La Carta

Prólogo

-2013-

 

A George siempre le había gustado llevar a sus hijos de paseo cada vez que podía.

Desde la muerte de su esposa, Mariann, le había sido dificil comunicarse y expresarse con los cuatro chicos que tenía a cargo, pues era ella la encargada de eso. Era su esposa la que los mantenía unidos, como la familia adoptiva que debían ser.

Por eso su alternativa era llevarlos a algún lado para distraerse del dolor y el vacío que generaba la ausencia de Mariann. Incluso le sentaba bien a él. 

Esa vez había decidido ir a Alabama, permitiéndole a su hija menor, Alana, el honor de conducir. Los demás estaban entretenidos en una conversación sobre la nueva entrega de los libros de Cassandra Clare, y la pequeña Riley (su primera nieta), dormía placidamente sobre una almohada en la parte trasera de la camioneta, abrazada a su muñeca de trapo. Él, por su parte, se había acomodado en el asiento del copiloto y había decidido echarse una siesta antes de llegar. 

Hacía años no iba al terreno de White Oak, donde en el aire siempre reinaba el olor a sal y a pino, una mezcla extremadamente rara. De hecho, la ultima vez que fue había sido en su decimoquinto aniversario con Mariann. Al pensar en ella su viejo corazón crujió un poco, el constante dolor lo acompañaba, siempre  manifestándose de la mejor forma. Al menos así sabía que aún estaba vivo.  

Tardaron alededor de unas diez horas en llegar, deteniendose en el camino solo para cambiar de conductor e ir al baño. Cuando finalmente llegaron, eran las entradas horas de la noche. 

Aelin lo acompañó a preguntar por las reservaciones, mientras Alana y Sebastian iban al estacionamiento y Cameron despertaba a su pequeña hija. Era un grupo super raro de ver: cuatro jovenes, un bebé y un anciano caminando por un parque de camping.

Se asentaron en un espacio que daba al lago, mostrando las enormes montañas en todo su esplendor.  Hicieron una fogata y asaron masmelos pinchados con ramas. Riley corría alrededor de Sebastian, mientras este hablaba animadamente con Aelin. Alana y Cameron discutían cúal masmelo era más grande, y George se había acomodado en una de las sillas de alquiler, observando a sus cuatro hijos.

Le costaba demasiado amarlos, no porque no fueran buenos o valiosos, sino porque hacerlo le recordaba a su mujer. Mariann siempre había sido la que se encargaba de amarlos y cuidarlos, de sanar una rodilla raspada, tranquilizarlos en un mal sueño.

Al menos, pensó George, ya la mayoría de la crianza había finalizado. Alana y Aelin entrarían a la universidad el año siguiente, Sebastian estaba ya en tercer o cuarto semestre -George ya nisiquiera se molestaba en recordar- y Cameron trabajaba en una librería cerca a casa. 

Por suerte, no le tocaba cuidar a Riley cuando no había nadie. Desde que la novia de Cameron se había largado dejándole la bebé a su suerte, Cameron había contratado a una niñera para estar todos los días sin falta, así que George no se tenía que preocupar por cambiar pañales o comprar compota. No era que no quisiera a la niña, sin embargo le tenía tanto afecto como a los demás.
Mariann la había adorado desde el primer día cuando la vio. Se la pasaba todos los días con ella, cantandole o jugando.

Él se limitaba a sonreírle amablemente cuando la niña le llevaba una página coloreada o algún tesoro encontrado. Era una niña super alegre, se reía casi tanto como respiraba, y era muy juiciosa. Era amada por todos.

Pero no por su abuelo, al parecer. 

George no tenía la paciencia que parecían tener los demás cuuando se trataba de Riley. Le daban ganas de zarandearla duro cuando regaba algo, o cuando pintaba las paredes con marcador. Había algo en él, simplemente le impedía amarla como lo hubiera hecho otro abuelo.

Luego de comer y contarse historias de terror y aventuras, Los chicos decidieron que era hora de dormir. George se metió a su tienda sin decir una palabra, Alana, Aelin y Riley se fueron a su tienda y Sebastian y Cameron a la suya. 

Cameron se tardó un poco en acostarse porque debía cambiar a su pequeña y darle un beso de buenas noches. Mientras tanto, Sebastian revisaba su teléfono en busca de señal, pero al parecer en ese parque no había.

Cuando finalmente entró su hermano adoptivo, Sebastian ya estaba echado de medio lado, mirando fijamente una basta cobija empacada al azar.

- ¿Ya se durmió la monstruosidad? -le preguntó mientras este se quitaba la camisa y se tiraba al suelo con la gracia característica de un hombre.

- eso parece. Aunque probablemente Alana le esté contando un cuento de terror y la deje despierta por toda la noche.

Sebastian rió, pero luego se puso serio.

-¿ya sabes qué vas a hacer con ella más adelante, con la universidad y todo?- preguntó cuidadosamente Sebastian. Pocas veces hablaba con su hermano sobre Riley, pero le parecía un buen momento para hablar.

Aunque al parecer Cameron no pensaba lo mismo.




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