La casa de la bruma

21. Sternenhaus (Casa de la estrella)

La muchacha tomó las manos del pequeño hombre y le suplicó:

—Si llega a tener noticias de ellos, por favor hágamelo saber.

Ada y Nico dejaban el conventillo que las había acobijado por los últimos seis meses y se dirigían a su propia casa, gracias a la generosidad de Johann. Ada aún no se acostumbraba a llamarlo Nikolaus, mucho menos Niko.

Don Luigi elevó la mirada hacia el rostro perfectamente bello de Ada. Parecía una verdadera actriz de teatro, pensaba el hombre. Verla triste y desesperada le creaba una congoja difícil de aguantar.

—Señora Ada, si sus padres dan alguna señal, yo mismo iré hasta su nuevo domicilio y, de ser necesario, la esperaré hasta que me atienda. Puede confiar en mí.

Ada asintió. Con tristeza, recorrió con la mirada la planta baja del conventillo Verdini. Si había estirado su estancia allí, era porque tenía la esperanza de que sus padres intentaran contactarla a través de don Luigi. La correspondencia enviada a Bari parecía no encontrar su camino en medio de las ruinas de la guerra. Y la carta esperada nunca llegó y era hora de seguir adelante. Sin papà, sin mamma, sin Giorgio ni Claudio, sin Johann… Debía seguir adelante a pesar de las pérdidas.

Se agachó para prender los botones del abrigo de Nico. Parecía una muñeca, con sus medias blancas y zapatitos guillerminas. Alrededor del cuello y la capucha, le ató una bufanda que le había tejido hacía poco, de color beige. Combinaba a la perfección con su abrigo blanco y su vestido bordó. Luego la alzó y la acomodó sobre su cadera izquierda, como hacía siempre. Don Luigi y otro de los vecinos del conventillo la ayudaron a subir al taxi las valijas con sus pertenencias. Sabía que cuando llegara al nuevo departamento tendría poco espacio para seguir llorando las pérdidas. Allí, en el corazón de Balvanera, el barrio del Congreso, la esperaba su amiga Julia. Habían decidido que compartirían gastos y que esta última ayudaría como niñera de Nico cuando no estuviera trabajando en la fábrica. Incluso habían decidido que buscarían un nuevo trabajo donde la paga y las condiciones fueran mejores para la española. Ada ya había encontrado trabajo en la oficina de un despachante de aduanas; una vuelta del destino después de que años atrás pasara tanto tiempo en el puerto. Su trabajo no estaba lejos, podía llegar caminando las seis cuadras que la separaban de la Avenida Corrientes. Finalmente parecía que todas las partes de la vida de la ahora señora Ada Graf estaban cayendo en el lugar correcto.

El taxi frenó en la calle Junín, entre Rivadavia y Bartolomé Mitre. En la esquina, Ada vio una librería y sonrió. Al menos tenían buenos vecinos. Las nuevas propietarias se bajaron del taxi y, con ayuda del portero, llevaron las valijas al hall de entrada. Su departamento estaba en el segundo piso.

Julia tenía una botella pequeña de champán que descorchó cuando entraron Ada y Nico. El estruendo asustó a Nico y causó gracia a Ada. Recién llegaban a casa y su amiga ya estaba lista para una fiesta.

—¡Bienvenidas a casa, guapas! —Las recibió Julia con abrazos y risas.

Ada bajó a Nico de sus brazos y le permitió incursionar en las habitaciones del nuevo departamento que habían conseguido gracias a Johann. La niña hablaba en su tintineante y propio idioma mientras tocaba un sillón beige suave, intentaba correr una silla de madera oscura, apoyaba sus manitas en las puertas grises de la alacena y después se perdía en los cuartos.

Las amigas esperaban el momento en que Nico descubriera la sorpresa y las llamara para contársela. Efectivamente, Nico gritó de la emoción y sostuvo un «Mom» con cantidad de o. Para cuando llegaron a la habitación que compartirían madre e hija, perfectamente adornada en colores rosas, blancos y lilas, vieron a Nico que sostenía una estrella entre las manos y farfullaba: «Dad». Esa corta palabra humedeció los ojos de Ada, que no se esperaba que Nico recordara aún a Johann. Al parecer, la memoria de la niña ya había empezado a registrar información.

Mom, das (Mamá, esto) —Nico se hacía entender con pocas palabras, de las que la mayoría eran en alemán. Rara había parecido en el conventillo con su media lengua española y media alemana. Del italiano solo reconocía, pero no lo hablaba; casi como si hubiera elegido no hacerlo. Ada pensó que quizás el alemán estuviera ligado al recuerdo de Johann en la cabeza de su hija; ello la enterneció. Nicole miraba la foto de Navidad y lo señalaba cada noche, mientras lo llamaba Dad.

—¿Qué has encontrado, hija? ¡Pero mira qué hermoso regalo tienes ahí!

Ada se arrodilló frente a su hija y empezó a quitarle el abrigo. Ella misma había dejado el suyo en el perchero de la entrada. En las manos de la pequeña, una gran estrella de vidrio dorado echaba destellos como magia. Nico estaba encantada. Era la estrella del Belén en Nebelhaus. La señora Leman la había guardado en una caja y dado a la señora Graf antes de que se fuera definitivamente. «Un recuerdo para la niña. Nebelhaus cambiará de ahora en adelante», se lamentó fräu Leman y abrazó a Ada. Luego tocó el turno de Nico. La abrazó como si abrazara a alguien de su propia sangre. Esa niña se había metido en el corazón de todos.

La madre terminó de desabrigar a su hija, que quedó en vestido bordó de corderoy con puntillas a tono. Sus cabellos rubios estaban sueltos y por momentos se le iban a la cara, donde dos rosas parecían florecer en sus mejillas.

Du has den Stern (Tú eres la estrella), la estrella de papá —dijo esta última palabra con dolor en la garganta pero con una sonrisa en los labios. —Debemos encontrarle un lugar donde no se rompa y la puedas ver siempre.

—Dad! —Gritó Nicole en respuesta.

—Hija, ¿qué tal si la ponemos cerca de la ventana donde la puedan ver desde afuera? Así cuando venga Dad sabrá dónde encontrarnos.

La niña estuvo de acuerdo así que allí fueron, madre, hija y amiga a colgar la estrella del barral de la cortina. La tela beige combinaba perfectamente con el dorado de la estrella. Nico aplaudió.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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