La casa de la bruma

29. Esperar empieza con E de empezar

Otra noche como parecida a otras tantas: inusitadamente estrellada, clara y, otra vez, en vela. Él prefería decir eso a contar que tenía insomnio. Si no podía dormir, dirían los supersticiosos, sería porque estaba despierto en los sueños de alguien más. Él esperaba que fuera la mujer por quien estaba en vela.

El calor seco de las colinas de los alrededores se abría paso por la ventana abierta de la pequeña casa del capataz. Nikolaus había puesto una silla de cara al ventanal abierto y desde allí contemplaba el cielo de tantos matices de azul. Miró por un largo tiempo la cruz del sur. Su forma era la de una estrella de cuatro puntas, parecida a aquella que le había regalado a Nicole para su segunda Navidad en Nebelhaus.

Su padre no decía nada. Lo dejaba ser y esperaba a que algún día se abriera. Siempre fue así con él. Cristian era agua de otro pozo. Él insistía en saber; quería conocer las razones por las que Niko había cambiado tanto en Buenos Aires. Niko cavilaba sobre sus preguntas diarias mientras sostenía un vaso de whisky en la única mano que le quedaba.

Desde que había regresado al hogar, ni su padre, ni su madre, mucho menos su hermano, habían sido capaces de salvarlo de la autodestrucción. Primero, habían permitido que siguiera viviendo en la casa del capataz, aunque la casa principal tenía espacio de sobra para él. Después, le habían dado tiempo para que se familiarizara de nuevo con los caballos y el ganado. Había tenido que aprender a cabalgar de nuevo, buscando un nuevo equilibrio. Finalmente, habían acogido sus intentos por volver a trabajar como antaño. A decir verdad, su padre veía cómo su hijo no había perdido el potencial junto con su brazo. Al contrario, había ganado en determinación. Pero lo preocupaba verlo llegar tarde a la mañana al trabajo, con el rosto macilento a causa de las horas sin sueño y de las botellas de whisky que secaba.

Niko miraba a través del ventanal abierto; caminaba de un lado a otro, bebiéndose toda la botella y llorando porque había visto cómo era tener todo antes de que tanta felicidad se le escurriera entre los dedos. A veces, solo quería gritar: «Ich bin Johann Weimann!» (Yo soy Johann Weimann). Pero había visto todo, la verdad que herr Müller le había escondido mientras lo pretendía yerno.

En noviembre del año anterior (1945), Johann había alquilado un coche para manejar hasta San Isidro. Necesitaba saber qué pasaba en esa casa, si es que todavía estaba en funcionamiento la red de colaboradores. Si ello era cierto, también era verdad que ya no lo consideraban parte de ella.

Pasó por fuera de la casa y notó movimiento. Las puertas y ventanas estaban abiertas para ventilar la casa húmeda a causa de la bruma. Nikolaus se sentó en el auto y esperó. No había pasado más de media hora cuando salió fräu Leman, quien caminó derecho por Ascasubi y llegó a la Plaza Pueyrredón. Él dio el encendido al auto y fue para el mismo lado que Leman. La encontró sentada en el banco que siempre ocupaba Ada cuando iba a jugar allí con Nico. El recuerdo lo invadió y escondió con una tos las ganas de llorar.

—Guten Morgen, fräu Leman.

—Guten Morgen, herr Graf.

—¿Cómo lo sabe? ¿Fue Müller? Señora Leman, estoy desesperado. Esto no es lo que yo esperaba cuando entré al juego.

—Claro que no, herr Graf. Nadie podía prever nada. Pero usted resultó ser un patrón de tan buena estampa que era imposible negar que lo conocía mientras esperaba en ese auto frente a la casa.

Niko asintió con la cabeza. Fräu Leman se veía igual que siempre. Sin dudas, lo mismo pasaría con Ada. Pero él… Él era un lisiado.

—Sí, usted es un lisiado y por eso ya no puede formar parte de la red de colaboradores. Ante los ojos de los demás alemanes con ideales de raza perfecta, usted ya no es perfecto. ¿No lo entendió acaso?

—Fräu Leman, si usted lo sabe, ¿me podría decir dónde están Ada y Nicole?

Ella negó con la cabeza y explicó que ya no estaban en contacto. Sabía que se había mudado a un departamento, pero desconocía la zona.

—¿Usted cree que ellos saben? ¿Müller sabe dónde está Ada y no me lo dirá?

—Señor Graf, por favor tranquilícese. Desde mi humilde lugar, reconozco que ellos encuentran a quien quieren encontrar. Si no le han dicho dónde está Ada, entonces quizás todavía tengan una misión para usted; una para la que no necesita distracciones.

Danke, fräu Leman. Auf Wiedersehen (Gracias, señora Leman. Adiós).

La mujer vio a Niko alejarse lentamente por el parque. Tenía el cabello crecido, la barba desprolija, la camisa sin planchar y los zapatos gastados. ¿Dónde estaba el hombre que había sabido encarnar como nadie a Johann Weimann? Lo vio irse y notó cómo se curvaban sus hombros, como si sobre ellos pendiera el peso del mundo. Ojalá hubiera podido darle más información. No obstante, al menos había sembrado la duda y ella sería una llama en su mente que encendería el fuego: la encontraría como fuera. Solo esperaba que a Ada no se le ocurriese mudarse de ese departamento al que habían nombrado Sternenhaus.

Con una sola mano y con mucha maña, Niko empezó a tallar una estrella de madera. Hacía años que no tallaba y estaba fuera de forma, además de jugar en desventaja. Pero sentía que debía empezar a hacer algo antes de que la locura lo consumiera junto con el alcohol. En los últimos meses había viajado a Buenos Aires cada dos semanas. Seguiría buscando a Ada hasta el cansancio. No paraba de ir a los lugares a donde fueron juntos, allí donde él era feliz y no lo sabía.

En otra época, vestido como el fantasma de Johann Weimann, lo habían tratado solemnemente. Ahora era un pobre ganadero de nombre Niko Graf; nadie daba dos monedas por él. Hasta que un día llegó el milagro.

Nikolaus pasó por el puesto de diarios donde compraba el periódico para él y revistas de tejido para bebés para Ada. Como acostumbraba, agarró el manojo de papeles y ojeó rápidamente la portada: «Un tribunal juzga a los criminales de guerra». Terminaban así los juicios de Núremberg a los dictadores nacionalsocialistas. Era el 1 de octubre y Niko estaba como siempre, buscando a Ada.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 17.11.2022

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