ALISON KENT
“Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros y que hay puertas al mar que se abren con palabras.”
Rafael Alberti.
Escucho voces a lo lejos, pero no sé lo que dicen, no sé si esto es real. Un fuerte golpe me sobresalta y abro los ojos con estrépito. Mi mejilla arde. Hay demasiada luz por lo que me veo forzada a cerrar los ojos nuevamente. No sé si es peor ver o no ver.
—Despierta preciosa —Dice una cantarina voz de hombre.
Intento abrir nuevamente los ojos pero es demasiada la luz. Por costumbre intento llevar mi mano a los ojos para cubrirme de la luz cegadora, pero me es imposible, ya que algo, quizá una cuerda la detiene.
—No quieres enfadarme —Dice el mismo hombre con un tono nada amable.
Con los ojos entrecerrados consigo ver poco a poco mi entorno.
Mi cabeza duele, siento que va a explotar en cualquier momento. Le pasa lo mismo al resto de mi cuerpo. Tengo sed y hambre. Carajo.
—Bien, ya que has despertado me gustaría hacerte unas preguntas.
Miro hacia arriba tratando de encontrar el rostro de la voz. Es el mismo tipo de cabello rubio.
Lamo mis labios tratando de humectarlos un poco, están completamente rasposos y saben a sangre.
El hombre, con mucha delicadeza, como si fuera su hija pequeña acerca un vaso con agua, que no vi de dónde saco. Bebo de él, ya que no creo que tenga más atenciones conmigo. Cuando he terminado, con la misma delicadeza pasa su dedo pulgar por la comisura de mis labios, limpiando el agua que se derramó. Es abrumador. El agua hace que me sienta bastante mejor, aclaró mis pensamientos.
—Gracias —Digo susurrando.
¿Porque rayos le agradezco?
—De nada —Lo dice con una nota de burla.
Se da la vuelta y por primera vez me permito mirar mi entorno. Es un lugar bastante grande, techo alto, ventanales enormes en la parte superior, antes de topar con el techo. Hay dos puertas a mi izquierda. Un escritorio enorme con nada encima, una mesa al lado de éste con algo parecido a herramientas de trabajo. Y un montón de sillas de oficina esparcidas por todo el lugar.
El hombre deja el vaso vacío encima del escritorio y toma una silla, la arrastra lentamente hasta dejarla muy cerca de mí. Se sienta con confianza pero nunca quitando sus ojos penetrantes de mí.
— ¿Cómo te llamas? —Pregunta en tono neutro.
—Alison —Susurro apartando los ojos de él.
Toda mi vida me consideré una persona fuerte y quizá un poco valiente, pero ahora veo que no es así. Necesitaba llegar a estos extremos para saberlo. Tengo miedo. Miedo a cualquier cosa que quiera de mí, miedo por Dash, miedo por Colton. Miedo a morir.
— ¿Qué edad tienes?
—Diecinueve —Vuelvo a decirlo como si fuera una bebé.
—Bien, eso ya lo sabía. Pero lo que no sabía era si podía confiar en ti. Ahora sé que sí —Saca una navaja de su bolsillo y rompe la cuerda que ata mi mano derecha. Cuando termina me ofrece la navaja. Lo miro con miedo al principio pero cuando comprendo de qué va esto, la tomo cautelosamente. El no mira mis manos, solo mira mis ojos lo cual es más inquietante. Con cuidado rompo la cuerda que ata mi mano izquierda y cuando termino se la ofrezco de vuelta. Podría intentar matarlo con una navaja, pero aunque lo lograra, no sé qué es de Dasha o Colton, no sé dónde estoy ni cómo salir de aquí.
—Muy inteligente —Musita.
Froto las muñecas de ambas manos por el dolor que provocó estar atada.
–No trates de pasarte de lista, te haré preguntas y tú responderás con la verdad ¿De acuerdo? —Espera por mi respuesta, pero solo puedo asentir, no me salen palabras de mi boca
Bajo la mirada a mis piernas no sabiendo que hacer.
— Si dices mentiras lo sabré y no te gustara lo que te haré —Dice esto con mucha rabia y yo solo siento que me hago más pequeñita a cada momento —. ¿Por qué te busca Leonardo?
¿Quién rayos es Leonardo? ¿Qué le respondo?
—No sé quién es Leonardo —Digo o por lo menos creo que lo hago, no estoy segura de que las palabras salieran de mi boca.
Él comienza a arrastrar con pereza el filo de la navaja a lo largo de mi pierna.
—Entonces ¿No lo sabes? —La pregunta la hace con asombro.
Niego con la cabeza esperando que eso baste. Mentalmente comienzo a buscar en todos mis recuerdos a algún Leonardo pero no puedo concentrarme con su mirada puesta en mí. No hay ninguno. Que yo recuerde.
Él comienza a arrastrar la navaja de mi pierna a mi estómago, sigue por en medio de mis pechos y se detiene al llegar a la garganta. Me tenso notablemente y cierro los ojos esperando lo peor, pero nada sucede. Abro los ojos y me encuentro con sus fríos ojos escaneando mi rostro con burla.