La cabecera de mi muerte

La cabecera de mi muerte.

Qué curioso este mundo; impredecible, loco y sin salida. Nos atrae y lleva a donde sea. Un día estás en pleno apogeo de la vida, y después mueres en tu cama, al mismo tiempo en el que no mueres.

Ahora mismo muero y no muero. Es raro, muy confuso; estoy acostado, inmóvil, completamente apagado... Ayer había sido incendiado por el fuego de mil infiernos, convirtiéndome en uno más; un infierno ardiente. Hoy, al contrario, frío e inmóvil, cual muerto. En este gélido invierno que existe en el exterior de mi casa. Soy un muerto con conciencia, una conciencia del mero inconsciente, pues, el consciente ha muerto; quedando mi cuerpo al control del otro, que no me da el control para vivir, ni tampoco lo toma para que muera de una vez.

Sufro con el tiempo, que no tiene piedad de mí. Cada sonido del tic-taces un golpe en mis débiles oídos, que solo escuchan el fuerte y lento latir de mi tardío corazón. Mis ojeras han crecido a un tamaño asombroso de tanto observar el miedo abrazado de la incertidumbre; pobreza sin final dentro de mí. El insomnio es un terrible pasatiempo, y en cada anhelo mío se escapa un poco de vida que ni el silencio le sirve de consuelo cuando va de salida. Veo mi cuerpo, pero no he de moverlo, no puedo controlarlo, en mi misma aburrida pose me he quedado. Solo. Nadie ha de importarle este viejo. Viejo, hablando de adentro, porque aunque sea de corta edad, he envejecido a causa de mis delirios, locuras y lamentos en los que he vivido. Existe en mí una lúgubre madrugada obscura que alberga saberes aún no recordados como malestares olvidados.

Profunda negrura dentro de mí que escapa por mi cabeza, de cabello desarreglado y muy largo, escapa con fuerza y libertad, que en mí ya no existe más. La obscuridad toma forma, de mi lado se aleja; ya no le importa más esta alma vieja. Me deja moribundo, encerrado en mi propio, maldito y lleno de fantasías muertas, mundo.

Medito las mañanas, filosofo por las noches... no duermo a ninguna hora, no logro caer en brazos de Morfeo. Hoy es un día como todos, con tristes quimeras, combinadas con recuerdos estrujantes, que a la vez son lúcidos; se crean arrepentimientos fantásticos jamás antes creados por la mente perturbada de cualquier simple mortal. Oigo voces en el cuarto, que no creo escuchar, mis labios se mueven para preguntar. "¿Se encuentra alguien ahí?... ¡¿hay alguien ahí?! Respuesta imploro, por favor". Mientras tanto, lágrimas de desconsuelo se pierden por mis ojeras, hasta que encuentran camino en mi mejilla y su final en el suelo. Rodeado de penumbra, en una pesada atmósfera, mientras cabeceo, lo único que veo es una silueta en la pared que no logro deducir de quién es. Escucho mí mismo filosofo en mi triste mente. Cada parpadeo es una hora que pasa, mientras que el reloj de pared marca un segundo. Tengo sed. Cada minuto pasado es una tumba de historias, un saber olvidado, un mar rojo de memorias. La temperatura desciende en el ambiente, pero en mi cuerpo todavía más. Si alguien palpara mi frente, quizás, su mano congelara con mis fríos y hórridos pensamientos. Escalofríos sacuden mi cuerpo, el único momento en el logro sentirlo. ¡Oh!, ¡desgraciada corriente eléctrica que me mata! Tengo el ánimo adormilado, los ojos cansados y los párpados quemados para ver mi desdicha siempre.

Encerrado en mi hechizado cuarto, donde cada rincón se ríe de mí, y éste se ha convertido en mi inexistencial prisión. Versos de esperanza perdida resuenan en mi alma, causa horas de lectura profanada. En total soledad. ¡Muero y no muero fantaseando!

Estoy débil y cansado. Sigo meditando todos mis males. Hasta que ha venido algo para olvidarlos o, de una buena vez, acabarlos. Escucho ruidos escalofriantes a mi alrededor; tiemblo temeroso, cual cobarde que soy, sin tartamudear grito. "¡Paren fétidos ruidos!, dejen este viejo cuerpo en soledad– decía suspirando con fuerza, para volver a hablar– Aléjense de mí, hombre, demonio o ser..." Se escucha un cruel graznido, que un eco crea en el vacío del cuarto. Un ave vestida de negro se posa al pie de mi cama. Me mira con ojos de brasa ardiente, quemándome con la mirada. Haciendo sufrir más a este viejo cadáver con vida. Después del graznido invade el silencio; y este pájaro desgarbado crea un aura de misterio al verme fijamente, con ojos de fuego que arden cual infierno; pero ya no puede quemar lo quemado. Ha huido de las sombras de la noche, que existe allá afuera. Cualquiera que sea su misión en mi cuarto, espero que termine con mis molestias de penumbra.

La noche socrática se asoma por la ventana... en lo que otro graznido resuena en mi tímpano, el estruendo me condena. Volteo a ver a mi lado, otro hórrido y espeluznante cuervo, que me quema con la mirada. Roban de mi acabado cuerpo un suspiro; cuando de la ventana otro entra. Tres criaturas creadas por mi negrura interior. Cuando no podía sospechar menos, una pluma negra me muestra a otra criatura postrada en mi buró, que también me quema sin piedad alguna. Ninguna palabra es proferida ahí, solo silencio de miradas recíprocas. De pronto otro, entra moviendo sus majestuosas alas con vigor y beldad arriba de mí... luego el último se queda en parado en el dintel de la ventana. Todos me observan en silencio, moviendo la cabeza rápidamente, sin dejar de verme. Siento malestares quemados, por aquellos tristes recuerdos de ella... hermosa y única. Hoy propiedad del egoísta reino delas nubes. Duele el haberme guardado llanto dentro de mí desde aquel día que la vi salir por una puerta, cuando debí detenerla y besado como nunca. Por haber callado aquel día, y por no haber llorado de melancolía. ¡Por ocultar y disfrazar dolor con triste sonrisa! Porque al final habló el orgullo por mí, en vez de mi corazón. El cual ha muerto, y pronto me llevará para poder decirle que la amo, que soy hombre y que también lloro. Que nunca más negaré que la quiero como loco. Estos cuervos me hacen darme cuenta la causa de mi muerte, estos demonios salidos de mi negrura, la cual personificada en aves de antaño, que me han librado en aquel engaño en el que moría y no moría. Ahora hay una tregua mía con la vida, para viajar solo de ida con cuervos en mi cabecera envolviendo mi carretera de salida. Con alas obscuras nublan la vista de este acabado hombre, rumbo a un pasaje sin destino.



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En el texto hay: invierno, pensamientos, cuervo

Editado: 13.02.2019

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