslado al hospital, las causas de su muerte aún no se sabían con certeza.
Sus superiores habían comenzado a hacer presión desde entonces.
Cuando finalmente se apersonó en el lugar de los hechos se encontró con una escena del crimen totalmente contaminada. Un camping al aire libre por sí solo ya era un escenario complejo, la presencia de curiosos y reporteros empeoraban aún más la situación. Al menos una decena de personas habían dejado impresas sus huellas en la tierra, y varias marcas de neumáticos en las proximidades. Para cuando él se presentó en el lugar, funcionarios de la policía de investigaciones ya habían controlado la situación y los peritos del laboratorio de criminalística, enfundados en sus habituales trajes blancos con las iniciales “PDI” impresas en su espalda, recorrían todo el lugar: revisando, analizando y fotografiando cada pequeño rincón, recabando cualquier prueba que se encontrara en la escena.
Tras un par de horas trabajando en el lugar, se dirigió a la estación de policía local, donde tomó la declaración de los jóvenes que encontraron a la mujer. Sus versiones eran consistentes y salvo algunos desvaríos producto del cansancio y el nerviosismo, no parecían ocultar algo. El testimonio de cada uno de ellos coincidía: “Estaban acampando en las inmediaciones del parque, bebían y oían música a todo volumen, aprovechando que no habían más campistas aquella noche. Ninguno de ellos recordaba quién fue el que gritó primero, pero segundos después vieron al causa, una mujer se arrastraba en su dirección. Dudaron, pero finalmente se acercaron. Estaba desnuda, ensangrentada y llena de tierra. En cuanto llegaron junto a ella, esta habría susurrado “Feliz aniversario, Sara”, frase que habría repetido hasta perder la conciencia en la ambulancia. Inmediatamente llamaron a carabineros, mientras intentaban acercarse a su vehículo para trasladarla, pero este no arrancó”. La escena del crimen corroboraba su versión y el vehículo estaba siendo revisado por los peritos .
La noticia del hallazgo se había extendido rápidamente en la provincia y en un par de horas los detalles hórridos se conocían en toda la nación. El país entero estaba consternado por la brutalidad del crimen. No obstante, el pánico en los locales se extendió tras conocerse el lugar de los hechos, fue entonces cuando a viva voz se comenzó a hablar del llamado Psicópata de la campana, Maximiliano Céspedes, el hombre que diez años antes había mantenido cautivas a 7 mujeres en una cabaña al límite del conocido Parque nacional.
El detective se había pasado el resto del día dando explicaciones a distintas autoridades locales y nacionales que llamaban continuamente exigiendo respuestas y soluciones inmediatas.
Mientras, los miembros del laboratorio de criminalística se enfocaban en la identificación de la víctima. Fue imposible realizar un reconocimiento mediante huella dactilar, puesto que cuatro de sus dedos habían sido amputados y el resto de ellos habían sido quemados, sus dientes resultaron ser prótesis de excelente calidad imposibilitando un posible reconocimiento mediante la dentadura. Se tomaron muestras de de sangre y cabello, pero los resultados no estarían en el corto plazo. Se llamó a un dibujante para que realizara un retrato de la víctima, el cual seria mostrado públicamente en una conferencia al día siguiente.
Tras 28 horas de arduo trabajo sin descanso, Alex Martínez, finalmente caminaba hasta su hotel. Agradecía la tranquilidad y el silencio de las calles, supuso que el pánico en masa tenía su punto positivo, la mayoría de los ciudadanos se habían resguardado en sus casas nada más caer el sol. Y como en los tiempos de antaño, se habían asegurado de que sus hijas, hermanas, amigas estuvieran seguras en sus casas, ninguna mujer caminó o subió sola a un taxi. Súbitamente surgió esa solidaridad y preocupación por el prójimo que solo una tragedia puede traer.
#4228 en Detective
#1278 en Novela policíaca
#13888 en Thriller
#7845 en Misterio
Editado: 23.05.2018