El silencio en aquel frío y oscuro sótano fue interrumpido abruptamente por una rítmica tonada.
Las mujeres que permanecían sumisas en sus jaulas, salieron de su rutina y alzaron la cabeza intentando reconocer el ritmo, pronto perdieron el interés y volvieron a perderse en sus recuerdos. Hace mucho que habían olvidado aquellos pequeños detalles, como la música, que de antaño acompañaron su día a día. Cuando aún eran libres, cuando sus vidas eran más que aquel pequeño y húmedo lugar.
Ya no había música, televisión, noticias o libros en sus vidas. Todo se reducía a oscuridad, hambre, dolor y susurros casi inaudibles, ya ni siquiera tenían miedo. Vivían con la certeza de que no podía haber algo peor y con la oculta esperanza de que cada minuto fuera el último.
Aquello que las mantenía prisioneras era mucho más que solo barrotes de acero y paredes de concreto. Psicológicamente también eran prisioneras, ni siquiera en sus mentes podían librarse de él, era omnisciente. Estaba en todas partes, incluso en sus sueños, ni entonces podían ser libres.
Él las oía siempre, oía sus suspiros y llantos desesperados, sus gritos de dolor y sus susurros temerosos.
Lo oía todo, lo sabía todo.
De las seis mujeres solo una de ellas habría podido reconocer la popular canción, sin embargo yacía inconsciente en el suelo. Perdida en una realidad alterna solo existente en sus sueños, donde era libre de aquellos barrotes, en un lugar cuyo entorno, desordenado y ruidoso, se transformaban en un escape. El ruido de las máquinas acallaban las voces internas que gritaban intentando devolverla a la realidad; una mucho peor que cualquier pesadilla que su inconsciente hubiera podido orquestar.
En su sueño, Eve permanecía de pie en medio de un taller viejo y polvoriento, en su mano sostenía con fuerza un destornillador y en la otra un pequeño motor descompuesto. Sostenía una batalla interna para mantenerse en la inconsciencia, quería permanecer para siempre en la tierra de los sueños, en su lugar seguro, en aquel taller que su imaginación había diseñado para huir, donde no estaba él. Pero incluso en aquel lugar irreal podía sentir su cuerpo adolorido, el frío que penetraba hasta sus huesos, su mente cansada y confusa. La realidad la perseguía.
“¡Sara!” todo a su alrededor tembló ante aquel grito proveniente de ningún lugar.
Giró sobre sí misma buscando el origen de aquella voz, paró frente al lugar donde minutos antes había una puerta, buscando un escape, pero ahora era solo una pared más .
Él la llamó otra vez y nuevamente todo se remeció, las paredes de concreto comenzaron a agrietarse, pequeños trozos sueltos amenazaban con caer.
—¡No soy Sara! —respondió, pero él no cesó.
Seguía escuchando como la llamaba. Se preguntó cómo era posible que él estuviera ahí, invadiendo sus sueños, allanando su lugar seguro.
“¡Sara!” esta vez el lugar se estremeció tan fuerte que ella apenas podía permanecer de pie.
“No soy Sara” susurró para sí misma. Cerró sus ojos y cubrió sus oídos. Quiso despertar, volver al mundo real. De alguna forma él había logrado inmiscuirse en su lugar seguro. y ahora este se desmoronaba. Las paredes imaginarias caían y podía escuchar el impacto de los trozos al chocar contra el suelo. El aire le comenzó a faltar y todo giraba a su alrededor, luego todo fue oscuridad y silencio.
Abrió los ojos solo para encontrarse con una luz brillante y cegadora que la obligó a cerrarlos otra vez. No podia verlo, pero sabía que estaba ahí, podía oír su respiración, y el abrumador tintinear de las llaves en su mano. Ya no estaba en sus sueños, no necesitaba ver para comprender que estaba de vuelta en aquella celda.
—Hola Sara —insistió.
Hace mucho que había perdido total control del tiempo, horas, días, semanas, pero sabía con exactitud cuantas veces él se había parado frente a su jaula. Habían sido 87 veces. En ocasiones solo se paraba ahí, frente a aquella prisión en la que la mantería, la observaba, le hablaba y ella fingía que no estaba ahí, que no lo escuchaba, que no lo veía, solo huía a su lugar seguro. Otras veces llegaba al lugar con el manojo de llaves en su mano, y entonces todas se recogían, buscaban refugio en el fondo de sus jaulas, esperando no llamar su atención; mientras él caminaba por el lugar disfrutando del temor que emanaba de las mujeres. Se paraba frente a ellas, observaba sus respiraciones aceleradas, como se recogían en el fondo del lugar, y más que todo, disfrutaba del miedo en sus miradas.
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Editado: 23.05.2018