La Casa de los Girasoles

4

—Hola.

            —Hola.

            Y se hizo el silencio.

            Lilia no podía sentirse más cohibida. Desde su llegada al hotel no entendía nada y nada era lo que su madre le explicaba. Casi parecía que se había sometido a un mutismo para con su hija, ignorando sus preguntas y respondiendo con escuetos “Estaremos bien” y “Ahora esta es nuestra casa”. Lilia ni siquiera había oído de gente que viviera en hoteles, que según ella eran para quedarse en vacaciones y punto.

            La llegada al apartamento había sido… curiosa. Les dieron poco más que una habitación con dos camas, un baño y una pequeña cocina, muy diferente a la casa de dos pisos de la que venían donde Lilia tenía su propio cuarto, con sus propias cosas y su propio espacio.

            Pero su madre seguía insistiendo en que este era su nuevo hogar

            Y esta gente, estos desconocidos, su nueva familia.

            La noche había sido larga. Escuchaba la respiración de su madre escapándosele entre los labios al respirar. Por la ventana se filtraba una luz que le permitía ver su silueta y observar como el pecho le subía y le bajaba, pernotando en un sueño que su hija no terminaba de encontrar.

            Lilia miraba al techo.

            El mundo había cambiado. Lo sentía, lo notaba. Ya no giraba en la misma dirección. De la noche a la mañana un cambio volvía a desviar su vida en una vía que ella no quería, sin pedirle permiso por ser una niña sometida al fortunio o des fortunio de sus progenitores.

            De nuevo se veía arrastrada, ahora quizá más, a un presente de tinieblas con futuro escurridizo.

            Dentro de ella existía un cuartico con una vela encendida ante un cuadro de su padre. Ahí guardaba las esperanzas de volver a verlo, de que regresara y quizá así recuperaran la normalidad anormal en la que vivía. Pero ahora, en el interior de un edificio extraño, un hogar que se sentía falso, una madre con cara de desconocida y una cama que no tenía sus sabanas, esa pequeña vela se apagaba, y Lilia sentía que, si lo permitía, si dejaba que el cuarto se cerrara, ya nunca volvería a entrar.

            Cuando la venció el cansancio del viaje y por fin pudo dormir, tuvo sueños en donde su padre entraba en su casa vistiendo un traje elegante;  flores en mano dispuesto a reconciliarse, pero su madre lo echaba a golpes, llevando un vestido con estampado de girasoles.

            —Hola —repitió el niño frente a ella.

            —Hola —repitió Lilia.

            Él se le hizo familiar. Estaba cuando había llegado al hotel, ¿no? Creía que sí. También creía recordarlo en el primer piso antes de que entraran a su cuarto, aunque no estaba segura de ello. Todo desde su llegada se le hacía confuso.

            —Hola —volvió a repetir él.

            —Eh… ¿Estás bien?

            El chico tenía pinta de que le iba a dar un ataque. Se sujetaba las manos con fuerza y no la miraba directamente a ella, sino a algún punto sobre su hombro izquierdo. Tenía la cara más roja que un tomate, con una expresión como si en cualquier momento fuera a hacer erupción.

            —¿Necesitas algo? —preguntó Lilia.

            —¡Tú lo necesitas! —gritó el muchacho.

            Acto seguido puso cara de haber visto un fantasma. Un miedo absoluto. Lilia nunca había visto a alguien pasar tan tapido del rojo al blanco.

            —¿Yo necesito algo? ¿Qué cosa?

            —Digo… Yo… Quise decir.

            El niño comenzaba a incomodarla un poco.

            Miró a su alrededor, buscando a su madre, pero estaba trabada en una conversación con la señorita Laura.

            Y hablando de Laura… A Lilia se le hizo ligeramente familiar, pero no sería hasta más tarde que la recordaría. La había visto por la noche, por la madrugada, dejando a su madre en la entrada de la casa mientras ella observaba asomada por la ventana. A la mañana siguiente cuando le había preguntado a su mamá quien era su amiga, esta había fingido que no sabía de quien hablaba su hija.

            —Quise decir: ¿tú necesitas algo? —dijo el chico, recuperando su atención.

            —Eh… No sé, creo que no. Estoy bien.

            —¿¡Segura!? —gritó levemente el niño y de nuevo su cara se volvió multicolor pasando del blanco al rojo.

            —Sí, supongo…

            —Es que… eres nueva, ¿verdad?

            —¿Nueva? ¿En el hotel? Sí, aunque no sé cuánto nos vamos a quedar.

            Estas últimas palabras fueron producto de un deseo de no aceptar las palabras de su madre. De no aceptar que este era su nuevo hogar.

            Como si leyera sus pensamientos y quisiera aplastarlos, el chico respondió:

            —Lo más seguro es que para siempre.

            El niño lo dijo con una sonrisa, indiferente al desanimo que Lilia se esforzaba en ocultar.



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En el texto hay: amor adolescente, sectas, problemasfamilres

Editado: 19.04.2023

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