La Canción del Bosque

Capítulo 3 | «El gran día»

 

Capítulo 3: El gran día

 

     𝕮uando Zafiro abrió los ojos se dio cuenta de que estaba en el bosque.

Lo advirtió porque se encontraba rodeada de altos y tupidos árboles cuyas frondosas copas rozaban el firmamento nocturno y dejaban pasar a través de sus largas ramas los plateados rayos de la Luna. Lo percibió porque un mullido manto verde, suave y húmedo al tacto cubría el suelo, y por los diversos olores silvestres y afrutados que se mezclaban en el ambiente, tan diferentes a todas las fragancias artificiales que abundaban en Ciudad de Diamantes.

Lo reconoció porque no era la primera vez que había estado allí. Y es por eso que supo perfectamente que aquel lugar no era un bosque cualquiera, sino el Bosque Encantado.

Lentamente se incorporó de la tierra blanda donde había yacido hasta el momento y con sumo cuidado se puso de pie. Luego hundió los dedos de sus pies desnudos en ese húmedo terreno, adaptándose así a la fría y fangosa superficie. Se fijó entonces en sus ropajes: vestía con el mismo camisón blanco de seda que le llegaba hasta los tobillos y que utilizaba para dormir, aunque ahora presentaba manchas de barro y briznas de hierba adheridas a la fina tela. Suspiró. Con una mano temblorosa se revolvió los oscuros cabellos que llevaba recogidos en una enmarañada trenza. Y esperó, atenta.

La cálida brisa nocturna le trajo el sonido de una dulce melodía cuyas delicadas notas adquirían ciertos matices apreciados en las canciones de cuna. La voz que entonaba aquella armonía era hermosa, casi divina. Zafiro estaba segura de que ninguna garganta humana podría reproducir esos maravillosos sonidos celestiales. La misteriosa voz correspondía a la de una fémina, de eso estaba segura, y entonaba palabras en un extraño idioma arcano extinto hacía siglos del Reino de los Humanos. Mas, la joven princesa comprendió cada una de las oraciones que se fusionaban con el viento, la tierra y el mismísimo Bosque como si ese peculiar lenguaje no mostrara misterios ante ella.

Pero, ¿por qué le parecían tan familiares aquel idioma prohibido y esa hermosa melodía?

De repente sus piernas echaron a correr por el Bosque sin que fuera consciente de ello. Como en cualquier otro de sus sueños, la muchacha se sentía dirigida por una mano oculta cuyos hilos invisibles a la vista humana tiraban de su cuerpo, manejándolo a su antojo.

El viento de la noche la envolvió con risas traviesas e infantiles anudadas al dulce canto; multitud de carcajadas burlonas de misteriosas criaturas a las que no podía ver pero sí sentir sus curiosas miradas clavadas en la espalda, observándola con malicia desde detrás de los árboles y los densos arbustos sin perder detalle de su carrera frenética por el verde paraje.

La canción cesó de manera abrupta. Fue entonces cuando su marcha terminó y de golpe se detuvo.

Zafiro se hallaba en un claro amplio rodeada de exuberantes árboles que formaban un circulo perfecto a su alrededor. Arriba, en la oscura bóveda celestial, la Luna Llena brillaba con todo su esplendor, dotando al maravilloso paisaje de un halo fantasmagórico. Y en el mismísimo centro del claro del Bosque se erguía, imponente, un enorme sauce blanco. Repartidas por la hierba, un conjunto de coloridas setas se disponían a su alrededor creando una circunferencia multicolor, como si aquello se tratase de un escudo natural que pretendiera protegerlo de una amenaza invisible, mientras que multitud de doradas luciérnagas veraniegas revoloteaban sobre las setas y la cascada de ramas del fantástico sauce. La joven avanzó unos pasos más traspasando la barrera de hongos hasta quedar frente al magnífico árbol, y extendió un brazo hacia delante. Con las yemas de los dedos acarició gentilmente las pálidas hojas alargadas, tan brillantes gracias a la luz lunar.

A partir de ese momento, todo sucedió muy rápido.

Un escalofriante bramido que parecía surgir desde las entrañas del sauce blanco resonó en el claro y se extendió por todo el Bosque. Los demoledores gritos agónicos cargados de sufrimiento, ira y locura se infiltraron en los oídos de la princesa y retumbaron en su cabeza, dañando su sentido auditivo y cegando su visión. Un manto oscuro cubrió su vista y cayó al suelo de rodillas, casi perdiendo el conocimiento. Mas, antes de que sucumbiera a la profunda y letal inconsciencia, Zafiro pudo sentir un desgarrador dolor en su espalda. Desesperada, la joven se llevó las manos hacía la zona afectada de su cuerpo, y con mucha precaución, tocó el núcleo de dolor en su columna.

Gritó.

Las palmas de sus manos estaban completamente manchadas de sangre, que resbalaba hacía sus brazos embadurnando las mangas de su camisón blanco y cubriendo su nívea piel del intenso escarlata. Ese fluido vital también goteaba desde las yemas de sus dedos y salpicaba la hierba, creando en escasos momentos un enorme charco granate a su alrededor. La joven sentía que le arrancaban la vida por la espalda, su espíritu; que le extraían sin miramientos la columna vertebral y que le partían todos y cada uno de sus huesos. Que le arrebataban con extrema violencia y sin su consentimiento algo importante, y ella no podía hacer nada para negarse, protestar e impedirlo. Ya no le quedaba energía para luchar pues había perdido mucha sangre y sentía que pronto sus últimas fuerzas la abandonarían.




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