Afuera de la oficina de división, una nueva recepción me esperaba, donde un largo e interminable pasillo me llevaría a otra sala de espera similar a la anterior. El ambiente más cerca al resto de habitaciones de prueba como en la que había estado olía a límpido y otros productos de limpieza. Tapé mi nariz con la manga de la gigantesca bata que una señorita me entregó mientras una seca y dura sonrisa le adornaba el rostro negro.
—Toma —fue lo que me dijo antes de darme unas palmadas suaves en el hombro— y no te preocupes, por eso pasamos todos nosotros.
Asentí entonces en su dirección y ella devolvió el gesto con rapidez, parecía que necesitaba marcharse así que le hice una última pregunta.
—¿Sabes cuándo me encontraré con los demás? —rasqué con nerviosismo el cabello de mi nuca y supe que ella estaba consciente del miedo que tenía, pues se mordió el labio, temerosa también—. ¿Sí sabes?
Me dirigió una mirada inconclusa.
—En caso de haber pasado la prueba —revolvió el crespo cabello oscuro— estarán allá, a la derecha. Creo que han cambiado el nuevo lugar de despacho por problemas con el aire al otro extremo, así que supongo que están allá —la habitación que señalaba era la del largo pasillo—, en la antecámara que los lleva a su… ¿cómo dicen ustedes? —arrugó el entrecejo unos segundos con aspecto divertido— Libertad, ¿no?
Me encogí de hombros.
—Y qué pasa si no… Si no completan la prueba ¿o fallan en ella? —al escucharme, su rostro se ensombreció y pude notar cómo revolvía con incomodidad los papeles entre la carpeta que llevaba. Tosió un par de veces—. ¿Qué pasa? —exigí saber.
Al cabo de un rato me miró. Sus ojos estaban a punto de soltar las lágrimas que retenían con esmero.
—Nadie lo sabe.
—¿Cómo que nadie lo sabe, nunca los identifican o qué?
Suspiró; durante unos segundos, su boca quedó abierta a medias. Parecía que quisiera decir algo pero se resistía, como si le obligaran a callar.
—Dímelo.
—No puedo.
—¿Y por qué no?
Me acerqué a ella, quien se alejó unos cuantos pasos hacia la mesa en semicírculo que separaba en dos partes la sala anterior al pasillo. Apreté los puños un par de veces y los apoyé en el frío vidrio que había en la parte superior de esta.
Se mordió el labio y miró alrededor para asegurarse de que nadie le viera hablarme.
—Porque en serio, nadie lo sabe.
—Explícate.
—Muchos que entran ahí… —apuntó con un dedo tembloroso la puerta por la que salí de la prueba— nunca salen o no son los mismos.
El corazón comenzó a golpearme con fuerza el pecho y temía que este pudiera salirse de su lugar. Tragué en seco.
—¿Mueren?
Sin verme, asintió.
Un grupo de seis personas blancas como la cal pasaron a nuestro lado con el rostro crispado en un gesto de puro horror, pues apenas lograban balbucear algo extraño y tenían la apariencia de haber visto un muerto hacía poco tiempo.
Le di una rápida mirada a la muchacha de cabello rizado y corría hacia los recién llegados.
Tomé aire y me acerqué con calma, pues lo que menos quería era asustarlos más de lo que ya se encontraban.
—Hola, soy Jöel —le ofrecí la mano a un muchacho repleto de tatuajes hasta el cuello y los brazos. Me miró con las pupilas dilatadas por completo y como si estudiara mi mano, se concentró en ella sin atreverse a tocarla—. Está… ¿Está usted bien, le pasa algo?
De repente dirigió su atención a mi rostro y con los dedos helados por el aire acondicionado de la sala de pruebas me sujetó la cara hasta pasarlos por mi boca y mentón. Apreté los labios al descubrir que lo que el otro quería era meterlos dentro.
Con el antebrazo le quité las congeladas falanges que me atravesaban y me limpié con una mueca de asco impregnada.
—¡¿Pero qué demonios…?!
El otro abrió los ojos con pavor en ellos y me calló al poner de nuevo su mano sobre mí durante un pequeño lapso.
—Que no te oigan, nos pueden atrapar.
Le miré confundido. Las otras personas tras él nos escuchaban hablar mientras se permanecían en silencio, y la secretaria de hacía un instante me clavaba los ojos desde la distancia a la vez que su cabeza se movía hacia los lados.
Ignoré el gesto de la chica y me centré en el otro.
—¿Quiénes?
—Ellos. Apenas logramos escapar, aquí no es seguro.
Entorné los ojos; el mechón de cabello que se pegaba a mi frente fue tomado por él antes de que me lo pasara a un lado. Dirigió mi vista hacia el fondo del pasillo tras nosotros, no aquel que llevaba a la antecámara, sino del que todos salíamos una vez finalizada la prueba.
—¿A qué te refieres? —susurré. Una chica de cabello blanco por completo y piel pálida caminó hacia mi ubicación y alzó la manga de la larga bata que vestía, al igual que yo, mientras dejaba a la intemperie la enorme mordida aún roja y sangrante en su piel. A pesar de que no era médico ni policía, tuve la certeza de que había sido provocada por algo dentro del lugar donde presentó su examen. No tardó mucho en volver a cubrirse la zona lastimada.