La casa de la bruma

15. Confesiones

Los círculos convergían en uno más pequeño delimitado por la calle Victoria Aguirre, dentro del que se encerraba la Plaza Pueyrredón. Como rayos de una rueda de bicicleta, algunas calles convergían en el parque. Entre ellas, estaba la calle Ascasubi, donde alrededor del número 300 se levantaba con todo su esplendor multirracial Nabelhaus.

A fines de marzo de 1945, las tropas aliadas cruzaron el río Rin, en Alemania. Se latía el principio del final. Luego de haber leído las noticias en el diario que había traído el señor Denver, Ada salió a caminar por la calle Ascasubi junto a su pequeña, con la idea de terminar en el parque. Allí, madre e hija gustaban de jugar a la mancha y a la pelota, regalo de herr Weimann. A su manera, en forma de cuento, Ada le narraba a su hija las noticias que llegaban de Europa. Agregaba detalles de su vida allá y de la familia que la esperaba en el conventillo de San Telmo.

Ese fue un día libre para la secretaria del señor Weimann, quien llevaba a la Capital los pasaportes preparados la noche anterior e iba en busca de más nombres. No pasó mucho tiempo de que madre e hija estuvieran jugando en la plaza cuando se les acercó la señora Leman.

—¡Fräu Leman! Venga y juegue con nosotras. —Ada la regaló con una sonrisa enorme.

—Aprovecharé el sol de la tarde y las miraré desde aquel banco. Es una bendición poder compartir un lugar tan hermoso.

—¿Verdad que sí? —le dio la razón. —Vamos, Nico, juega un ratito con la pelota. Aquí, cerca de la señora Leman y de mí.

Ada se sentó junto al ama de llaves.

—El señor se ha ido ya, ¿verdad? —Inició la conversación con un tema común.

—Sí, volverá tarde. No creo que esta noche esté de ánimos para trabajar. Estará cansado.

—Usted lo conoce realmente muy bien. Si fuera por mí, casi diría que no he logrado acercarme a él más de lo estrictamente necesario. Y sin embargo, ¡él es tan bueno con Nico! A veces solo quisiera ir y abrazarlo en agradecimiento.

—Pues, hágalo —respondió Leman sin más. Ada quedó estupefacta, pues la sola idea le resultaba un completo absurdo—. Quizás el señor está deseando ese abrazo tanto como usted, señora Ada.

La mirada de Leman no se alejaba de Nicole, quien pateaba la pelota y la corría con sus piernas cortas y rollizas. Estaba abrigada con un saco tejido por el ama de llaves, que no perdía tiempo y la regalaba con prendas casi semanalmente.

—Fräu Weimann… ¿Cómo era ella? —Se animó a preguntar finalmente Ada. Era cierto que el fantasma de la difunta la acosaba, pero de curiosidad. Quería saber cómo sería la mujer a quien el señor amara tanto que no permitiera que nadie entrara a su cuarto. Con una excepción.

—La verdad, señora Ada… Si existió una fräu Weimann yo no he sabido jamás de ella.

Nuevamente los ojos de Ada se abrieron de par en par, igual sucedió con su mandíbula. Dándose cuenta de lo ridícula que se vería, intentó componerse cuanto antes y digerir la confesión que acababa de recibir.

—Usted no puede decir esto jamás, señora Ada. No solo he dado mi palabra de honor sino que también he firmado una declaración de confidencialidad sobre lo que le hablo ahora. Yo fui contratada como usted: me eligieron porque tenía una debilidad con la que ayudarme; a cambio de mi ayuda hacia ellos. En mi caso, fue mi madre. Su invalidez me impedía conseguir un trabajo mejor que el de planchadora. Trabajaba en mi casa todo el día: planchando y cuidando; cuidando y planchando. En su caso, señora Ada, fue el embarazo. Ellos sabían que usted estaba embarazada y que no se animaba a decirlo a su familia, para no deshonrarlos. No sé qué los habrá atraído hacia Rosa y Denver, pero sí se sobre usted porque el patrón me dijo algunas palabras. Yo debía representar un papel: el de la empleada fiel de fräu Weimann. Debía asustarla a usted, para que no intentara inmiscuirse más allá de su trabajo. Pero las cosas han cambiado. Yo he cambiado. Nico me ayudó a hacerlo. Por eso antes de irme, quiero hacer un bien.

De toda la perorata, Ada centró su atención en la última frase.

—¿Qué? ¿Acaso se va?

—No, claro que no. Al menos no todavía. Pero, algún día, todos nos iremos y no quiero llevarme conmigo secretos que, develados, podrían haber hecho mucho bien.

Ada adujo que si eran secretos, así debían permanecer. Por un instante, temió que las palabras de Leman afectaran su armoniosa vida actual, con trabajo y vivienda en Nebelhaus y compartiéndolo todo con Nico.

—Si alguna vez existió una fräu Weimann, yo no la conocí, fräu Ada.

De súbito, Ada sintió un mareo que subió de la boca de su estómago y llegó a su cabeza. ¿Qué pasaba realmente en esa casa? Al parecer, los secretos estaban tan presentes y eran tan densos como la misma bruma que cubría la casa cada noche.

—Es una leyenda, para evitar que Rosa y Denver se acerquen a la habitación cerrada y se enteren de los pasaportes. Como usted sabe, nadie debe saber de los pasaportes. Ellos, Rosa y Denver, todavía se preguntan por qué el señor tuvo invitados tan extraños como los Winter. Están tan al margen de todo que no reconocieron que eran partidarios nazis.

Ante el sonido de la última palabra, Ada se levantó de pronto y fue por Nico, que se había alejado al correr detrás de la pelota roja de goma. La trajo de vuelta cerca del banco donde la esperaba fräu Leman.

—¿Por qué me cuenta esto, señora Leman? ¿Qué ha cambiado?

—Ya le dije, yo he cambiado. Ahora veo distinto: veo sentimientos.

—¿Cómo que ve sentimientos? ¿A qué se refiere?

—Hablo de usted y del señor, Ada —la trató por su nombre, para que sintiera la cercanía entre todos—. Yo los veo como una madre lo haría. Y lo hago con buenos ojos, como una suegra lo haría. No sé nada sobre el destino, sobre lo que digan las cartas de Tarot o lo que diga la Biblia, solo sé que veo dos personas que se complementan y apoyan con suma facilidad y que eso beneficiaría a los dos. ¿Es amor? Puede llegar a serlo, si hubiera algo lo suficientemente fuerte que los uniera. En lo personal, creo que ese algo es un alguien: Nicole.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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