La casa de la bruma

20. La estrella

Sentada sobre un asiento de plastificado en el colectivo que la llevaría a la oficina del escribano Klein, Ada recordó la carta de tarot de la Estrella. De acuerdo con lo dicho por Julia, significaba un cambio grande, como el de la noche cuando deja paso al día; la última estrella que deja de brillar antes de la salida del Sol.

Ada Graf cavilaba sobre las habladurías de su amiga. A veces, muchas veces, creía que narraba la suerte de las cartas con acuerdo a lo que realmente quería que significaran para quien preguntaba. Pero entonces un recuerdo cruzó frente a la mirada de fräu Graf: la estrella del Belén de Nico. Johann lo había comprado y la señora Rosa lo había armado: un pesebre perfecto, en colores claros y brillantes. Sobre todo, arriba del techo que cubría a la Sagrada Familia, Rosa había colocado una maravillosa estrella de vidrio brillante; parecía de cristal, como un diamante. Nico se había quedado contemplándola largo tiempo, preguntando si hacía magia. Entonces Ada sintió la primera certeza desde que Johann había partido: todo estaría bien. No sabía si lo estaría con la ayuda de Weimann o sin ella, pero saldría adelante. Sería como la estrella de Belén, la más brillante, la última que se va al salir el Sol.

La Avenida de Mayo era la más vieja de Sudamérica. El colectivo la recorrió y dejó a Ada en la Plaza de Mayo, flaqueada por todos sus costados por la Catedral Metropolitana (llamada de la Santísima Trinidad), la Casa Rosada, el Banco Nación y el Cabildo al que habían cortado y derribado los extremos. Si leía las señales como le había enseñado Julia, Ada descubriría que estaba en el centro de la vida política, religiosa y económica de la ciudad. Allí se había gestado una revolución que dio pie a la liberación del país del dominio español, tiempos ha. Si se lo proponía, ella también podía revolucionarse: salir de su lugar de triste comodidad de lo conocido y cambiar por completo su vida y la de su hija.

Cuando fue consciente de sí misma y de lo que debía hacer, empezó a caminar en dirección de la escribanía. Había decidido que pediría incluso una carta de recomendación para un futuro trabajo. Porque ella, Ada Graf, no volvería a trabajar en una fábrica, sino que lo haría tras el escritorio de una secretaria. Y porque su hija, Nicole Graf, no crecería en el conventillo Verdini en San Telmo sino que viviría en un departamento en el centro, donde crecería e iría a la escuela. Debía planteárselo a Julia. Necesitaba una cómplice. Ojalá estuviera Johann para acompañarla. ¿Alguna vez sabría qué pasó con él?

La secretaria del escribano Klein mantuvo la misma expresión de la última vez: no dejaba entrever nada. La anunció con el nombre de fräu Graf que se le había hecho propio mientras le abría la puerta de la oficina del notario.

Guten morgen, fräu Graf. Wie geht es ihnen? (Buenos días, señora Graf. Cómo está usted?)

—Ich werde sehr gut, herr Klein. Danke (Estoy muy bien, señor Klein. Gracias).

—¿En qué puedo ayudarla?

Sin rodeos, mejor así.

—Vengo por indicación de herr Weimann. Antes de viajar me dijo que debía venir a verlo a usted.

—Así es. Estaba esperando que viniera. No sabía dónde buscarla.

—Está bien. Ahora estoy aquí.

Ada se acomodó en la silla, con los tobillos cruzados y las manos sobre la cartera en el regazo, como le había enseñado fräu Leman. Ella se había ocupado de hacer de Ada una señora de sociedad, y la joven lo agradecía en momentos como este.

El escribano se puso de pie y rebuscó entre las carpetas de un fichero. Finalmente encontró la que buscaba y se sentó de nuevo frente a Ada. Abrió la carpeta y empezó a sacar uno a uno los papeles, mientras iba explicando qué utilidad tenía cada uno. Incluso rescató un par de pasaportes nuevos.

—Fräu Graf, herr Weimann dejó preparado para usted un arsenal de información que podrá utilizar conforme su voluntad. —Estiró una primera hoja—. Aquí tiene una copia certificada del matrimonio entre Nikolaus Graf y Ada Fiore. Se imaginará que el original está, efectivamente, en un tomo del registro civil. Este matrimonio es perfectamente legal y la hace copropietaria de todo lo que tenía herr Graf antes de irse.

Ada estaba confundida.

—Disculpe, ¿quién es herr Graf? En algún punto me he perdido.

—Claro, supuse que conocía esa parte de la historia. Johann Weimann era un nombre tan ficticio como el de Ada Graf. El verdadero nombre del señor es Nikolaus Graf, aunque le bastaba con ser llamado Niko.

Ada recordó la vez en que él la había interceptado antes de salir de la biblioteca y le había preguntado por el padre del bebé en su barriga. Quería saber si se llamaba Nico. Ella lo había ignorado; ahora entendía su indagatoria. Su hija se llamaba como él y quizás le pareció un juego del destino, puesto que finalmente había ocupado el lugar de padre de la bebé.

—¿Qué más hay para mí?

—Pues, sigamos entonces. Este es el certificado de nacimiento de Nicole Graf. Madre: Ada Fiore; padre: Nikolaus Graf. También es una copia certificada del tomo del registro civil. Aquí tiene la cédula de la Policía Federal para identificar a la niña y los dos pasaportes: el suyo, donde indica que está casada con herr Graf y el de su hija.

«Herr Graf ha dejado también una cuenta en el Banco Nación a su nombre. En esta hoja encontrará los datos necesarios para utilizarla. Si necesita ayuda, puedo ofrecerme para acompañarla la primera vez que vaya a hacer el trámite. En la cuenta hay una suma considerable para que usted compre un departamento. También puedo ayudarla con eso si así lo requiere. Finalmente le hago entrega de una carta de recomendación firmada por el empresario ganadero Nikolaus Graf donde describe su trabajo como secretaria, detallando las tareas realizadas. Verá que es bastante exhaustivo. Le ayudará para conseguir un buen trabajo».

Ada estaba sobrepasada de información. No podía creer lo que estaba viendo. De pronto estaba casada y tenía acceso a las propiedades de Johann. Es decir, de Nikolaus. Era un sueño y una pesadilla a la vez. Era todo tan definitivo.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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